31 Julio 2011, 11:10 PM
Entrevista. Rafael Leónidas Trujillo Molina no permitía que
los periodistas lo entrevistaran. Los comunicadores sólo podían
acercarse a él cuando los mandaba llamar. Su esposa María tampoco
gustaba de periodistas ni de la prensa
Además del control militar, político y social, el régimen que
encabezó Rafael Leónidas Trujillo Molina se distinguió por la
manipulación casi absoluta de los medios de comunicación que, por
obligación o convicción, eran serviles a la voluntad “del jefe” y a la
de su familia.
Trujillo usaba la prensa para dar a conocer las realizaciones de su Gobierno, tanto para resaltar “las bondades”, como para intimidar y sembrar terror.
Había que guardar distancia entre la naturaleza de los medios, que es la libertad, y la voluntad del dictador, como narra el periodista acreditado al Palacio Nacional Manuel de Jesús Javier García en su libro “Mis 20 años en el Palacio Nacional junto a Trujillo y otros gobernantes”.
Los periodistas tenían prohibido entrevistar “al jefe” por propia iniciativa. Sólo se podían acercar a él cuando los mandaba llamar y permitía escasas entrevistas para hablar de los temas de su interés, con la agravante de que los comunicadores prácticamente tomaban un dictado.
Tiempo después. Cincuenta años después, los periodistas tienen libertad de entrevistar al Presidente, pero como ayer, dependerá de la voluntad y buen ánimo del mandatario.
Los llamados “muchachos de la prensa”, siempre hacen el intento de hablar con el jefe del Estado cada vez que tienen oportunidad y para ello tienen que vocearle las preguntas; a veces accede, pero en la mayoría los ignora.
Los intentos son casi siempre un clamor en el desierto. Cuando el Presidente quiere hablar se acerca a los periodistas, pero de entrada condiciona el tema y la cantidad de preguntas.
El trato. Hoy como ayer, los periodistas que cubren el Palacio Nacional hacen su trabajo, en ocasiones, en condiciones inapropiadas debido a que para cubrir algunos actos oficiales se les encierra en “corrales” como chivos, donde apenas se pueden mover, con la amenaza de cuatro y más militares o policías apostados en los costados del espacio para no dejarlos salir.
Así ocurrió el domingo 26 de junio cuando el presidente Leonel Fernández regresó de su gira por Medio Oriente y Europa y los periodistas, camarógrafos y fotógrafos fueron colocados en una cerca en el área de rampa a las 12:00 del mediodía.
Mientras aguantaban el candente sol, los funcionarios permanecían en el confortable Salón de Embajadores. Fue minutos antes de la llegada del avión que los funcionarios salieron del lugar y caminaron hacia la aeronave.
Un mal necesario. Así definen algunos funcionarios y gobiernos a la prensa. Cuando requieren de su servicio los llaman, pero si urgan asuntos que no son de su conveniencia los alejan cual si fueran una peste.
La actitud y el trato a la prensa desde la tiranía ha cambiado en algunos aspectos, pero en lo esencial sigue siendo el mismo.
Ese trato no era exclusivo de Trujillo también lo hacía toda su familia, principalmente su esposa María Martínez, quien no hablaba con los periodistas directamente, sino que utilizaba a la señora Ligia Ruiz Bergés como una especie de intérprete, como si no hablara español.
Cuando solía conceder una entrevista y los periodistas le hacían preguntas, su primera reacción era un largo silencio, nunca los miraba y le decía a la “interprete”, dígale al periodista tal o cual cosa, a pesar de estar a poca distancia del entrevistador.
Un intento. Rafael Molina Morillo, a la sazón reportero de El Caribe, se encontró con Trujillo en España donde estudiaba y, al verlo, el dictador le dijo que cuando regresara al país lo fuera a ver al Palacio.
Narra que hizo lo que se le pidió y la sorpresa fue que estaba designado en la Presidencia para hacer las funciones de una especie de director de Prensa del Gobierno, pero sin oficina ni claridad de funciones.
Como se pasaba los días ociosos pensó que una forma de hacer algo y justificar su presencia en el “cargo” era sugerir que las informaciones de las distintas instituciones se hicieran públicas en coordinación con la inexistente Dirección de Prensa del Palacio.
“Eso sugerí yo en aquella época, hoy día yo no lo sugeriría, ahora lo criticaría, que haya una oficina central de información para todos los ministerios. Oh, pero eso sería una cuestión contraria a la libertad de expresión y al libre ejercicio periodístico”, considera Molina.
Como no tenía nada que hacer, el novel periodista permaneció dos semanas esperando y un día se le antojó visitar a su novia, hoy esposa, en La Vega, y precisamente ese fin de semana requirieron de sus servicios.
Cuando llegó el lunes fue recibido por el secretario de la Presidencia, José Ernesto García Aybar y al verlo le dijo: “Mira muchacho del carajo, qué es lo que tú te crees, dónde tú estabas, ¿tú no sabes que te buscaban?”; el entonces joven periodista trató de explicarle y le respondió: “¡Cállese, carajo!”.
Buscó ayuda en la oficina de Anselmo Paulino Álvarez, uno de los funcionarios más influyente del régimen, pero él ya había caído en desgracia por celos de la familia y, como no lo podía ayudar. le dijo: “Retírese, váyase por su bien”, como para que no afectarlo.
Molina sólo duró en el cargo dos semanas y para que no se fuera “caliente” tuvo que hacerle una carta al jefe dándole gracias por el nombramiento, como se estilaba en ese entonces. Fue el primer intento de crear un departamento de Prensa de la Presidencia.
Al servicio del régimen. Los medios de comunicación durante la era no operaban como manda su naturaleza, con libertad, pero para el régimen eran importantes, tanto que el dictador llegó a adquirir el periódico El Caribe para publicar las cosas que le interesaban.
Todo era tratado con absoluto cuidado, incluso las fotos que eran publicadas debían estar previamente seleccionadas por Paulino porque el “jefe” no podía salir mal sentado o con poses que no estuvieran apegadas a su “buena imagen”.
¡Hasta escupir los dientes! De acuerdo con el libro del periodista Javier García sobre los hechos en el Palacio durante la era trujillista, en una ocasión vino al país Richard Nixon, entonces vicepresidente de los Estados Unidos, junto a su esposa, y el dictador Rafael Trujillo le ofreció una recepción en el Palacio Nacional.
El reportero de El Caribe Enriquillo Durán pisó sin querer a Nixon y, a pesar de que se disculpó, un general lo amenazó diciéndole: “Mira, hijo de pu…tú tienes los ojos en el cu…¿tú no sabes que pisaste al segundo mandatario americano?
Si no fuera por estas gentes, ¡te iba a tirar por el balcón! El hombre trató de explicar pero el oficial le dijo: “¡Cállese la boca carajo!, Debía darte un revés, partirte esa boca y que escupas to’ los dientes”, narra el reportero.
Su colega Alonso Rosario, del periódico La Nación, trató de explicarle al oficial que el accidente fue involuntario, pero este le respondió: “¿Qué viene usted a meterse, moño colorao, a mí no me van a sugestionar con sus cuentos. Yo sé que ustedes, fotógrafos y periodistas, son como los pavos, que caen en grupos desde que le dicen cualquier cosa, voy a llamar al periódico para que los cancelen”.
Como dijera en una ocasión la periodista, historiadora e investigadora española María Ugarte, fallecida recientemente, “todas aquellas tensiones eran muy fuertes porque no era fácil hacer periodismo en la Era de Trujillo, cualquier desliz, un elogio a un enemigo de Trujillo, ya era un problema”.
Desaparecidos
Algunos de los periodistas víctimas del régimen fueron Andrés Requena, asesinado en 1952 en Nueva York por orden del “jefe” por denunciar los crímenes. El intelectual y escritor Jesús de Galíndez murió a manos de serviles del régimen también en Nueva York por haber publicado en un libro que Ranfis era hijo ilegítimo del dictador. Ramón Marrero Aristy fue asesinado en julio de 1959, supuestamente en el Palacio Nacional y quemado en un vehículo.
Trujillo usaba la prensa para dar a conocer las realizaciones de su Gobierno, tanto para resaltar “las bondades”, como para intimidar y sembrar terror.
Había que guardar distancia entre la naturaleza de los medios, que es la libertad, y la voluntad del dictador, como narra el periodista acreditado al Palacio Nacional Manuel de Jesús Javier García en su libro “Mis 20 años en el Palacio Nacional junto a Trujillo y otros gobernantes”.
Los periodistas tenían prohibido entrevistar “al jefe” por propia iniciativa. Sólo se podían acercar a él cuando los mandaba llamar y permitía escasas entrevistas para hablar de los temas de su interés, con la agravante de que los comunicadores prácticamente tomaban un dictado.
Tiempo después. Cincuenta años después, los periodistas tienen libertad de entrevistar al Presidente, pero como ayer, dependerá de la voluntad y buen ánimo del mandatario.
Los llamados “muchachos de la prensa”, siempre hacen el intento de hablar con el jefe del Estado cada vez que tienen oportunidad y para ello tienen que vocearle las preguntas; a veces accede, pero en la mayoría los ignora.
Los intentos son casi siempre un clamor en el desierto. Cuando el Presidente quiere hablar se acerca a los periodistas, pero de entrada condiciona el tema y la cantidad de preguntas.
El trato. Hoy como ayer, los periodistas que cubren el Palacio Nacional hacen su trabajo, en ocasiones, en condiciones inapropiadas debido a que para cubrir algunos actos oficiales se les encierra en “corrales” como chivos, donde apenas se pueden mover, con la amenaza de cuatro y más militares o policías apostados en los costados del espacio para no dejarlos salir.
Así ocurrió el domingo 26 de junio cuando el presidente Leonel Fernández regresó de su gira por Medio Oriente y Europa y los periodistas, camarógrafos y fotógrafos fueron colocados en una cerca en el área de rampa a las 12:00 del mediodía.
Mientras aguantaban el candente sol, los funcionarios permanecían en el confortable Salón de Embajadores. Fue minutos antes de la llegada del avión que los funcionarios salieron del lugar y caminaron hacia la aeronave.
Un mal necesario. Así definen algunos funcionarios y gobiernos a la prensa. Cuando requieren de su servicio los llaman, pero si urgan asuntos que no son de su conveniencia los alejan cual si fueran una peste.
La actitud y el trato a la prensa desde la tiranía ha cambiado en algunos aspectos, pero en lo esencial sigue siendo el mismo.
Ese trato no era exclusivo de Trujillo también lo hacía toda su familia, principalmente su esposa María Martínez, quien no hablaba con los periodistas directamente, sino que utilizaba a la señora Ligia Ruiz Bergés como una especie de intérprete, como si no hablara español.
Cuando solía conceder una entrevista y los periodistas le hacían preguntas, su primera reacción era un largo silencio, nunca los miraba y le decía a la “interprete”, dígale al periodista tal o cual cosa, a pesar de estar a poca distancia del entrevistador.
Un intento. Rafael Molina Morillo, a la sazón reportero de El Caribe, se encontró con Trujillo en España donde estudiaba y, al verlo, el dictador le dijo que cuando regresara al país lo fuera a ver al Palacio.
Narra que hizo lo que se le pidió y la sorpresa fue que estaba designado en la Presidencia para hacer las funciones de una especie de director de Prensa del Gobierno, pero sin oficina ni claridad de funciones.
Como se pasaba los días ociosos pensó que una forma de hacer algo y justificar su presencia en el “cargo” era sugerir que las informaciones de las distintas instituciones se hicieran públicas en coordinación con la inexistente Dirección de Prensa del Palacio.
“Eso sugerí yo en aquella época, hoy día yo no lo sugeriría, ahora lo criticaría, que haya una oficina central de información para todos los ministerios. Oh, pero eso sería una cuestión contraria a la libertad de expresión y al libre ejercicio periodístico”, considera Molina.
Como no tenía nada que hacer, el novel periodista permaneció dos semanas esperando y un día se le antojó visitar a su novia, hoy esposa, en La Vega, y precisamente ese fin de semana requirieron de sus servicios.
Cuando llegó el lunes fue recibido por el secretario de la Presidencia, José Ernesto García Aybar y al verlo le dijo: “Mira muchacho del carajo, qué es lo que tú te crees, dónde tú estabas, ¿tú no sabes que te buscaban?”; el entonces joven periodista trató de explicarle y le respondió: “¡Cállese, carajo!”.
Buscó ayuda en la oficina de Anselmo Paulino Álvarez, uno de los funcionarios más influyente del régimen, pero él ya había caído en desgracia por celos de la familia y, como no lo podía ayudar. le dijo: “Retírese, váyase por su bien”, como para que no afectarlo.
Molina sólo duró en el cargo dos semanas y para que no se fuera “caliente” tuvo que hacerle una carta al jefe dándole gracias por el nombramiento, como se estilaba en ese entonces. Fue el primer intento de crear un departamento de Prensa de la Presidencia.
Al servicio del régimen. Los medios de comunicación durante la era no operaban como manda su naturaleza, con libertad, pero para el régimen eran importantes, tanto que el dictador llegó a adquirir el periódico El Caribe para publicar las cosas que le interesaban.
Todo era tratado con absoluto cuidado, incluso las fotos que eran publicadas debían estar previamente seleccionadas por Paulino porque el “jefe” no podía salir mal sentado o con poses que no estuvieran apegadas a su “buena imagen”.
¡Hasta escupir los dientes! De acuerdo con el libro del periodista Javier García sobre los hechos en el Palacio durante la era trujillista, en una ocasión vino al país Richard Nixon, entonces vicepresidente de los Estados Unidos, junto a su esposa, y el dictador Rafael Trujillo le ofreció una recepción en el Palacio Nacional.
El reportero de El Caribe Enriquillo Durán pisó sin querer a Nixon y, a pesar de que se disculpó, un general lo amenazó diciéndole: “Mira, hijo de pu…tú tienes los ojos en el cu…¿tú no sabes que pisaste al segundo mandatario americano?
Si no fuera por estas gentes, ¡te iba a tirar por el balcón! El hombre trató de explicar pero el oficial le dijo: “¡Cállese la boca carajo!, Debía darte un revés, partirte esa boca y que escupas to’ los dientes”, narra el reportero.
Su colega Alonso Rosario, del periódico La Nación, trató de explicarle al oficial que el accidente fue involuntario, pero este le respondió: “¿Qué viene usted a meterse, moño colorao, a mí no me van a sugestionar con sus cuentos. Yo sé que ustedes, fotógrafos y periodistas, son como los pavos, que caen en grupos desde que le dicen cualquier cosa, voy a llamar al periódico para que los cancelen”.
Como dijera en una ocasión la periodista, historiadora e investigadora española María Ugarte, fallecida recientemente, “todas aquellas tensiones eran muy fuertes porque no era fácil hacer periodismo en la Era de Trujillo, cualquier desliz, un elogio a un enemigo de Trujillo, ya era un problema”.
Desaparecidos
Algunos de los periodistas víctimas del régimen fueron Andrés Requena, asesinado en 1952 en Nueva York por orden del “jefe” por denunciar los crímenes. El intelectual y escritor Jesús de Galíndez murió a manos de serviles del régimen también en Nueva York por haber publicado en un libro que Ranfis era hijo ilegítimo del dictador. Ramón Marrero Aristy fue asesinado en julio de 1959, supuestamente en el Palacio Nacional y quemado en un vehículo.
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