29 de septiembre de 2016 - 12:10 am
A pesar de que es un
reclamo constante en nuestra sociedad el respeto a la institucionalidad y
que autoridades, líderes políticos, empresariales, sociales claman
estar comprometidos con ella, vivimos tropezando con la misma piedra de
la ilegalidad y la ilegitimidad, porque parecería que cada quien
entiende que el respeto a las normas y a las instituciones solo aplica
para los demás.
Y es importante tomar conciencia de esto, pues si de verdad queremos fortalecer nuestra débil institucionalidad lo primero que tenemos que hacer es lograr que cada quien entienda que debe respetar su propia institucionalidad, pues como dice la sabiduría popular: el orden entra por casa.
Ejemplos de esto nos sobran, el poder ejecutivo actúa como si la separación de los poderes no fuere la base de sustentación de la democracia, por eso apuesta a borrarla logrando tener el mayor control posible sobre los mismos; muchas instituciones del gobierno cometen consuetudinariamente usurpaciones de funciones de otros órganos del Estado bajo el silencio cómplice de la mayoría y el mismo gobierno fomenta que se den estas situaciones manteniendo entidades que aviesamente entrañan esta violación, como es el caso de la OISOE.
Los representantes de los poderes legislativo y judicial piden ser respetados como poderes independientes, pero al mismo tiempo la mayoría actúa como sumisos acólitos de sus jefes políticos en eterna contradicción de su supuesta independencia.
La sociedad sufre los embates de la falta de institucionalidad y a través de las organizaciones y líderes empresariales, sociales, laborales clama por el respeto a la ley, pero al mismo tiempo estos caen en la doble moral de reclamar institucionalidad hacia lo externo y no cumplir rigurosamente con la misma a lo interno.
Debemos asimilar que institucionalidad es un concepto muy amplio que a veces parecería que nos quedara grande, pues no solo significa cumplir con huecos procedimientos que si bien hacen lucir conforme determinadas acciones, jamás podrán dotarlas de la legitimidad requerida pues haciendo el juego de que cumplimos la ley muchas veces nos llevamos de encuentro los más elementales principios éticos así como la racionalidad misma.
Pero como vivimos siempre bailando al compás del vaivén institucional, en el que a veces reclamamos cumplimiento de la ley y a veces la violamos groseramente, no nos ganamos el respeto de los países del primer mundo, los que aunque también padecen de doble moral frente a muchos temas, indiscutiblemente por múltiples factores se erigen en gendarmes del orden internacional. Y aunque frente a sus intromisiones siempre aleguemos nuestra soberanía, de poco nos sirve pues nosotros mismos nos hemos encargado de debilitarla.
Los mismos organismos multilaterales e internacionales muchas veces se atreven a hacer en estas latitudes lo que no harían en otras, aprobando préstamos a instituciones que no tienen el más mínimo rigor institucional o auspiciando programas que a todas luces constituyen usurpaciones de funciones de otras instituciones, actuando con una reprochable doble moral.
Si queremos institucionalidad debemos comenzar a darnos cuenta de que jamás la obtendremos si cada quien no toma conciencia de que para reclamarla debe empezar por cumplirla y esto aunque aplica en primer lugar a nuestras autoridades que quieren exigir respeto a la ley a la ciudadanía y son las primeras que la incumplen, también aplica a todos los sectores que en medio de esta cultura de ilegalidad se han acostumbrado a cerrar los ojos cuando así conviene en exigir respeto a la ley y por eso pierden fuerza cuando deciden hacerlo.
Mientras todos creamos que podemos cumplir la ley a nuestra propia medida seguiremos teniendo una falsa y acomodada institucionalidad, que será siempre la mayor enemiga de la verdadera institucionalidad.
Y es importante tomar conciencia de esto, pues si de verdad queremos fortalecer nuestra débil institucionalidad lo primero que tenemos que hacer es lograr que cada quien entienda que debe respetar su propia institucionalidad, pues como dice la sabiduría popular: el orden entra por casa.
Ejemplos de esto nos sobran, el poder ejecutivo actúa como si la separación de los poderes no fuere la base de sustentación de la democracia, por eso apuesta a borrarla logrando tener el mayor control posible sobre los mismos; muchas instituciones del gobierno cometen consuetudinariamente usurpaciones de funciones de otros órganos del Estado bajo el silencio cómplice de la mayoría y el mismo gobierno fomenta que se den estas situaciones manteniendo entidades que aviesamente entrañan esta violación, como es el caso de la OISOE.
Los representantes de los poderes legislativo y judicial piden ser respetados como poderes independientes, pero al mismo tiempo la mayoría actúa como sumisos acólitos de sus jefes políticos en eterna contradicción de su supuesta independencia.
La sociedad sufre los embates de la falta de institucionalidad y a través de las organizaciones y líderes empresariales, sociales, laborales clama por el respeto a la ley, pero al mismo tiempo estos caen en la doble moral de reclamar institucionalidad hacia lo externo y no cumplir rigurosamente con la misma a lo interno.
Debemos asimilar que institucionalidad es un concepto muy amplio que a veces parecería que nos quedara grande, pues no solo significa cumplir con huecos procedimientos que si bien hacen lucir conforme determinadas acciones, jamás podrán dotarlas de la legitimidad requerida pues haciendo el juego de que cumplimos la ley muchas veces nos llevamos de encuentro los más elementales principios éticos así como la racionalidad misma.
Pero como vivimos siempre bailando al compás del vaivén institucional, en el que a veces reclamamos cumplimiento de la ley y a veces la violamos groseramente, no nos ganamos el respeto de los países del primer mundo, los que aunque también padecen de doble moral frente a muchos temas, indiscutiblemente por múltiples factores se erigen en gendarmes del orden internacional. Y aunque frente a sus intromisiones siempre aleguemos nuestra soberanía, de poco nos sirve pues nosotros mismos nos hemos encargado de debilitarla.
Los mismos organismos multilaterales e internacionales muchas veces se atreven a hacer en estas latitudes lo que no harían en otras, aprobando préstamos a instituciones que no tienen el más mínimo rigor institucional o auspiciando programas que a todas luces constituyen usurpaciones de funciones de otras instituciones, actuando con una reprochable doble moral.
Si queremos institucionalidad debemos comenzar a darnos cuenta de que jamás la obtendremos si cada quien no toma conciencia de que para reclamarla debe empezar por cumplirla y esto aunque aplica en primer lugar a nuestras autoridades que quieren exigir respeto a la ley a la ciudadanía y son las primeras que la incumplen, también aplica a todos los sectores que en medio de esta cultura de ilegalidad se han acostumbrado a cerrar los ojos cuando así conviene en exigir respeto a la ley y por eso pierden fuerza cuando deciden hacerlo.
Mientras todos creamos que podemos cumplir la ley a nuestra propia medida seguiremos teniendo una falsa y acomodada institucionalidad, que será siempre la mayor enemiga de la verdadera institucionalidad.
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