Por Carlos Arredondo Sibaja.
Debemos ir a Cuba mientras Fidel está vivo… Para regresar cuando haya muerto y ver si hay alguna diferencia”.
Seguramente no fuimos los primeros en concebir la fórmula y considerarla una buena idea. Cyntia –mi esposa– y este opinador barajamos la posibilidad en alguno de los numerosos momentos en los cuales nos hemos sentado a discutir sobre nuestra pasión compartida por los viajes.
En algún momento del 2015 ella tomó la decisión: “nos vamos a recibir el año nuevo a La Habana y a celebrar el aniversario de la Revolución”, me dijo, palabras más, palabras menos… Y se arrancó haciendo maletas, buscando vuelos y cuartos de hotel en una sobre congestionada isla a la cual, luego nos enteraríamos, a media humanidad se le ocurrió ir ese fin de año.
Al final de nuestra experiencia caribeña, ambos terminamos más o menos en el mismo punto donde estábamos antes del viaje: Cyntia sigue siendo una fan –más o menos moderada– de la Revolución y para mi sigue siendo imposible reconocerle mérito alguno al régimen dictatorial instaurado por los hermanos Castro, o considerarlo una experiencia valiosa de la historia humana.
Los acólitos de Fidel y quienes, en aras de una extraviada concepción de la izquierda, están dispuestos a justificar cualquier atrocidad cometida por los gobiernos “revolucionarios”, cantarán hasta la eternidad loas a Fidel y lo ensalzarán, colocándolo inmerecidamente al lado de personajes comoNelson Mandela, Salvador Allende o Mahatma Gandhi y reclamando se le reconozca como personaje admirable de la historia contemporánea.
Personalmente me ubico en el lado opuesto de la mesa. Lo he dicho antes y hoy lo reitero: desde mi perspectiva, Fidel Castro fue un dictador y los dictadores –todos, sin excepción– no merecen sino un sólo destino: el basurero de la historia.
Los defensores del “legado” de Fidel señalan a su favor las múltiples “reivindicaciones” de la Revolución como la educación, los adelantos en medicina o los importantes logros en materia deportiva de la sociedad cubana, hechos no carentes de verdad pero a los cuales deben añadirse matices sumamente relevantes.
Porque si a un régimen debe considerársele virtuoso tan sólo por realizar acciones positivas, aunque a la hora de evaluar esas acciones “positivas” la realidad haga evidente la supresión de las libertades colectivas como condición para alcanzarlas, entonces deberíamos alabar a todas las dictaduras.
Los mexicanos, por ejemplo, deberíamos rescatar la figura de Porfirio Díaz, pues durante su muy largo régimen en nuestro país se registraron “avances importantes”, en materia de infraestructura, por ejemplo, con el tendido de prácticamente toda la red ferroviaria existente hasta la actualidad.
Los chilenos deberían pedirle perdón a Augusto Pinochet, porque durante la dictadura encabezada por él, su país logró conquistas dignas de respeto, como el hecho de convertirse en una potencia alimentaria o reducir drásticamente los índices de mortalidad y desnutrición infantil en poco tiempo.
Los norcoreanos estarían obligados a realizar todos los esfuerzos a su alcance para mantener la dinastía iniciada por su “presidente eterno” Kim Il-Sung, pues los ha convertido en una potencia militar de talla mundial, capaz de desafiar a cualquier nación del orbe poseedora de armamento nuclear.
Los venezolanos a quienes vemos protestar cotidianamente en las calles deberían sentirse avergonzados –y nosotros habríamos de criticarles sin piedad– por pretender ponerle fin al régimen inaugurado por el “comandante” Hugo Chávez, debido a la hazaña lograda por la “revolución bolivariana” de botar a los oligarcas del poder e instaurar un gobierno popular…
Y así podríamos seguirle, señalando los “logros” relevantes de los gobiernos “revolucionarios” y “democráticos” del mundo cuyas diferencias con el régimen cubano son prácticamente inexistentes pero, pese a ello, no los consideramos dignos de alabanza.
La razón para ello es muy sencilla: se trata de regímenes dictatoriales cuyas “conquistas revolucionarias” sólo han sido posibles sometiendo a sus pueblos a vivir sin libertad.
Ninguna dictadura es digna de elogio. Ningún dictador es digno de ocupar un pedestal en la historia al lado de las mujeres y los hombres a cuyos esfuerzos debemos el surgimiento de las libertades a las cuales hemos accedido en el mundo democrático.
Fidel, como todos los dictadores de la historia de la humanidad, no merece elogio ni reconocimiento alguno.
Aristas
Tras la muerte de Fidel, seguro Cyntia ya hace planes para cumplir con la segunda parte del plan: regresar a Cuba para constatar si, como muchos han creído largamente, en la isla se respira otro aire sin él.
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