Al Quds al Arabi
Bashar al-Asad puede bailar sobre los escombros de Alepo, entrar con su ejército y las milicias de sus aliados fundamentalistas en la ciudad, vengarse de su ciudadela y destruir la tumba de Al-Mutanabbi [1], anunciando su victoria sobre la bella ciudad y lo que queda de ella.
Por su parte, los países árabes y regionales que han arrasado el levantamiento popular sirio con dinero, petróleo, gas y armas inservibles, pueden cantar, incluso viendo cómo sus seguidores son derrotados, porque han logrado abortar la idea de la libertad y la dignidad del ser humano que hizo que cientos de miles de sirios ocuparan las calles con sus proclamas y su muerte, que han tomado el cielo.
Putin puede jactarse de que la intervención de sus aviones, expertos y maquinaria de destrucción que posee Rusia ha convertido Siria en un Grozni y ha hecho realidad el deseo del pequeño dictador sirio, que había lanzado el siguiente lema: “Asad o quemamos el país”.
La diplomacia estadounidense puede dar al mundo una lección de escoria, indignidad y palabras vacías de significado, mientras presencia cómo ha logrado destruir Siria con un coste mucho menor que el que tuvo la destrucción de Iraq.
El déspota sirio ha destruido su país con sus propias manos, apoyándose en una negra alianza regional e internacional, y cree que recuperará sobre la destrucción de Siria un atípico Imperio Ruso o el sueño imperial iraní.
El Israel racista del Likud puede sentirse embriagado ante la visión de la destrucción del Bilad al-Sham a manos del dictador.
Por último, los fundamentalistas pueden estar orgullosos de que su represión del pueblo sirio en aquellas zonas en las que tomaron el control no ha sido menos salvaje que la represión del régimen. Cuando pisaron la bandera de la revolución siria, estaban pisando el sueño democrático. Con ello, acumularon una nueva experiencia cruenta que les capacitó para jugar nuevos papeles ante sus dirigentes directos e indirectos.
Todos los asesinos y carniceros se han reunido para asesinar a Siria y humillar a su pueblo. Cuando se secuestra a Razan Zaitouneh y Samira Khalil en Duma, gobernada por el Ejército del Islam, cuando los fundamentalistas solo elevan lemas de humillación a la mujer siria, cuando las únicas preocupaciones de Daesh son el cautiverio, el asesinato y la destrucción, estamos ante una escena que reformula el salvajismo de la prisión de Tadmor [2], la insistencia de los shabbiha del régimen en obligar a los detenidos a divinizar a Asad, la celebración del asesinato, la violación y la humillación que dominan a la perfección los shabbiha mientras asolan Siria y convierten el recuerdo de Timurlán en una escena del presente.
Alegraos, asesinos y carniceros, tenéis derecho a ello. Siria es el punto de inflexión que anuncia el fin de los valores morales y humanos, y la entrada del mundo, encabezado por el occidente estadounidense, en un túnel de salvajismo y racismo.
No queremos culpar a nadie. El pueblo sirio estalló en una revolución noble que fue modelo de la voluntad, firmeza y capacidad de sacrificio de un pueblo en su enfrentamiento con la dictadura y el despotismo. Las manifestaciones en las ciudades y pueblos de Siria, sus lemas nacionales que fueron reprimidos por balas, asesinato, tortura y humillación, fueron un claro anuncio de que la llamada de la verdad y la libertad puede crear su propio lenguaje, a pesar de todo.
No queremos culpar a nadie. Bueno sí, tenemos que preguntar a quienes se elevaron como dirigentes incapaces de dirigir, y se dejaron llevar por la ilusión de una intervención extranjera, lanzándose, al menos algunos de ellos, en los brazos del tiempo del petróleo y el despotismo árabe, comiéndose a la revolución desde fuera, por medio del dinero, las armas y el pensamiento fundamentalista oscurantista. El pueblo sirio se encontró solo en su enfrentamiento contra los instrumentos ciegos de la muerte. Sí, tenemos que revisar nuestra cultura de forma radical, no porque sea un mero problema cultural, pues es un problema político y económico en primera instancia, sino para reconfigurar las élites políticas y de pensamiento, que han de llevar la herencia de esta sangre siria y convertirla en un hecho histórico mediante la compenetración con la gente y siendo partícipes de su dolor y sufrimiento. Así convertiremos este asesinato y este gran dolor en una historia a través de la cual veamos un futuro construido por la libertad. Sí, no debemos perdonar a los asesinos y carniceros, y debemos juzgarles ante nuestra conciencia nacional en todo momento, hasta que llegue su cita con la Justicia. Sí, no debemos olvidar las largas caravanas de muertos bajo tortura y asesinados, las imágenes de niños bajo los escombros, el sufrimiento de millones de refugiados y el lamento de las ciudades a las que le han arrancado la vida.
Los asesinos pueden cantar, pues el fascismo llena el mundo. El nuevo presidente estadounidense personifica la descortesía, el salvajismo capitalista y la venganza del hombre blanco, pues ve en el dictador árabe que ha destrozado su país al mejor aliado para que continúe la decadencia, humillación y frustración de los árabes. En ello coincide con el Zar ruso y el fascista sionista, que no ven en nuestros países más que la destrucción que provoca el desierto de sangre. Los sirios y las sirias, que nos han enseñado lo que son el sacrificio y el orgullo, son testigos hoy de la destrucción de nuestro tiempo, pero saben que las victorias del despotismo, el fascismo y los fundamentalismos ciegos no son más que una ilusión.
Es cierto que las imágenes de destrucción han cegado los ojos, y que las gargantas han sido cortadas, los cadáveres de los niños han sido deformados y la dignidad humana ha sido ocultada por el polvo de los bombardeos. Sin embargo, lo que los dictadores desconocen es que quien juega con la destrucción terminará siendo víctima de ella, y que su alegría hoy ante la destrucción de una tierra y un pueblo, es un instante que no puede durar. El pueblo que rompió el muro del miedo y se vistió de libertad, no volverá al tiempo de la oscuridad, por muy fuerte que sea la brutalidad. El pueblo que derribó las estatuas del dictador no las levantará de nuevo, aunque todas las fuerzas sobre la Tierra vengan a ello. El pueblo al que se humilla hoy en tiendas para refugiados y en las ciudades sirias totalmente asoladas no aceptará la humillación. El dictador fantasea con que ha vencido, y sí, ha vencido, pero su victoria será una ilusión y verá que nadie puede jugar con la muerte para siempre.
Ahora es el momento del dolor, pero no el de la desesperación. Es el inicio de un tiempo después de la desesperación, que debemos construir con paciencia e insistencia en el sueño de la libertad.
Notas:
Por su parte, los países árabes y regionales que han arrasado el levantamiento popular sirio con dinero, petróleo, gas y armas inservibles, pueden cantar, incluso viendo cómo sus seguidores son derrotados, porque han logrado abortar la idea de la libertad y la dignidad del ser humano que hizo que cientos de miles de sirios ocuparan las calles con sus proclamas y su muerte, que han tomado el cielo.
Putin puede jactarse de que la intervención de sus aviones, expertos y maquinaria de destrucción que posee Rusia ha convertido Siria en un Grozni y ha hecho realidad el deseo del pequeño dictador sirio, que había lanzado el siguiente lema: “Asad o quemamos el país”.
La diplomacia estadounidense puede dar al mundo una lección de escoria, indignidad y palabras vacías de significado, mientras presencia cómo ha logrado destruir Siria con un coste mucho menor que el que tuvo la destrucción de Iraq.
El déspota sirio ha destruido su país con sus propias manos, apoyándose en una negra alianza regional e internacional, y cree que recuperará sobre la destrucción de Siria un atípico Imperio Ruso o el sueño imperial iraní.
El Israel racista del Likud puede sentirse embriagado ante la visión de la destrucción del Bilad al-Sham a manos del dictador.
Por último, los fundamentalistas pueden estar orgullosos de que su represión del pueblo sirio en aquellas zonas en las que tomaron el control no ha sido menos salvaje que la represión del régimen. Cuando pisaron la bandera de la revolución siria, estaban pisando el sueño democrático. Con ello, acumularon una nueva experiencia cruenta que les capacitó para jugar nuevos papeles ante sus dirigentes directos e indirectos.
Todos los asesinos y carniceros se han reunido para asesinar a Siria y humillar a su pueblo. Cuando se secuestra a Razan Zaitouneh y Samira Khalil en Duma, gobernada por el Ejército del Islam, cuando los fundamentalistas solo elevan lemas de humillación a la mujer siria, cuando las únicas preocupaciones de Daesh son el cautiverio, el asesinato y la destrucción, estamos ante una escena que reformula el salvajismo de la prisión de Tadmor [2], la insistencia de los shabbiha del régimen en obligar a los detenidos a divinizar a Asad, la celebración del asesinato, la violación y la humillación que dominan a la perfección los shabbiha mientras asolan Siria y convierten el recuerdo de Timurlán en una escena del presente.
Alegraos, asesinos y carniceros, tenéis derecho a ello. Siria es el punto de inflexión que anuncia el fin de los valores morales y humanos, y la entrada del mundo, encabezado por el occidente estadounidense, en un túnel de salvajismo y racismo.
No queremos culpar a nadie. El pueblo sirio estalló en una revolución noble que fue modelo de la voluntad, firmeza y capacidad de sacrificio de un pueblo en su enfrentamiento con la dictadura y el despotismo. Las manifestaciones en las ciudades y pueblos de Siria, sus lemas nacionales que fueron reprimidos por balas, asesinato, tortura y humillación, fueron un claro anuncio de que la llamada de la verdad y la libertad puede crear su propio lenguaje, a pesar de todo.
No queremos culpar a nadie. Bueno sí, tenemos que preguntar a quienes se elevaron como dirigentes incapaces de dirigir, y se dejaron llevar por la ilusión de una intervención extranjera, lanzándose, al menos algunos de ellos, en los brazos del tiempo del petróleo y el despotismo árabe, comiéndose a la revolución desde fuera, por medio del dinero, las armas y el pensamiento fundamentalista oscurantista. El pueblo sirio se encontró solo en su enfrentamiento contra los instrumentos ciegos de la muerte. Sí, tenemos que revisar nuestra cultura de forma radical, no porque sea un mero problema cultural, pues es un problema político y económico en primera instancia, sino para reconfigurar las élites políticas y de pensamiento, que han de llevar la herencia de esta sangre siria y convertirla en un hecho histórico mediante la compenetración con la gente y siendo partícipes de su dolor y sufrimiento. Así convertiremos este asesinato y este gran dolor en una historia a través de la cual veamos un futuro construido por la libertad. Sí, no debemos perdonar a los asesinos y carniceros, y debemos juzgarles ante nuestra conciencia nacional en todo momento, hasta que llegue su cita con la Justicia. Sí, no debemos olvidar las largas caravanas de muertos bajo tortura y asesinados, las imágenes de niños bajo los escombros, el sufrimiento de millones de refugiados y el lamento de las ciudades a las que le han arrancado la vida.
Los asesinos pueden cantar, pues el fascismo llena el mundo. El nuevo presidente estadounidense personifica la descortesía, el salvajismo capitalista y la venganza del hombre blanco, pues ve en el dictador árabe que ha destrozado su país al mejor aliado para que continúe la decadencia, humillación y frustración de los árabes. En ello coincide con el Zar ruso y el fascista sionista, que no ven en nuestros países más que la destrucción que provoca el desierto de sangre. Los sirios y las sirias, que nos han enseñado lo que son el sacrificio y el orgullo, son testigos hoy de la destrucción de nuestro tiempo, pero saben que las victorias del despotismo, el fascismo y los fundamentalismos ciegos no son más que una ilusión.
Es cierto que las imágenes de destrucción han cegado los ojos, y que las gargantas han sido cortadas, los cadáveres de los niños han sido deformados y la dignidad humana ha sido ocultada por el polvo de los bombardeos. Sin embargo, lo que los dictadores desconocen es que quien juega con la destrucción terminará siendo víctima de ella, y que su alegría hoy ante la destrucción de una tierra y un pueblo, es un instante que no puede durar. El pueblo que rompió el muro del miedo y se vistió de libertad, no volverá al tiempo de la oscuridad, por muy fuerte que sea la brutalidad. El pueblo que derribó las estatuas del dictador no las levantará de nuevo, aunque todas las fuerzas sobre la Tierra vengan a ello. El pueblo al que se humilla hoy en tiendas para refugiados y en las ciudades sirias totalmente asoladas no aceptará la humillación. El dictador fantasea con que ha vencido, y sí, ha vencido, pero su victoria será una ilusión y verá que nadie puede jugar con la muerte para siempre.
Ahora es el momento del dolor, pero no el de la desesperación. Es el inicio de un tiempo después de la desesperación, que debemos construir con paciencia e insistencia en el sueño de la libertad.
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