Con la muerte de Fidel Castro Ruz se cierra uno de los capítulos más complejos de la historia política cubana. Una historia que arranca en la hacienda La Demajagua del imprescindible Carlos Manuel de Céspedes un 10 de octubre de 1868 y que alcanza su punto de ebullición de la mano del banilejo inmortal Máximo Gómez.
Tanto el Grito de Yara así como la sangrienta y extenuante Guerra de los 10 Años (1868-1878) constituyeron, pues, el caldo de cultivo de esa valerosa cubanidad que contra viento y marea se abrió paso a sangre y a fuego contra la explotación colonial española y más adelante contra la avaricia imperial norteamericana.
Ya lo había admitido el propio Martí el día antes de morir en carta de 18 de mayo de 1895 a su inseparable colaborador Manuel Mercado, que con la independencia de Cuba se intentaba impedir a tiempo “que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.”
Indudablemente fue ese tablero geopolítico, más que cualquier otro elemento endógeno, lo que marcó decisivamente el curso de la vida cubana.
Tan es así que el tardío nacimiento de la República de Cuba el 20 de mayo de 1902 sólo se posibilitó cuando la convención constituyente cubana a punta de pistola accedió a incorporar la enmienda Platt a la constitución de 1901 y de paso a entregarle a Washington a perpetuidad la estratégica bahía de Guantánamo.
De ahí en adelante, hasta los trágicos sucesos que llevan al surgimiento del Movimiento 26 de Julio durante la truculenta década del 50, la atmósfera política cubana se convierte en un violento vendaval de golpes y contragolpes matizados por las constantes intromisiones de Washington.
El primer conato de guerra civil desemboca en la abrupta salida de Tomás Estrada Palma de la presidencia en 1906 como consecuencia del alzamiento del Partido Liberal por aquel haber roto su promesa de no buscar la reelección. Valiéndose de la opresiva enmienda Platt, Teodoro Roosevelt entonces ordena la segunda ocupación de Cuba que durará hasta 1909 bajo el tutelaje del juez norteamericano de triste recordación Charles Magoon.
Sólo 8 años más tarde, en febrero de 1917, se reabren las heridas al alzarse el general José Miguel Gómez contra el gobierno del presidente Mario García Menocal en lo que la historia cubana ha venido a recordar como el incidente de la Chambelona. Y entre la quiebra fiscal del gobierno de Alfredo Zayas (1921-25) y la corrupción gansteril de Gerardo Machado (1925-1933), Cuba llega finalmente a las manos de Fulgencio Batista — quien primero desde el ejército y luego desde la presidencia dominó la escena política cubana desde la caída de Machado hasta el triunfo de la Revolución.
A pesar de su manejo de la transformación constitucional de 1940 y su salida pacífica del poder en 1944, Batista le siguió los pasos a Gómez y a Machado y al quebrar el orden constitucional a través del golpe de estado de 10 de marzo de 1952 con el cual derribó al gobierno de Carlos Prío Socarrás abrió una caja de Pandora con consecuencias irreversibles para la sociedad cubana.
Cabe destacar que un joven Fidel Castro se aprestaba a debutar en las elecciones de 1952 como candidato al Senado por el Partido Ortodoxo; con lo cual sin el golpe de Batista quizás no hubiera habido Revolución. Más allá de las especulaciones, una cosa sí es cierta: el golpe de 1952 desembocó en el ataque al cuartel Moncada al año siguiente y a la constitución del Movimiento 26 de Julio — del cual Castro se erigió en líder para de ahí potenciar el derribo de Batista y la toma del poder en Cuba.
Y a partir de ahí le deluge.
El rompimiento de relaciones diplomáticas por instrucciones del presidente Eisenhower en enero de 1961, la fallida invasión de Bahía de Cochinos de abril de ese mismo año, la gravitación ideológica y militar de Cuba a la órbita de Moscú en plena Guerra Fría, la crisis de los misiles de octubre de 1962, la activa participación bélica de Cuba en el Congo, Angola, Namibia, Mozambique, Bolivia, Nicaragua y Granada, y el recrudecimiento del bloqueo económico de los Estados Unidos contra Cuba constituyeron algunos de los grandes desafíos a los que se enfrentó Fidel Castro — sin contar los sobre 600 intentos de asesinato en su contra.
Con sus luces, sombras y gran obstinación, Fidel Castro condujo el destino cubano por los vericuetos de un ciclo histórico que definitivamente concluye con su muerte. Para Cuba, pues, se abre de par en par el porvenir — un porvenir incierto pero a la vez repleto de grandes oportunidades.
Los próximos 2 años serán decisivos: saldrá de escena Raúl Castro con su anunciada dimisión en 2018 a la presidencia de los Consejos de Estado y Ministros, iniciará el proceso de reestructuración constitucional que deberá remozar decisivamente el texto constitucional de 1976, comenzarán a sentirse los efectos de la nueva ley de inversión extranjera (Ley Núm. 118 de 2014) y una generación joven ajena a los prejuicios ideológicos del pasado tomará por vez primera las riendas de aquellas tierras por las cuales el Apóstol de Dos Ríos ofrendó hasta el último hálito de esperanza.
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