30 de mayo de 1961. Día martes. 9.45 de la noche. La novedad, reiterada por los despachos informativos internacionales, trascendió, atronadora y reverberantemente, en la geografía mundial: Rafael Leónidas Trujillo Molina, “Chapitas”, “El Chivo”, “El Generalísimo”, “El Jefe”, había sido ajusticiado en la carretera que conduce a San Cristóbal, desde Santo Domingo, capital de República Dominicana. El automóvil, en que viajaba, acusó más de 60 impactos de proyectil; el cuerpo del, mal llamado, “Semidios dominicano”, 9. Dejó de existir, reitero, Rafael Leónidas Trujillo Molina, próximo a cumplir 70 años, uno de los detestables, perversos, pérfidos, crueles, y viles que, tristemente, ostentan la celebridad, por haber sido presidente en uno de los países que conforma el planisferio latinoamericano; las atrocidades cometidas sumieron en el terror y el espanto a la República Dominicana. El comando que concretó el atentado contra el despiadado esbirro, lo integraron Modesto Díaz, Salvador Estrella, Antonio de la Maza, Amado García Guerrero, Manuel Cáceres, Juan Tomás Díaz, Roberto Pastoriza, Luis Amiana, Antonio Imbert, Pedro Livio Cedeño, y Huáscar Tejeda.
Trujillo, en el lapso comprendido entre 1930 y 1961, presumió la banda presidencial de la nación caribeña en 2 oportunidades: 1930- 1938, y 1942- 1952. El 16 de agosto de 1930 sucedió a Rafael Estrella Ureña; y, 12 años después, el 18 de mayo de 1942, reemplaza como titular del Poder Ejecutivo dominicano a Manuel de Jesús, Troncoso de la Concha. Destaco que, el 30 de mayo de 1938, fue emplazado por Jacinto Bienvenido Peinado; y, llama poderosamente la atención, que el 16 de agosto de 1952 Héctor Bienvenido Trujillo Molina, su hermano, se inviste como Presidente de República Dominicana.
Insisto en lo anterior, y ofrezco disculpas por el desliz narrativo, pero no deseo eludir el dato, sino reflexionar sobre este: “Un hermano releva al otro, y ocupa la silla presidencial; el hermano menor, sustituye al hermano mayor; o sea, el hermano mayor, metafóricamente, obsequia el país, al hermano menor”. Acoto lo anterior, porque, según propias deducciones, es característica, endémica, me atrevo a asegurar, de las administraciones que rigen a las islas comprendidas en el Mar Caribe.
Reemprendo el motivo de esta descripción, ofreciendo, una vez más, excusas por el desvarío literario.
Trujillo, y aún en los años que ejerció la Presidencia de la República, fue el “hombre duro de Dominicana”; hizo a su antojo, y deshizo a su capricho. Padecía de una megalomanía excesiva; megalomanía que, a su vez, provocó que su política de gobierno fuera marcada por el culto a personalidad a tal punto que ordenó que Santo Domingo cambiara su nombre por el de “Ciudad Trujillo”. Trujillo que era apodado, además, “Chapitas” ya que jamás hizo aparición pública sin exhibir sus cientos de condecoraciones; Trujillo que era apodado, también, “El Chivo”, al considerar que las mujeres eran su gran debilidad; era algo así “como una especie de macho cabrío dentro del gran rebaño dominicano”.
Pero “El Generalísimo” no solo fue megalómano y promotor del culto a personalidad, sino un vulgar asesino, un experto criminal, un sabio homicida, un extremo victimario. Existen 2 hechos, 2 funestos y fatídicos hechos que testifican lo anterior: El Genocidio de 1937 o La masacre de Perejil, y el asesinato de las hermanas Mirabal.
Es históricamente reconocido que Rafael Leónidas Trujillo estaba satanizado por un exacerbado sentimiento “antihaitiano”. Odio. Aversión. Animadversión. Aborrecimiento, exudaba hacia los inmigrantes provenientes de Haití, nación fronteriza con República Dominicana. Tanta era la fobia hacia esos seres humanos que ordenó, cruel y sanguinariamente, la matanza de 30 mil haitianos, trabajadores agrícolas, entre los días 3 y 8 de octubre de 1937. En ese lapso la policía dominicana, cumpliendo estrictamente lo estipulado por “egregio” gobernante, se personó en los asentamientos donde estos residían con el pretexto de echarlos del país, pero no. Eso nunca sucedió. Expulsarlo fue el pretexto, asesinarlos, el suceso real. Hombres, niños, mujeres y ancianos fueron exterminados por las fuerzas policiales dominicanas que, indistintamente, usaron pistolas, rifles, cuchillos y hachas. La Masacre de Perejil afectó a un segmento de migrantes de bajo poder económico y sin influencias políticas, por lo que el gobierno haitiano, y su elite social, no mostró indignación alguna por lo sucedido. El pago de 525 mil dólares la indemnización que hizo Trujillo, de una cantidad inicial que ascendía a 750 mil dólares.
Las hermanas Patria, Minerva, y María Teresa Mirabal, eran iconos de la resistencia dominicana. Las hermanas Mirabal, habían manifestado, incluso públicamente, su antipatía hacia “El Generalísimo”. Las hermanas Mirabal que regresaban de visitar a sus esposos que, por no poseer una ideología acorde a la política “Trujillista”, guardaban prisión en infrahumanas condiciones. Las hermanas Mirabal regresaban, pero no llegaron a su lugar de destino. El auto que las conducía fue interceptado por un móvil policial, y, ellas, junto al chofer, conminadas a acompañar a los agentes del orden. Minutos más tarde, Patria, Minerva, y María Teresa, fueron apaleadas, y brutalmente asesinadas; sí, porque en el caso de las hermanas y el chofer, que también perdió la vida, no se empleó armas de fuego, ni tampoco armas punzantes, solo garrotes, y a garrotazos fueron arrancadas de la vida terrenal. Sucedió el 25 de noviembre de 1960.
Reitero para concluir, han transcurrido más de 5 décadas del ajusticiamiento de Trujillo, y aún, el pueblo dominicano, llora a sus desaparecidos. Se han vivido 10 lustros, y aún el pueblo dominicano, busca explicación lógica al calvario que le correspondió vivir entre 1930 y 1961. “La Era Trujillo” no se omite, ni se relega, ni se posterga; “La Era Trujillo” se plañe, se gime, se lamenta, como muestra fehaciente de los límites que puede rozar, y sobrepasar, los regímenes dictatoriales que, para vergüenza de unos y tribulaciones de otros, han sobrevivido en esta era, no precisamente, redundo, “La Era Trujillo”, sino “La Era de la Democracia”.
Válida aclaración: Los desmanes cometidos por Rafael Leónidas Trujillo, y sus acólitos, fueron expuestos por los escritores Mario Vargas Llosa y Julia Álvarez, en “La fiesta del chivo” y “En el tiempo de mariposas”, respectivamente; “La fiesta del chivo” fue llevada al cine por Luis Llosa, mientras que la versión fílmica de “En el tiempo de mariposas” la dirigió Mariano Barroso. La ONU, por su parte, estableció que cada 25 de noviembre se conmemore el Día Internacional de la No Violencia Contra la Mujer, perpetuando la memoria de Patria, Minerva y María Teresa, las hermanas Mirabal.
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