Adriano Miguel Tejada.
Mi primer contacto personal con Mayobanex Vargas fue tarde en su vida. Yo preparaba un capítulo de una obra universitaria sobre Bonao y él, gentilmente, me concedió una entrevista.
Llegué con todo tipo de aprensiones a su modesta vivienda en esa villa, pero el hombre que conocí no tenía la imagen de héroe a que nos ha acostumbrado Hollywood, sino la de un ser humano con toda la grandeza del heroísmo, sin las falsedades de los que pasan factura.
Hablamos aproximadamente una hora sobre Bonao, el de antes y el de ese tiempo. De cómo habían cambiado las cosas y en un paréntesis rico en detalles, de cómo había cambiado él.
Quería esconder la cara cuando se le hablaba de su heroísmo, no por falso pudor, sino por la nobleza del que sabe que solo cumplió con su deber, y para quien sobrevivir aquella hecatombe era casi como un castigo.
Es que para aquella “raza inmortal”, la inmolación fue la victoria, pues “con su sangre noble/ encendieron la llama augusta de la libertad”.
Hablamos, como dije, por una hora o más y lo que encontré fue a una persona radicalmente honesta, patrióticamente inconmovible y seriamente comprometida con un porvenir más promisorio para su pueblo. Creo que le dije que su vida era la señal de que la libertad y la esperanza de un futuro mejor no habían muerto en el país.
No creo que lo dejé muy convencido porque en su legendaria modestia no creía en la obra individual, sino en el valor del esfuerzo colectivo.
Quien se fue convencido fui yo de que todavía nos quedaban hombres así, a secas, hombres en todo el significado del término. Hombres de una sola pieza.
Hoy lo reciben en el cielo con el himno de los elegidos.
atejada@diariolibre.com
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