La historia en muchas ocasiones es cobarde. Los historiadores temen analizar a los dictadores latinoamericanos. Ir al contexto real donde comenzaron y terminaron sus días. Tenemos el ejemplo más fiel con Trujillo. Nadie ha ido a un estudio a fondo de la dictadura de los 31 años y por eso es un período todavía oscuro de nuestro pasado.
Al llegar a los diez años de la muerte de Augusto Pinochet, se ve la volatilidad de la vida. Hombres poderosos, dueños de vida y hacienda, pasan a ser simple polvo y su despojos enterrados como los de cualquier mortal. El rechazo y el desprecio de la humanidad para estos genocidas de uniformes es el principal legado que dejan.
El fuerte de los dictadores es acallar toda oposición, toda voz disidente, y para ello utilizan la fuerza absoluta, que llena las cárceles de prisioneros y los cementerios sin marcas con miles de muertos. América Latina tiene que superar la etapa de las férreas dictaduras, de esos gobiernos desconocedores de los derechos humanos.
No estamos libres de esos zarpazos de sangre y muerte. La coyuntura actual permite a los imperios jugar a la democracia y hablar de elecciones y gobiernos consensuados y compartidos. Si volviera la época contestaría de los sesenta, es de seguro que el panorama sería gris, y se tornaría de lucha, sacrificios y genocidios.
Hay que estudiar a fondo a los dictadores latinoamericanos, no todo se justifica con criticarlos y oponerlos. Aunque suene doloroso decirlo, son un lado de la cara donde están representados los más conservadores de la población. Aún las dictaduras más sanguinarias, cuentan con un respaldo de determinados grupos sociales que le permite la subsistencia.
Ningún dictador se podría mantener por tiempo indefinido sólo con la utilización salvaje del fúsil; tiene que contar con un sector poblacional que lo acompañe y apoye. De ahí el peligro, la tranquilidad que venden en momentos de ebullición social, lo que le permite atrae a masas que se mueven en las sombras.
Los poderes imperiales convirtieron a oficiales militares y a intelectuales de derecha en dictadores. Durante el tiempo que fueron útiles se les dio riendas sueltas para que ejecutaran programas de exterminio y de dominación económica. Los imperios no tienen ni amigos ni enemigos, sino compañeros ocasionales de ruta. Al cambiar los vientos, los dictadores fueron defenestrados y el imperio limpió su cara prometiendo el resurgimiento de la democracia. ¡Ay!, se me acabó la tinta.
Por Manuel Hernández Villeta
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