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Froilán Barrios:
14 Septiembre, 2016
Nuestra historia ha demostrado que no hace falta calzar las charreteras de Pinochet, Videla, Stroessner o Hugo Banzer, para formar parte de la extensa galería de dictadores que asolaron por décadas a América Latina, sembrando muerte, pánico y terror para proteger al continente del fantasma del comunismo, en modo de guerra fría, en nombre de la libertad y el progreso.
También hubo mandatarios de origen civil, quienes asumieron el derrotero de violentar instituciones democráticas e instaurar dictaduras, uno de los señalados, Alberto Fujimori (1990), cuya decisión de disolver el Congreso de la República e intervenir el Poder Judicial (1992), fue catalogado como el autogolpe fuente de poderes absolutos y de instalación de un régimen, cuyo operador predilecto Vladimiro Montesinos de sórdidas acciones le tiñeron el rostro de dictadura.
Total, unas y otras tuvieron diferente origen y evolución pero un mismo final. En el caso del chino Fujimori como es llamado en Perú, tuvo un 80% de aprobación popular al suspender el parlamento, para finalmente ser rechazado y desalojado del poder en el año 2.000, en medio de escándalos de corrupción y acusaciones de múltiples asesinatos cometidos por su corrupto entorno gobernante.
Sin excepción todas terminaron siendo odiadas por la mayoría de la población, al violentar los derechos humanos, cometiendo todo género de vilezas y atrocidades, que les determinó acusaciones en el concierto internacional de naciones, como crímenes de lesa humanidad y pago de condenas en el ocaso de sus vidas, con el peor castigo para un mandatario el desprecio histórico de un país.
Las prácticas de la gestión gobernante autocalificada Va. República han cruzado ese umbral del terror; aun cuando su origen fue producto de legítimas elecciones presidenciales en 1999, la aprobación de la actual constitución y la reafirmación en posteriores múltiples victorias en consultas locales, regionales y nacionales, su capricho y ambición de poder ha derivado como el dicho popular en “lo que has hecho con las manos, lo destruyes con los pies”.
Ante la derrota aplastante del 6-D 2015 y la marcha del 01S 2016 ha reaccionado con ceguera, torpeza y brutalidad, reafirmando la saña persecutoria de 2014 donde fueron asesinadas 43 personas, se ha dedicado a encarcelar, victimizar a opositores, ahogar al parlamento y permitir el libre albedrío del hamponato, con indiferencia e indulgencia, similares a los oprobiosos regímenes citados.
La conciencia popular reconoce cada día las tropelías de la gestión madurista como alumno predilecto del castrismo, cuya proximidad al gorilismo se hace evidente en cada acción persecutoria, similares a los crímenes del gomecismo y del perejimenismo, las dos dictaduras emblemáticas del siglo XX venezolano.
Cuyo trágico final fue la huida en cambote de los chácharos de Tarazona y los esbirros de Pedro Estrada, con sus respectivos jefes, quienes debieron en frías madrugadas escaparse del país los que pudieron sobrevivir, directo al sufrido destierro, por no haber entendido a un pueblo cuyo principal valor es vivir en democracia, imperfecta, pero democracia en fin de cuentas.
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