En un artículo titulado: “¿Cómo puede una persona comprometida a favor de los derechos humanos llorar a Fidel Castro –un hombre quien mató y reprimió a su propio pueblo?” [1] y publicado en la edición del pasado 26 noviembre de The Telegraph, el periodista James Kirkup pretende poner en dificultad una izquierda de la que, obviamente, no forma parte, confrontándola con sus propias contradicciones. En efecto, se pregunta, ¿cómo puede la izquierda compaginar su admiración por Castro con su tradicional apoyo a los derechos humanos? Partiendo del principio según el cual un periodista debe tener la posibilidad de criticar a quienes nos gobiernan, invita al lector de izquierda, precisamente al lector que sostiene a Castro y su régimen, a descubrir el último informe de Amnesty International, un informe agobiador ya que revela que en Cuba, hay periodistas y militantes de defensa de los derechos humanos que son regularmente sometidos a detenciones arbitrarias por motivo de delito de opinión. Deseoso de contrarrestar cualquier tentativa de argumentación, nos recuerda que sabe perfectamente que en Cuba el sistema de sanidad es “muy bueno”, que el sistema de educación es “bueno” (y ¿por qué no muy bueno?) y los estándares de vida “relativamente buenos”. Aunque admite que el régimen de Batista (dictador cuyo nombre no menciona) era «pretty awful too», considera, sin embargo, que nada puede justificar que hoy se derrame una sola lágrima en honor del tirano comunista. En efecto, ¿cómo puede uno llorar a quien lo hizo todo para impedir que las víctimas de su sistema abandonaran la isla –ese “paraíso terrenal” dice ironizando– para salir en busca de otros lugares más amenos, no dejándoles a estos desdichados otra salida que zarpar en balsas poniendo así su vida en riesgo. Y nos pregunta: “Si el régimen castrista está tan seguro de beneficiarse del apoyo cariñoso de un pueblo libre y feliz, ¿por qué se niega a darle la posibilidad de elegir a sus propios líderes?” [2]Poniendo el dedo en la llaga, James Kirkup insiste: ¿cómo pueden los izquierdistas, tan comprometidos en favor de la defensa de los derechos humanos y de las libertades políticas, dar su apoyo a este régimen represivo? No vaya a engañarse el lector, esta pregunta es puramente retórica y James Kirkup ya tiene la respuesta: es por causa de América que la izquierda apoya a Castro, a causa de su hostilidad hacia América (quiere decir hacia los Estados Unidos) que los partidarios de los derechos humanos de izquierda le dan su apoyo al régimen castrista, a causa de una hostilidad injusta hacia esta América que ha sido en palabras de James Kirkup, “el mayor contribuyente a la riqueza, a la sanidad y a la libertad que haya conocido el mundo”.
Admitamos que James Kirkup tiene razón de condenar un régimen que condena a los opositores (no armados), a los periodistas (independientes) y las reuniones (espontáneas) de ciudadanos ansiosos de compartir y expresar su desacuerdo con el sistema. Pero delira cuando pretende que los Estados Unidos son “el mayor contribuyente a la riqueza, a la sanidad y a la libertad que haya conocido el mundo”. Antes de soltar tan discutibles evidencias, habría debido por lo menos leer por ejemplo Días de destrucción, días de revuelta, de Joe Sacco y Chris Hedges o The Divide de Matt Taibbi para comprender el tema de la pobreza en los EEUU; habría podido leer también el Financial Crisis Inquiry Commission Report que revela los detalles de la crisis financiera del 2008; y a estas buenas referencias, habría podido añadir unos cuantos libros de Michael Parenti, de Noam Chomsky o de Gabriel Kolko, por ejemplo, antes de afirmar que la libertad es uno de los objetivos de la política extranjera estadounidense.
Es verdad que entretanto, y para agradarle, podemos concederle que sí, que es verdad el hecho de que los EEUU han garantizado y todavía garantizan la acumulación de riquezas de una élite que no escatima medios para salir adelante, de una élite dotada de muchos recursos y que, cuando tropieza, obesa y lucrada por un exceso de estafas y de prácticas dudosas, se encuentra instantáneamente rescatada por el Estado, para que los negocios retomen su curso, para que se multipliquen las inversiones, para que el dinero vuelva a producir dinero, matando de paso, si se debe, la economía real (y se debe) y que Wall Street pueda seguir viviendo a todo tren esnifando –con una indudable elegancia y serenada por el ronroneo de los motores sobrecilindrados de su bólido– las toneladas de cocaína que unos despiadados, sobreinformados y sobrearmados servicios de inteligencia, tienen la mala suerte de no poder detener en las fronteras obviamente demasiado porosas de una país no obstante sobrevigilado.
No se tratará en estas líneas de justificar las detenciones de periodistas o de activistas cubanos, y aun menos de sacrificar al culto de la personalidad del líder carismático que fue Fidel Castro. Nos negamos a ser infantilizados y pensamos que frente al poder, uno debe permanecer desconfiado, interrogar, pedir justificaciones, comprobar los hechos.
Pero, ubiquemos a Castro en su contexto y en el corazón de su acción.
Después del fracaso de la Moncada el 26 de julio de 1953 después de un exilio de varios años en los EEUU y en México, después de la epopeya del Granma y de los años de lucha junto a héroes anónimos y a la figura legendaria de Ernesto Guevara, Castro entra en La Habana el 8 de enero de 1959. Nombrado primer ministro, emprende un viaje a los EEUU donde no lo recibe un presidente Eisenhower quien acaba de empezar una partida de golf. De vuelta a La Habana, emprende una reforma agraria, confisca todas las propiedades de más de 420 ha a sus dueños. Une decisión que desencadena la ira del ogro estadounidense. Al enterarse de la noticia, el golfista (¿el golfo?) Eisenhower, presidente de un país de tenderos multimillonarios que lo sujetan por las orejas, da la orden de lanzar acciones cubiertas contra Cuba. En Washington, donde el derecho de propiedad es un valor sagrado, se contempla incluso la posibilidad de asesinar a Castro. Tocar el dinero robado, ¡eso sí que vale la pena capital!
El 4 de marzo de 1960, la explosión del buque La Coubre en el puerto de La Habana hace 127 muertos y Castro considera los EEUU como responsables de la matanza. El 17 de marzo, Eisenhower decide invadir la isla. El 8 de mayo, Cuba reanuda sus relaciones diplomáticas con la URSS y el 29 de junio confisca (¡una confiscación más!) las refinerías Texaco, Shell y Esso que se niegan a refinar el crudo que Cuba ha empezado a comprar a la Unión Soviética. El 8 de julio, los EEUU rebajan la cuota azucarera cubana en su mercado interior. Entonces, Castro se hace con los centrales azucareros y las compañías de teléfono y de electricidad. El 15 de octubre, suprime las propiedades urbanas, asestándole otro golpe al gran vecino. A los cuatro días, los EEUU ponen término a sus exportaciones hacia Cuba, declaran, el 16 de diciembre, un boicot total y rompen las relaciones diplomáticas con La Habana el 3 de enero de 1961.
La llegada a la Casa Blanca de John Fitzgerald Kennedy el 20 de enero de 1961 no cambia nada a los planes estadounidenses. El 15 de abril, tres aeropuertos militares cubanos son bombardeados y durante las exequias consecutivas al bombardeo, Castro se declara socialista. Después del fracaso del desembarco de la Bahía de los Cochinos el 17 de abril, el presidente estadounidense desata la operación Mangosta, un programa que agrupa operaciones de guerra económica, operaciones encubiertas y el apoyo a grupos de opositores cubanos. Durante toda la duración de este plan, se registran más de 700 operaciones de sabotaje contra objetivos económicos. Ante esta avalancha de agresiones, Castro acepta la propuesta de Jrushov de instalar misiles en la isla. El 2 de diciembre, el jefe del Estado cubano se declara marxista leninista para el resto de su vida.
Entonces, estalla la crisis de los misiles. Primero mantenida entre los bastidores de la diplomacia, acaba revelándola a los ojos del público un presidente actor que la presenta con tono grave, un presidente que no es más que el portavoz de los verdaderos directores de la política exterior reunidos en el Council on Foreign Relations de Nueva York. El mundo está al borde de una catástrofe nuclear. Y todo eso a causa de una reforma agraria, a causa de unas cuantas nacionalizaciones, a causa de esta manía inaceptable que ha tenido la Cuba castrista de querer recuperar su soberanía. ¡Menuda desproporción! Y por encima de eso, consideran que Rusos y Cubanos son responsables de haber traído el mundo hasta el umbral de la destrucción final. ¿Será necesario ser antiamericano para subrayar aquí la hipocresía de los sermoneadores washingtonianos, de los doctores de moral anglosajones, de los lacayos de un capital que dominan a la perfección el póker mentiroso de la diplomacia? ¿Cómo diablos podían condenar la instalación de cohetes rusos en Cuba, sabiendo que habían hecho lo mismo en Turquía? ¿Cómo puede uno no pensar que tienen una mente estrecha estos artistas de la compraventa, de estos marrulleros que pregonan la palabra “libertad” por todas partes, de estos vaqueros borrachos que huelen a sudor y a orina, que le obligan a jugar y que le ponen un revólver en la sien tan pronto como usted les saca un póquer por el simple hecho que han decidido desde el principio que la pasta debe acabar en los morrales que echan al cuello de sus caballos antes de escapar en la nube de polvo de un relinchante galope?
Pero volvamos a la principal pregunta de James Kirkup: “Si el régimen castrista está tan seguro de beneficiarse del apoyo cariñoso de un pueblo libre y feliz, ¿por qué se niega a darle la posibilidad de elegir a sus propios líderes?” A nuestro parecer, esta pregunta es mezquina y no tiene sentido.
Primero porque la antífona democrática, la canción del sufragio universal se ha convertido en un cuento chino. ¿Ha creído algún día la élite estadounidense en la democracia? De ser el caso, la habría instalado de verdad, esta democracia, en su propio país. Y, en cada elección, no habría aplastado los electores bajo los cilindros compresores de una ensordecedora propaganda. No habría permitido que se arreglaran los escrutinios usando, por ejemplo, voting machinesde funcionamiento caprichoso vendidas y cuidadas por empresas que pertenecen a senadores demócratas o republicanos. Además, no habría puesto en marcha un sistema en el que el elegido no es quien ha recibido la mayoría de los votos. No, nunca ha creído en la democracia esta élite tan dispuesta a acortar, mediante asesinatos, guerras civiles, golpes de Estados y bombardeos, las experiencias más prometedoras emprendidas en América latina : Zapata, Allende, Roldós, Torrijos, Chávez, Zelaya… y muchos otros. Esta élite cree tan poco en la democracia que ha mantenido excelentes relaciones con una retahíla de dictadores (siempre de derechas) como Trujillo, Batista, Pinochet, Stroessner, Bánzer, Videla… que han garantizado la prosperidad de sus negocios. Y, por fin, last but not least, sería bueno que James Kirkup, el enamorado de América, comprendiera que las democracias son sistemas políticos muy permeables a la manipulación de las opiniones, permeables a los soft coups financiados por organizaciones como la NED [3], el IRI [4], la Open Society y otros dispositivos inventados para la desdicha de la naciones que todavía quieren resistir a la política de la puerta abierta, a la política del saqueo rebautizado globalización, de este falso proceso inevitable que no tiene otra meta que engordecer los bolsillos de los piratas de la finanza fisgona y desregulada. Recuerden Otpor en Serbia, Kmara en Georgia, Pora! o el movimiento Euromaidan en Ucrania.
Es muy triste decirlo, Mr. Kirkup, pero sólo un gobierno fuerte, capaz de controlar la información, podrá resistir las campañas de prensa orquestadas por periodistas no del todo independientes trabajando para grandes grupos relacionados con intereses capitalistas estadounidenses. Sólo un gobierno consciente de vivir en estado de sitio podrá con lucidez darse la posibilidad de contrarrestar la acción nada espontánea de sediciosos comprados y de opositores mercenarios, armados y colocados en la escena (seudo)libertaria para la ocasión.
Dear Mr. Kirkup, le fue fácil realizar su artículo, rápidamente escrito, rápidamente rematado, no pensado siquiera, no vale la pena, ya que retoma, vuelve a recitar, vuelve a repetir, reciclándola, la cancioncilla ya grabada en las cabezas propagandizadas de sus lectores anémicos, de sus lectores pequeños ingenuos burgueses que, como usted, viven muy bien, consideran muy aceptable nuestro occidente imperialista productor de riquezas, consideran justo y generoso este capitalismo que les mima, les mantiene en buena salud y dentro de cuyos límites, sobre todo, se creen libres, perros ahítos y soñolientos, acurrucados en el claroscuro estrecho de las opiniones removidas, felices de vivir ahogados en la celda acolchada de los folletos escritas por usted, en el pluralismo engañoso de un catequismo único pregonado por sus colegas, en el machaqueo desodorizado de las explicaciones aceptadas, servidas con un embudo en el gaznate de los engatusados-engatusadores que consideran que es descortés, una putada en el fondo, que se les importune y que se atreva a trazar grafitis vengativos en el mármol pulido de sus ignorancias petrificadas.
Y para terminar, Míster Kirkup, hago una hipótesis, que someto a los historiadores: ¿Cuál es la diferencia entre una dictadura de izquierda y una dictadura de derecha? Pues, mire, a mí me parece que una dictadura de izquierda es una dictadura que se ha convertido en una dictadura para resistir los ataques de la dictadura de los mercados mientras que, por lo contrario, una dictadura de derecha es una dictadura que ha abierto las puertas de la ciudad a la dictadura de los mercados. Con las dictaduras de derecha que colaboran con ellos, los mercados pueden a la vez extorsionar a los habitantes y ser, cada día, los invitados de honor en la mesa del alcalde que les ha jurado lealtad.
Entonces, entre Fidel Castro y la dictadura de los mercados…
Notas:
[1] "How can anyone committed to human rights mourn Fidel Castro – a man who killed and repressed his own people?” by James Kirkup, The Telegraph, 26 November 2016.
[2] «If the Castro regime is so confident that it enjoys the loving support of a happy and free people, why does he deny a proper chance to vote on their own leaders?»
[3] National Endowment for Democracy
[4] International Republican Institute
Bruno Adrie. Autor y traductor.