Tony Raful
Los exilados Jesús de Galíndez, español vasco, y
Orlando Letelier, chileno, fueron, secuestrado el primero, y asesinado
el segundo, violentado las leyes federales de Estados Unidos, por dos
grupos terroristas, dominicano y chileno, el 12 de marzo de 1956 y el 21
de septiembre de 1976. Galíndez fue raptado en plena ciudad de New York
y luego enviado a República Dominicana, de manera ilegal, en un vuelo
aéreo clandestino. En octubre del 2015, el secretario de Estado, John
Kerry, entregó a la presidenta, Michelle Bachelet, una serie de
documentos desclasificados sobre el atentado que le costó la vida a
Letelier en Washington. Hay un memorando secreto que en 1987 redactó el
secretario de Estado, George Schultz, para el presidente Ronald Reagan,
donde aseguraba que la CIA consideraba que existían pruebas
convincentes, de que Pinochet ordenó personalmente a su jefe de
inteligencia, Manuel Contreras preparar el asesinato. Para el periodista
Peter Kornbluh, el asesinato de Letelier se trató del primer acto de
terrorismo internacional en la capital de Estados Unidos. El secuestro
de Galíndez, fue un típico acto de terrorismo internacional ejecutado en
New York, desafiando el ordenamiento legal y político de seguridad de
Estados Unidos. A Letelier lo mandó a matar el dictador Augusto Pinochet
en 1976. A Galíndez lo secuestró, lo sacó de Estados Unidos, vía New
York-Miami-Montecristi, el dictador Rafael Trujillo. Galíndez fue parte
de la decisión de Trujillo de acoger a refugiados de la guerra civil
española (1936-39). En esa emigración llegó una cantidad de exilados,
cuya contribución al arte, la cultura y la academia, fue notable. Cuando
los vascos dieron instrucciones para que sus nacionales ingresaran a
los organismos de seguridad norteamericanos, ya Galíndez lo había hecho
por su cuenta desde Ciudad Trujillo.
Ni el presidente Eisenhower de Estados Unidos en 1956, ni el
presidente Reagan en 1976, autorizaron, ni fueron consultados, ni dieron
su aprobación al comando terrorista que asesinó a Letelier, cuya labor
diplomática en Washington denunciando los crímenes de Pinochet, había
logrado debilitar su influencia en territorio norteamericano. Todo esto a
pesar de que el secretario de Estado, Henry Kissinger, había sido
determinante en el golpe de Estado al presidente Allende en 1973. En
1956, Trujillo contrató a varios exagentes del FBI y de la CIA,
orquestando un equipo encabezado por John Joseph Frank, quien ya venía
trabajando para él, desde hacía tres años, quien contó con reconocidos
agentes trujillistas para la coordinación del plan de secuestrar a
Galíndez.
Los Estados Unidos habían reprobado cualquier acercamiento con el
dictador Franco, por su proximidad con el eje nazi fascista en la
Segunda Guerra Mundial, pero las animosidades cesaron cuando en 1953,
Estados Unidos obtuvo de parte de Franco, una parte del territorio
español para la instalación de bases militares norteamericanas. Los
vascos y los republicanos españoles perdieron la conexión y el apoyo,
que hasta ese momento ofrecía el gobierno de Estados Unidos a los
exilados antifranquistas. Pero Galíndez siguió colaborando con el FBI.
Galíndez era profundamente anticomunista, y su papel en la guerra civil
española, no lo asimila a las corrientes comunistas participantes en la
misma, aunque combatía a Franco y defendía la República, que era una
especie de coalición de fuerzas disímiles ideológicamente.
A la hora del secuestro de Galíndez, éste continuaba siendo
informante del FBI, incluso su trabajo específico no fue interrumpido
por la cercanía de Estados Unidos y Franco en 1953-54, se incrementó
entre los exilados hispanos, incluso dominicanos en New York. Galíndez
estuvo vinculado estrechamente a dirigentes del Partido Revolucionario
Dominicano de su seccional de New York. Es más, la primera denuncia
formal de su desaparición, después de Stanley Ross, lo fue, la del gran
luchador antitrujillista, don Nicolás Silfa. Sólo una semana antes de su
secuestro, Galíndez había viajado a Washington a recibir instrucciones
del Departamento de Estado. El director del FBI, John Edgar Hoover,
llegó a declarar públicamente, a raíz de la desaparición de Galíndez, la
probable conexión de Trujillo en el crimen, incluso envió a Ciudad
Trujillo una misión de investigadores, quienes regresaron frustrados a
Washington D.C. después de haber tratado infructuosamente de lograr la
colaboración con el gobierno dominicano. Quienes no conocen las
interioridades del poder norteamericano, ni las contradicciones que se
reflejan en su seno, no pueden comprender que la desaparición de
Galíndez no fue un acto o una acción aprobada por el presidente
Eisenhower; no entienden cómo Galíndez, a pesar del acercamiento de
Estados Unidos y España, siguió como informante del FBI. Bastaba una
orientación a Galíndez de parte del FBI para atenuar sus actividades
contra Franco. La tesis de que su desaparición fue el resultado de un
acuerdo con Franco, no tiene registro comprobatorio. Nunca la relación
norteamericana con Franco llegó a esos extremos y menos para complacer a
Trujillo, y eliminar a un agente tan eficaz en los círculos de
emigrantes hispanos, ni Franco se hubiese arriesgado a cooperar con esa
operación al margen de una autorización del presidente Eisenhower.
Trujillo burló todos los operativos de seguridad de Estados Unidos,
transgredió sus fronteras. De ahí la reacción de Hoover, sostenida y
persistente contra Trujillo.
Lo que sí fue cierto, es que algunos de los señalados en el secuestro
fueron requeridos por las autoridades judiciales y otros sospechosos no
pudieron entrar jamás a territorio norteamericano. Las causas
enunciadas de su secuestro, guardan una relación impresionante con el
carácter vengativo, egocéntrico del dictador dominicano a través de la
eliminación de sus opositores.
Trujillo no pidió permiso para asesinar a varios dominicanos
opositores en Estados Unidos, ni para matar al presidente Castillo A
No hay comentarios:
Publicar un comentario