Ser dictador se ha puesto difícil últimamente. De hecho, incluso los que tienen vocación auténtica de desempeñar semejante vocación se ven obligados a proclamar que son demócratas e incluso LOS demócratas. Si Franco afirmó que su régimen era una democracia orgánica y Tito, Hoenecker, Hoxha y otros dictadores del Este de Europa insistían en que sus regímenes eran democracias populares, hoy todavía hay que andarse todavía más con pies de plomo. Permítanme, pues, con el permiso de este instituto que, por el contrario, se dedica a patrocinar la democracia real dar algunos consejos a aquellos que aspiran dichosamente a ser dictador y dictador de primera.
1. Declárese defensor de pobres y oprimidos. Da lo mismo si luego entra usted en la lista Forbes de millonarios y el pueblo anda mendigando un pedazo de pan. Proclámese caudillo de los parias de la tierra y adelante con los faroles. Por encima de todo y pase lo que pase, usted debe dar la imagen de ser el paladín por antonomasia de aquellos desposeídos por la fortuna.
2. Afirme su antiamericanismo. Entendámonos. Usted no tiene nada en contra – todo lo contrario – de los regímenes actuales de Cuba, Venezuela o Nicaragua, pero abomine a los Estados Unidos y no lo disimule. Levantar la supuesta bandera de la lucha contra el imperialismo yanqui siempre rinde beneficios. Aunque se dedique a agredir a otras naciones en medio mundo, africanos, hispanoamericanos, no pocos asiáticos y, desde luego, la mayoría de los españoles lo venerarán como un referente indiscutible. ¡Ahí es nada enfrentarse con el Goliat de las barras y las estrellas!
3. Prive al pueblo del fruto de su trabajo. Llevar a una sociedad a la prosperidad y dejarle en los bolsillos el dinero que ha ganado no suele ser agradecido en términos históricos. Sin embargo, reducirla a la pobreza es una conducta rezumante de ventajas. De entrada, la gente se asusta ante la realidad cotidiana y anda tan apurada por llegar a fin de mes que se le quita la política de la cabeza. Además aunque se manifiesten, no hay riesgos. Está por aparecer un régimen que haya caído porque la población pasa hambre. Por si fuera poco, con seguridad, detrás de esos gritos pidiendo pan – o papel higiénico – con seguridad se oculta la mano siniestra de la CIA. Aunque cueste creerlo, para muchos esas muestras de oposición que, en sí, no encierran el menor peligro constituyen un argumento de legitimidad añadida a su favor. Se le enfrentan la burguesía, los lacayos del imperialismo, los gusanos. ¿Puede caber mejor recomendación ante los biempensantes, no pocas organizaciones internacionales y, por supuesto, el papa Francisco?
4. Ofrezca metas etéreas en lugar de realidades tangibles. Ni se le ocurra tratar los problemas reales de la colectividad. A lo largo de la Historia, lo han intentado muchos y han fracasado. No se meta, pues, usted en semejantes jardines. Por el contrario, martillee incansablemente con la idea de que la miseria si existe está compensada por los avances en educación y sanidad. No importa que la primera sea un excre-instrumento dedicado únicamente al adoctrinamiento y que a la segunda se le muera la gente a la espera de ser atendida. La propaganda que sabe recoger los verdaderos logros del régimen se bastará y se sobrará para ocultar realidades desagradables.
5. Domestique a los medios. Con que les envíe a un inspector de impuestos o les corte la publicidad institucional, no habrá problemas. Hasta, con un poco de suerte, podrá evitarse encarcelar o fusilar a periodistas. A los más testarudos siempre les puede obligar a abandonar el país o ayudarles a tener un accidente. No faltarán los que opten por lo primero antes de que suceda lo segundo.
6. Mime a las fuerzas armadas. Aunque se presente usted como internacionalista, no olvide realizar el mayor número de referencias posibles a las batallas del pasado en las que su nación se enfrentó con España, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos o los pobres infelices de al lado. Ahora esas mismas fuerzas armadas, gloriosas y valientes – aunque no hayan ganado jamás una guerra – son el bastión frente al imperialismo. Naturalmente, la caridad entendida empieza por uno mismo y debe quedar claro que si hay tiros alcanzarán, en primer lugar, a sus conciudadanos.
7. Déjese querer. Aunque lo que le digan le entre por un oído y le salga por otro, abrace a papas, a reyes, a lamas, a todo el mundo. Que nadie llegue a creer que no dialoga aunque su vida esté cuajada de muertes de aquellos que se han atrevido a alzar la voz. Recuerde que lo importante no es ser digno de amor sino que ellos lo crean así y
8. Insista en su progresismo. Entendámonos: si llega el caso, puede encarcelar a creyentes, homosexuales o miopes. Precedentes para todos ya existen. Por añadidura, todo eso es secundario siempre que la propaganda deje negro sobre blanco que usted y su régimen progresan en el sentido de la Historia sea éste el que sea.
Créame, amigo aspirante a dictador, actúe así y, aunque no se llame Castro, tras su muerte como tirano, serán millones lo que llorarán desconsolados su tranquila muerte en la cama.
*Historiador y ensayista español
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