Por: Cristo García Tapia
Era ese, más o menos, el modus operandi mediante el cual se consumaba el golpe de Estado como medio del cual se valían los militares para usurpar y acceder al poder legítima y legalmente constituido.
Y cuando no, con su apoyo armado, partidos, facciones y movimientos políticos minoritarios confabulados para el fin proditorio de imponer, por vía del sometimiento, la fuerza, la violencia y el terror, cuánto las dinámicas democráticas del sufragio no les posibilitaban en el escenario natural y equilibrado de la confrontación electoral de programas y tesis.
Por lo general, este tipo de asalto a la democracia se consumaba al amparo de siniestras madrugadas, el ruido amedrentador de fusiles y bayonetas, de descargas permanentes de artillería y del asalto aéreo e incendios del palacio presidencial, sede del Ejecutivo, y del Congreso, asiento del Poder Legislativo, expresiones emblemáticas del poder ciudadano.
Eran los tiempos de los dictadores perpetuos, del destierro de la democracia, del quebrantamiento de los derechos y libertades civiles.
En suma, de las dictaduras militares que asolaron el continente americano, estrangularon el ideario de libertad y disenso ideológico y doctrinario que devino en partidos únicos, en frentes nacionales o en bipartidismos excluyentes.
Más allá de “golpes técnicos” de Estado como los denominaba Curzio Malaparte, eran esencialmente políticos aquellos que se asestaban a la democracia hasta su erradicación y exterminio, forjados por ideologías, doctrinas y poderes políticos claramente identificados con unas y otros y confabulados para ese fin proditorio con militares, confesionalismos religiosos predominantes y el direccionamiento siempre de la potencia que históricamente ha alentado el golpe de Estado militar en la región.
Si bien hoy ya no son los militares los que se levantan en armas contra la democracia, no quiere decir por ello que el golpe de Estado como medio para desaparecer aquella e imponer las minorías y castas políticas su modelo de gobierno haya desaparecido.
No, simplemente cuanto ocurre es que el golpe de Estado lo ejecutan ahora los civiles, la partidocracia que se confabula para derrocar presidentes mediante juicios sumarios tramados por un poder legislativo manipulado por la corrupción y la venalidad y atado al interés particular de mayorías espurias.
Es el caso de Brasil, país en el cual su presidenta constitucional, Dilma Rousseff, ha sido derrocada por un Congreso y un vicepresidente, su fórmula, para usurpar la dirección del Estado e instaurar un gobierno de facto.
Una dictadura civil para servir el interés particular de una clase política claramente identificada y denunciada como corrupta, a la cual la historia, el pueblo brasileño, la democracia que tanto costó consolidar en Brasil, tendrán que cobrarle en el menor tiempo y con el castigo más severo su mezquino y protervo papel de sepulturera de la democracia.
Si Curzio Malaparte viviera, tendría que convenir que un golpe de Estado hoy en estas naciones gaseosas de América del Sur, contrario a cuanto el predicaba de tal, sí es un problema político y no requiere de “mil técnicos” para ejecutarlo.
Basta un Legislativo de la partidocracia corrupta, un presidente de izquierda al que hay que derrocar, un vicepresidente corrupto al que hay que “ungir” y una democracia a la que hay que cavarle la sepultura y enterrar.
Poeta
@CristoGarciaTap
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