Carlos Sánchez Berzaín*
En el caso de Bolivia, como parte de las falacias, presentaron como indígena al mestizo boliviano Morales fruto de la Revolución Nacional de 1952; vendieron como campesino al productor cocalero y defensor del narcotráfico; lo disfrazaron de pacifista pretendiendo incluso el premio Nobel de la paz para el más violento caudillo responsable decenas de crímenes como cocalero y de más de veinte masacres sangrientas en su gobierno; dijeron que era aimara del individuo que no habla ninguna lengua nativa del territorio boliviano y menos el aimara; ofrecieron profundizar la democracia e impusieron su modelo dictatorial, confesando públicamente que “sometidos a la ley a veces casi no se puede hacer nada” y que “le mete no más”.
Evo Morales ofreció cambio y lo produjo pero para mal, pues representa corrupción, crisis, despilfarro de los recursos públicos, incapacidad, desinstitucionalización, dependencia, deuda, amenazas, presos políticos, perseguidos y exiliados políticos, menos libertad, periodistas despedidos, nuevos ricos por corrupción, menos transparencia, control de todos los poderes del estado, ausencia de estado de derecho, violación de los derechos humanos, fraude electoral, control de prensa, enajenación de los recursos y del patrimonio nacionales, sicariato judicial, inseguridad ciudadana, narco estado con incremento del consumo de drogas, dependencia.
Como todos los gobernantes del socialismo del siglo XXI (SSXXI), Evo Morales llegó al poder y lo ejerce en base a propuestas, ofertas, compromisos, promesas, proyectos y políticas, cuya falsedad e impostura están probados por la realidad objetiva. El proyecto castrochavista en América Latina presentó al jefe de los cocaleros de Bolivia como indígena democrático y -derrocamiento del presidente constitucional por medio- lo llevó a la Presidencia de la República de Bolivia para que la destruyera y suplantara con lo que hoy es su estado plurinacional. Luego de casi once años, convertido en dictador y derrotado en el referéndum del 21 de febrero pasado (21F), Evo Morales desafía al pueblo boliviano para permanecer indefinidamente en el poder, en lo que históricamente es su falacia final.
Una falacia es “engaño, fraude o mentira”. Es el “hábito de emplear falsedades en daño ajeno” y eso es precisamente lo que la metodología castrista ha impuesto como regla de acción política en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, sus países satélites del SSXXI. Se presentaron como liberadores de sus pueblos y los han sumido en la crisis y en la pobreza, retrasándolos por décadas; se ofrecieron como honestos servidores y antiimperialismo y sometieron a sus pueblos a la dependencia, el hambre, la miseria y el neo colonialismo; hablaron de desarrollo y convirtieron sus países en narco estados, países de tránsito y consumo de droga; propusieron independencia y han adquirido deudas indeterminadas que hipotecan las próximas generaciones
Cambió la República de Bolivia y la libertad de los bolivianos por un estado de modelo castrochavista para simular que hay democracia y perpetuarse en el poder. Reemplazaron las instituciones republicanas por el capricho de Evo Morales y su entorno complaciente y corrupto que se disputa el control absoluto de todo lo que pueda darle más poder y más dinero mal habido.
Entre los resultados se tiene a Bolivia entre los tres países más corruptos de la región, es el segundo productor de coca y cocaína del mundo, es una amenaza de seguridad y narcotráfico para todos sus vecinos, es parte de las cinco dictaduras del denominado SSXXI, en crisis económica creciente, no hay prensa libre, sin ningún indicio de transparencia, tiene más de 1.200 exiliados en seis países del mundo, centenas de perseguidos, decenas presos político y crímenes de estado. Evo Morales se jacta de haber roto el record de gobernar por más de diez años, sin explicar que para llegar a ese término ha cometido un verdadero “concurso delictivo”, desde delitos contra la moral pública, delitos contra la Patria, hasta delitos de lesa humanidad, dividiendo al pueblo boliviano, masacrando a los que resistieron y entregando la soberanía nacional con hechos armados perpetrados por intervención extranjera. El pueblo lo sabe y por eso lo llama “el gobierno de la mentira” y quiere que se vaya pronto Luego de haber impuesto su propia constitución y haberla violado para seguir de jefe de estado, el 21F el pueblo le dijo “no más Evo”, dándole una oportunidad de salida. Pero los dictadores no se van, por eso Morales ensaya ahora otra falacia para habilitarse nuevamente como candidato en la farsa electoral que tiene montada. Se trata de maniobras de apoyos sindicales y de movimientos alentados por la corrupción y el caciquismo, con sus autoridades electorales y judiciales listas para prevaricar, con propaganda nacional e internacional pagada, con costosos relacionistas públicos, lobbies y presiones de todo tipo. Es el aparato de la corrupción funcionando para sostener la “impunidad” como única garantía frente a la rendición de cuentas que reclaman los bolivianos. El terror oficialista es que si Evo deja el poder y se restablece la democracia, el entorno y los nuevos ricos de la “evoburguesía” no tienen escapatoria.
Por eso, aún si la manipulación resulta, Evo Morales no podrá beneficiarse de ella porque ya no existen condiciones sociales, políticas, económicas, ni internacionales. El SSXXI está en su etapa terminal y su dictador cocalero no es la excepción. Para Evo Morales es solo una falsedad más y está acostumbrado a ser exitoso mintiendo, pero para los bolivianos es la falacia final.
*Abogado y Politólogo. Director del Interamerican Institute for Democracy.
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