POR EDDY PEREYRA ARIZA
La propaganda política, como instrumento dirigido a orientar,
excitar y manipular el pensamiento social, busca influir en la conducta
y en el sistema de valores de las personas, con la intención de
apuntalar una determinada opinión ideológica o política. Sigue la
preferencia y el movimiento de la sociedad, sin dejar de ser la técnica
científica que Jean Jacques Chevalier ha interpretado como “uno de los
fenómenos más impresionantes e inevitables de nuestra época; que por ser
dominante por naturaleza, discurre con acrecentada tendencia al
totalitarismo”. Su meta ha sido obtener el apoyo o el rechazo de la
población, apelando a argumentos emocionales, más que racionales,
porque el instinto y las emociones son los polos de las acciones
políticas, no la lógica ni el razonamiento. Así lo asume, Carlos Luis
Napoleón Bonaparte III, cuando establece que “uno conmueve a las masas
mediante el corazón, nunca mediante la fría razón.” Hubo siempre
personas con tendencia a la dominación y otras propensas a la sumisión
y, según Kimball Young en su obra “Psicología Social”, aún en las
formas de vidas inferiores se desarrolla una jerarquía de dominio y de
sumisión en que los miembros más viejos y fuertes, llegan a mandar y
dominar a sus demás congéneres. La organización humana es forjada en
torno al poder, siendo éste el gran objetivo de los hombres y de los
pueblos. En su ámbito se arremolinan las multitudes y las
individualidades. Esto se explica en función del ansia de dominio del
ser humano. Muchas cosas han girado alrededor de ese ímpetu o impulso
humano, que Fredrich Nietzsche llama la voluntad de poder. Los que lo
promueven, en cualquier sistema, inquieren siempre la estimulación de
voluntades, bajo la invocación de una idea motivadora, suficientemente
atractiva, como para movilizar a la gente alrededor de un propósito
común. El sentido del poder no está orientado a exigir obediencia por
la fuerza, debido a que la experiencia ha demostrado, cada vez más, que
la represión genera reacciones rebeldes e incontrolables de parte de las
personas y poblaciones. En algunos casos, ésta ha tenido éxitos, pero
no duraderos. Por esta y otras razones, surge como necesidad política
inaplazable la de reproducir ese arte, que es la propaganda, capaz de
contribuir por medio del manejo de la conducta social, al sometimiento
y mantenimiento del poder político, con la menor intervención posible
del uso excesivo de la fuerza. Entonces, la propaganda emerge como el
fenómeno político del Siglo XX, el medio de control social que produce
el armamento psicológico del poder, para vender una idea, una acción o
un perfil en el mercado político electoral, así como, mantener una
buena imagen ante la sociedad. PIONEROS En República Dominicana, es el
dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina y sus colaboradores, los que
desentrañaron los secretos y los influjos de la propaganda política
moderna, empleada como efectivo lavado cerebral sobre la población
civil. La operaron con impresionante destreza para triunfar y detentar
el poder. Trujillo Molina implantó un régimen autoritario pero mantuvo
la preocupación de justificar las actuaciones de su dominio y así
salvaguardar su base social y la imagen del contenido ético del Estado.
Mientras, el instrumento represivo del gobierno operaba con su
naturaleza violenta, el aparato ideológico funcionaba por medio de las
ideas para conquistar, conformar a los sojuzgados y evitar que perciban
su estado de opresión. El trujillismo reprodujo una ideología dominante,
que actuó como encerado para mantener fluidas las relaciones sociales,
proporcionando el consenso social necesario, mediante la justificación
del predominio de su dictadura. El dictador tuvo en sus manos el
aparato coercitivo del Estado, (Ejército, Policía, Justicia),
destinados a hacer que las masas estén sojuzgadas, sometidas al sistema
autocrático de gobernar que implantó. Pero utilizó cuatro
instituciones esenciales en la difusión de la ideología trujillista: la
Iglesia, la educación escolar, los medios de comunicación y el Partido
Dominicano. La función de la hegemonía, realizada por la propaganda
trujillista, fue asumida, entonces, por los intelectuales, sacerdotes,
maestros, funcionarios del gobierno y militantes del Partido. La
dictadura de Trujillo, tuvo una característica singular: fue la única en
América Latina que usó la persuasión, por vía de la propaganda
política, para sostener su dominio, por encima de la represión física.
Dándole, un orden a esos valores, la fuerza jugó un su rol en la
aplicación, pero el aparato ideológico de Trujillo, montado en su
tribuna de difusión, constituyó la sustancia fundamental del poder
político. Con la fuerza puede mantenerse el poder, en base al miedo y el
castigo, pero no se logra la adhesión espontánea, duradera y masiva.
El doctor Paúl Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda del régimen
alemán nazi, afirma en su discurso del 6 de septiembre del 1934 en el
Congreso de Neurembens, Alemania, que: “Quizás sea bueno el poder que
reposa sobre la fuerza de las armas. Pero es mejor y más perdurable
ganarse el corazón de un buen pueblo y conservarlo”. Harold Lasswell, en
sus reflexiones sobre “Propaganda Techniques in the World War (Técnicas
de propaganda en la Guerra Mundial, 1927), afirma que la propaganda,
sobre todo, a través de los nuevos medios de comunicación, permite
conseguir la adhesión de los ciudadanos a unos planos políticos
determinados sin recurrir a la violencia, si no, mediante la
manipulación. Asimismo, entiende la comunicación en términos
propagandísticos, como la forma más eficaz de mediación. Está
comprobado, que el apoyo político invariable se obtiene a través del
convencimiento. Con las armas se obliga y con el dinero se compra, pero
este último hay que utilizarlo de manera constante, porque si se deja de
apuntar con el fusil o se deja de pagar las monedas, los soportes
sociales finalmente se van gastando, hasta derrumbarse. DIOS Y
TRUJILLO Trujillo sustrajo de las ideas teocráticas, que la naturaleza
da a los hombres autoridad sobre sus semejantes y rechazó la tesis de
que la fuerza por sí sola, pudiese ser la columna principal del mando
político. Por eso, su desmedido afán por sobresalir y encumbrar su
imagen, hasta lo divino como el slogan “Dios y Trujillo. Ese poder
político que logró el autócrata, mantenido por el rito de la propaganda
política como control social, fue lo que permitió superar las barreras
de los 30 años, a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, que,
de alguna manera, sigue presente.
Muy buen articulo, quisiera escribirle al autor, por favor podrían facilitarme su email?
ResponderEliminarExcuse licenciado, hoy fue que vimos su comentario. La verdad este artículo lo reproducimos de otro diario, no conocemos al autor .
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