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La muerte de Rafael Leónidas Trujillo Molina, la noche del 30 de mayo del 1961, significó la desaparición física del Jefe y el derrumbe de una tiranía. Trujillo produjo más daño y dolor que bienestar social. Sus crímenes horrendos, sus torturas, su gobierno despótico y dictatorial maltrató y humilló a muchas familias. Su obra de odio, maldad y sangre marcó la conducta normal de su tiránica administración. Se habla de más de 50 mil muertos en su régimen.
Su peor legado es haber institucionalizado el crimen desde el Estado, el latrocinio , la delincuencia, y mantener la ignorancia y la miseria de la población más pobre . Todo el modelo macroeconómico faraónico que heredamos hoy, que eterniza la miseria, porque estrangula la población más pobre, sin desarrollo humano, es originario de la tiranía de Trujillo. Nunca pagó salarios decentes ni desarrolló la educación. Lo mismo que ahora. En materia de políticas sociales y económicas vivimos en plena Era de Trujillo.
Un grupito de funcionarios, el dictador y su familia eran los únicos con derecho a la prosperidad, al despilfarro y al derroche de los fondos públicos. El mismo modelo de la democracia con Joaquín Balaguer, con el PRD y con el PLD y el presidente Leonel Fernández. Faraonismo y macroeconomía estable, sin impacto social.
Su muerte fue el final de la dictadura, el derrumbe completo de una era de opresión, muertes y abusos, que tuvo como punto culminante el salvaje y brutal asesinato de las hermanas Mirabal y el periodista español José Galindez. Con los crímenes y torturas más horrendos ocurridos en la cárcel de la 40, el martes 30 de mayo de 1961, desapareció físicamente el tirano y se derrumbó aquel régimen oprobioso. Pero no el trujillismo como cultura, ideología y visión social mezquina del Estado frente a la mayoría de la población. Ese trujillismo sigue vigente, sigue vivo en la democracia.
Trujillo edificó muchas obras. Es cierto. Creó el sistema financiero y fundó el capitalismo. Hizo toda la infraestructura vial y hospitalaria. Pagó la deuda externa. Creó el Banco Central y el Banco de Reservas. Hizo mucho. Pero fue una sola administración de 31 años, equivalente a ocho períodos de gobiernos democráticos consecutivos. Bien analizados, los logros del trujillismo no son tan extraordinarios como los quieren presentar sus defensores y familiares. Cumplió deberes fundamentales del Estado moderno en cualquier Nación. Tampoco es como para perdonarlo, justificar sus crímenes y mandarlo a la Gloria.
La pregunta que todos debemos formularnos es la siguiente: ?Ocho presidentes democráticos lo habrían hecho igual, mejor o peor?. Quizás mucho mejor, y con libertad y respeto a la vida. Entonces, sus logros no son tantos ni tan significativos. Mucho menos al precio de sangre y dolor que debió pagar la Nación. En material de obras, Leonel, Balaguer y Trujillo están en la misma página de la historia. Son modelos idénticos. Son peores que Trujillo en corrupción por cuestión de tiempo.
No podemos decir que hace falta un Trujillo y que no valió la pena haber matado al dictador 50 años después y darle paso a una era de libertad de hablar y elegir nuestros gobernantes. Porque en la democracia haya muchos trujillitos, enriquecidos a la sombra del Estado. Trujillo y su corte era un grupo reducido de ladrones y matones. Es verdad que ahora es masiva la fuerza de la impunidad y la corrupción. Pero podemos combatirla, denunciarla y corregirla con el poder del voto y de la prensa.
¿Ha sido la democracia peor que Trujillo? En algunos aspectos sí. Pero eso no justifica ninguna dictadura. La democracia, la libertad, es preferible siempre. Por más incompetente y decepcionante que sea. Porque el votante tiene la palabra para castigar sus malos gobernantes en las urnas. Siempre puede escoger algo mejor. Pero siempre elegimos lo peor. Al menos malo. No al bueno.
No sabemos elegir o tenemos los ojos cerrados por los de arriba con la pobre inversión en educación. Exactamente igual de pésima y desastrosa en los trece gobiernos de la era democrática post-trujillista con la gobernabilidad administrada por el PLD (tres períodos, 12 años), PRD (tres períodos, 12 años y PRSC (seis períodos, 22 años). Como quiera es preferible a la dictadura. Lo demuestran las grandes democracias contemporáneas, como Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania. Aunque en todas partes hay muchos problemas.
Apenas hemos tenido 12 gobiernos democráticos, en 50 años, después del ajusticiamiento de Trujillo. Si no contamos los siete meses del primer presidente e electo Juan Bosch (1963), derrocado por los gorilas del trujillismo, el triunvirato de Donald Reid Cabral ni la gestión de Francisco Alberto Caamaño Deñó (1965) ni la transición hacia el balaguerismo con Héctor García Godoy, tras la Guerra de Abril de 1965.
Es de suma importancia establecer los compromisos de Estado contraídos por Balaguer con el trujillismo. Porque es bien claro: Balaguer gobernó con las botas de Trujillo. No es nada nuevo. Pero que lo admita la familia Trujillo le da categoría de un hecho histórico consumado. Y explica todo el comportamiento militar y civil posterior desde el poder, especialmente en los doce años, 1966-1978. Todo el abuso de la era oscura y sangrienta del balaguerismo fue planificado. Que luego, retornado al poder por el PRD, liberalizó un poco sus mandatos en 1986-1994. Pero un gobernante malo, en democracia, al servicio del trujillismo.
Lo importante es ver ahora en qué forma ha podido perpetuarse el trujillismo en la sociedad dominicana actual, desde la caída del dictador hasta nuestros días. A partir de esa alianza estratégica Balaguer-Trujillo. Que se ha mantenido en lo ideológico-cultural, en las políticas públicas clientelistas, en el manejo del presupuesto y los recursos del erario público, en la corrupción y en la impunidad, con la presencia en el poder de los partidos gobernantes de la era democrática, llamados a producir el cambio, el relevo generacional, con el PRD y el PLD y sus respectivos gobiernos. Sólo hay que mirar las babilónicas villas de riqueza y los tugurios de la pobreza.
Queda demostrado, si es que hacía falta esa demostración, que el nacimiento de la democracia, trae como secuela , pese al ajusticiamiento de Trujillo, la permanencia del trujillismo, como escuela de teoría y práctica política de Estado, algo que se refleja en la superestructura de la sociedad, en la clase media y las clases bajas, así como en la conducta caudillista y mesiánica de nuestros gobernantes, amaestrados en el seguimiento de adhesión al trujillismo en muchas de sus manifestaciones políticas, ideológicas y culturales.
Podemos palpar trujillismo en la violencia intrafamiliar y los altos niveles de criminalidad en la sociedad dominicana de hoy, con la muerte de más de 200 mujeres al año, como secuela directa del machismo a ultranza y el mal ejemplo que brindan desde arriba las autoridades judiciales con la impunidad y la tolerancia absoluta a la corrupción y el crimen como herencia fatal del trujillismo.
El servilismo político hacia la autoridad establecida, el guapismo como demostración de fuerza, hombría y valentía, el exceso de autoridad militar, el autoritarismo civil, el jefismo y el abuso de poder, son expresiones claras de una nación que todavía vive inmersa, en muchos aspectos, en la mentalidad del trujillato.
Es que el trujillismo es un modelo de ejercicio del poder todavía vigente, vivo, y con mucha fuerza en el país. No importa quién gobierne. El afianzamiento del paternalismo, el endiosamiento de los gobernantes de turno, está presente en esa cultura del trujillismo, la biblia de la clase gobernante dominicana en el manejo político del Estado. Es trujillismo lo que impera en los cuarteles, con los altos mandos militares ricos, y con veinte guardaespaldas para cuidar sus fincas, una manera de reproducir el perfil del Jefe.
Si miles de dominicanos mueren ametrallados por la Policía en los denominados “intercambios de disparos”, en pleno Siglo XXI, eso es secuela del trujillismo más puro en la democracia, en flagrante violación a los derechos humanos. La justicia es ajena a ese permanente pelotón de fusilamiento. Es que la conducta político-militar frente a los civiles sigue normada por el abuso de poder, el atropello del militarismo rancio que mantiene los patrones trujillistas como estandarte en muchos estamentos de las Fuerzas Armadas y la Policía, en la conducta práctica, con violaciones elementales a su Ley Orgánica de los cuerpos militares y policiales.
La tarjeta de un oficial militar tiene más categoría de ley que los principios constitucionales. Esas “tarjeticas” tienen más influencia y más poder que cualquier legislación establecida. El jefismo, una categoría histórica en el país, coloca en funciones públicas a personajes incompetentes por pura influencia política, en desprecio de profesionales académicos y preparados. Civiles y militare. E so es puro trujillismo.
Sin esas prácticas de transferencia de la influencia y el poder, José Figueroa Agosto probablemente jamás habría penetrado tan hondo como lo hizo en los más altos niveles de la sociedad civil ni en los estamentos militares corrompidos por el narcotráfico. La vuelta al trujillismo no es más que una expresión de descontento, válida frente al deterioro profundo de la autoridad Por la crisis derivada de la impunidad compartida por el tripartidismo. Es una expresión de desahogo nacional, ante la impotencia. Lo que la gente quiere es más autoridad, más respeto a la ley y más orden con justicia social. No más Trujillo.
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