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miércoles, 11 de mayo de 2016

Trujillismo e implantación de una nueva memoria


Marcio Veloz Maggiolo
A más de cincuenta años de la muerte de Trujillo, se vive la avalancha de textos sobre su dictadura, con la nueva vertiente de que son sus descendientes y relacionados los que ahora desempolvan una memoria a veces de segunda mano, maliciosa y adrede confusa, por cuanto la misma juega  a la desaparición de otras memorias, puesto que en la  actualidad el 70 por ciento de los que vivieron la famosa “era” están muertos, y no son muchos de los que guardan la otra memoria, la real, la cotidiana, la de las muertes en las calles, los robos de terrenos y haciendas hechos por el dictador y sus familiares más cercanos, la memoria de los que participaron en la pavorosa quietud aterrorizada frente a la muerte de tantos dominicanos, los que guardan la memoria de los que fusilaron sentados en sillones mullidos, a los invasores de junio llevados a San Isidro, tirados como sacos de papas frente al paredón, atados con alambres de púas y cosidos a bayonetazos como lo revelaron la excavaciones de Fernando Luna Calderón, nunca publicadas.
La memoria de los que desaparecieron por orden biológico llevándose el cotidiano asedio de Abbes García, y la tortura de los inventores de la peculiar silla eléctrica de la calle 40.  La memoria del que fuera  el coronel Miguel Paulino al frente de la llamada 42, pandilla trujillista que ayudó a  distribuir cadáveres en las calles de aquellos que se oponían a que Trujillo subiera al poder bajo el grito de “No puede ser”; las memorias de los que cayeron en redadas mortales como aconteció con los llamados “Panfleteros”, jóvenes hartos de la  dictadura más cruenta de América,   que desaparecieron con su memoria a cuestas, memoria que hoy necesitamos.
Deben haber desaparecido con su memoria a cuestas, y hace poco tiempo, los que contribuyeron con la acción que dejó con las manos quemadas a Rómulo Betaucourt y con impacto de muerte a uno de sus guardaespaldas. Se marchó la memoria de los participantes en las torturas de la cárcel de Nigua. No existen las memorias de los muertos en los atentados en México, Cuba, Guatemala, Estados Unidos, Venezuela, y otros puntos de América, salvo algunos casos comprometedores para el régimen. Ni existe la memoria de muchos de los miles de exiliados que fueron a vivir en otros lares pensando siempre en el eterno retorno.
Ahora, aprovechando el viaje hacia la nada de estos partícipes de la memoria de una era de horror, los que quedamos nos damos cuenta de que existen los supervivientes de una dictadura mortal que desean hacer confeccionar una memoria nueva, neotrujilista para los dominicanos. Intentan recoger los frutos que Balaguer sembró durante largos años  y que están en sus defensas a Trujillo, a su polítca, y el haber llenado los cargos del estado de viejos políticos que cuidaron el pasado trujillista desde su propia biografía, desde su poltrona pública.
Es todo un peligroso movimiento orquestado con la imbécil creencia de que  hacer una nueva memoria, falsa y cargada de formulas destinadas al futuro del país, es posible. Los orquestadores de la nueva memoria, con los Trujillo reales y los irreales, intentan con prosa mezclada de autores varios y de viajeros perennes a la ciudad de Miami, hacernos ver a Trujillo jefe como un abuelo magnánimo ñnada extraño en un psicópata que mata niños haitianos en la frontera y adora los caballos de paso fino a los que atiende con amor de padre- y como enemigos del régimen a los opositores a la dictadura que el padre y abuelo defenderían para salvar a la patria creada por él, porque antes de Trujillo  no hubo patria.
La patria nació con los míticos logros del ciclón San Zenón. La señora Trujillo dice que su padre no hizo otra cosa que salvar al país, y defenderse, y cuando habla de la fortuna del mismo tiene dejo de una ingenua colegiala, confundiendo adrede los fondos públicos con los de su progenitor al parecer procedentes de una fortuna diferente a la que mezclaba con la del Estado. Ella, estando en pleno goce de ferias y bailes casi en los momentos terribles de la muerte de las Mirabal, en  ningún momento se referirá a los malos usos de esos fondos, a textos de los esbirros que  ejecutaron el plan, al enriquecimiento familiar a base de la explotación del país y al uso de los recursos económicos que manejaron muchos Trujillo, receptores de prebendas y enriquecidos malamente bajo el manto del rey, encubridor desde 1930 o antes de sus abigeatos, de sus violaciones y las de sus amigos, a los que defendería como es el caso del general Ernesto Pérez, del cual habla en su libro “ Viacrucis de  un Pueblo”, con pruebas fehacientes, Félix a Mejía.
Es como si la hija del Benefactor ignorara realmente la historia del régimen y sólo tuviera memoria, pero oculta de cuanto fue la parte oscura de su vida cotidiana, como la muerte de Pilar Báez, la de Awad Canaán, y todo cuanto se relacionaba con el sangriento mundo de ensueños que el Generalísimo le permitía, haciéndola creerse reina de un país en el que los ditirambos fueron los dedicados a una alteza real cantada por el poeta y militar español López Anglada, y por danzas que llegaron a proclamarla como “la reina de este pueblo”, mientras la sangre, base del régimen de su padre, corría para solventar desde 1929 el afán de poder de Trujillo. Ahí quedaba como memoria de una equivocación ingenua, el fantasma de la traición a su progenitor político, Horacio Vásquez, el cual se paseaba, cuando había memoria viva, en el pensamiento de los dominicanos, así como la muerte de los que podrían ser sus opositores futuros, como lo Bencosme, con su mujer embarazada, revelador de la insania y de las garras del tirano.
Lo mismo seria la cabeza ingenua, aunque él no lo fuera, de Desiderio Arias, cercenada y cosida luego de aquel encuentro en el que el líder guerrillero y el jefe virtual llegaron a  un “acuerdo de caballeros”, que sigue infectando la historia dominicana, tal  el simbólico macuto en el  que le fue entregada a Trujillo: la prenda estuvo por largo tiempo en la memoria ahora muerta de muchos de los que se han ido, y narraron a sus nietos y biznietos la máscara empolvada, el bigote tenso y varonil y la sonrisa estirada del muerto, cuyo injerto le fue ordenado a un medico respetable del país, tal y como lo narra al ingeniero Delgado Malagón en uno de sus textos de la revista Rumbo.
Las razones de una nueva memoria, la de los descendientes de Trujillo, responde al olvido que los dominicanos han demostrado siempre entre farandulismo y perico ripiao. El dominicano montado en su caballo más de la ruralidad que del hipódromo, gusta de lo comido por lo servido, y en tal sentido el pasado lo preocupa por ser pasado amenazante, pero no por ser, precisamente historia que lo identifica.
Desde cincuenta años a esta parte una memoria cotidiana ha sido enterrada con sus propietarios y otra por sus propientarios. Sin embargo la lucha por la verdadera memoria parece abocarse hoy a la de los sobrevivientes y los historiadores, contra la mentira trujillista interesada. A ver quién gana.

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