Por Miguel Guerrero.
Uno de los rasgos más cautivantes de la biografía del dictador de la desaparecida Unión Soviética Josef Stalin es el de su trabajo en la clandestinidad, desde su expulsión de un seminario jesuita en 1899 hasta el triunfo de la revolución bolchevique en 1917.
Constituye también la parte menos conocida de su vida. Sus biógrafos oficiales, entre los que se cuentan a Lavrenti Beria, quien fue uno de sus más crueles jefes de policía, cumplieron a la perfección el encargo de suprimir todos aquellos pasajes que pudieran comprometer la trayectoria revolucionaria del hombre que reinó como todo un viejo y poderoso zar sobre las cenizas del zarismo.
Constituye también la parte menos conocida de su vida. Sus biógrafos oficiales, entre los que se cuentan a Lavrenti Beria, quien fue uno de sus más crueles jefes de policía, cumplieron a la perfección el encargo de suprimir todos aquellos pasajes que pudieran comprometer la trayectoria revolucionaria del hombre que reinó como todo un viejo y poderoso zar sobre las cenizas del zarismo.
A pesar de ello, los archivos de Ojrana, la temible policía secreta del zar abiertos años después de la muerte de Stalin, han permitido aclarar muchos puntos. Se sabe desde entonces que Stalin fue colaborador de los servicios secretos imperiales y que en varias oportunidades ofreció a éstos informaciones muy valiosas sobre el movimiento bolchevique.
Esos archivos fueron abiertos a finales de la década del 1950. Habían sido enviados al Instituto Hoover de Stanford, Estados Unidos, por Basil Maklakov, el último de los embajadores del zar en Francia tras el triunfo de la revolución en 1917.
Compuestos por más de 100,000 documentos sobre las operaciones extranjeras e internas de la Ojrana desde 1889 hasta la caída del zar, estos archivos fueron sacados por Maklakov de la oficina de la citada policía en París y enviados a Stanford con la condición de que solo fueran abiertos después de su muerte, la cual ocurrió en 1953.
El estudio de esos documentos secretos ha permitido reconstruir una parte importante del movimiento bolchevique y especialmente algunos rasgos de la personalidad de Stalin. Las autoridades soviéticas suponían que estos archivos habían sido destruidos a raíz del ascenso al poder de los partidarios de Lenin, por lo que la revelación de su contenido causó una gran conmoción en el Kremlin a pesar del hecho de que esto coincidió con el periodo de la “desestalinización”, iniciada con el discurso pronunciado por Nikita Kruschev en el XX Congreso del Partido Comunista Soviético.
De acuerdo con esos documentos, citados profusamente por varios historiadores, Stalin viajó a Estocolmo para participar en un congreso, celebrado antes de la revolución, con un pasaporte falso facilitado por la Ojrana. Estos y otros archivos sugieren que Stalin sirvió a la policía zarista entre 1906 y 1912.
Otros hechos muy poco divulgados revelan rasgos de la personalidad del dictador. Cuando fue expulsado del seminario teológico administrado por jesuitas, el futuro dictador soviético escribió una carta al rector denunciando a otros compañeros de actividades reñidas con las enseñanzas religiosas. Los acusaba ante la autoridad religiosa de ser “políticamente indignos de confianza”, lo cual determinó la expulsión de éstos.
La noticia de esta carta, la revelación de que Sosó, apodo por el que se le conocía en esa época, se había convertido en un delator, provocó que fuera llamado a una especie de juicio en el círculo obrero en el cual ya desplegaba actividades revolucionarias.
Djugachvilli, que era su verdadero nombre, admitió la acusación en su defensa y dijo lo siguiente: “Los alumnos estaban todos destinados a ser curas o frailes, servidores de la Iglesia. Yo los he salvado para la revolución. Al denunciarlos he llevado al partido a una docena de revolucionarios educados y de confianza, precisamente lo que más necesitamos”.
Lenin desconfiaba de Stalin, al que no consideraba un comunista cabal. Aunque los biógrafos oficiales al servicio de Stalin trataron por todos los medios de vender otra imagen de estas relaciones, la verdad es que los hechos demuestran lo contrario.
Tras su muerte, entre sus papeles fue encontrada la carta que el 5 de marzo de 1923 le escribió Lenin recriminándole acremente por la forma “grosera” en que había tratado a su esposa Krupskaia. Kruschev dijo después que era realmente “asombroso” que Stalin conservara esa carta.
Después de la caída de Kruschev, Stalin fue rehabilitado y vuelto a ser “Héroe de la Unión Soviética”. Sin embargo, su papel en la clandestinidad en los años de lucha contra la tiranía zarista, las intrigas internas que él dirigió para aniquilar a sus antiguos camaradas una vez en la cima del poder, el asesinato de millones de rusos, las purgas en el ejército y los procesos montados contra intelectuales y altas figuras del partido y el gobierno, arrojan serias dudas sobre su figura de revolucionario puro y auténtico.
La época stalinista constituye una mancha sangrienta en la historia del movimiento comunista. Resulta claro, sin embargo, que su desmitificación equivaldría al derrumbamiento de toda la estructura ideológica en que se sustentaba y aún pretende sostenerse como una opción de cambio reivindicativa del ser humano.
Después de haber asegurado el control absoluto de la Rusia Soviética, Stalin era el “bien amado”. Obtuvo el título por medio de las peores intrigas y las más insólitas conspiraciones. Muchos de sus más íntimos colaboradores y antiguos camaradas de partido cayeron abatidos por el peso de su carácter implacable, durante el período de su ascenso al poder total.
Con todo, Stalin pudo escalar la cima del Partido Comunista Soviético, y desde ahí reinar como un Todopoderoso sobre el inmenso país, sólo porque Lenin estaba muy enfermo y porque Sverdlov, el primer presidente soviético, había muerto.
Al decir de Trostky, Stalin era un “grosero” y un hombre de maneras obsequiosas que gustaba de espiar a sus camaradas desde sus habitaciones de la segunda planta de Kremlin, desde mucho antes de que fuera electo secretario general.
En su testamento, Lenin instó a los líderes de la revolución a impedir el rápido ascenso de Stalin. Lo consideraba poco leal a sus camaradas, “abusa de su poder para llegar a los fines personales y es tan grosero que no tiene sitio en el seno de los comunistas”.
El comienzo de su lucha verdadera por el control de toda la Unión Soviética tuvo lugar en el X Congreso del Partido Comunista, cuando a pedido de Zinoviev, a quien luego hizo Stalin ejecutar, fue nombrado secretario general.
Los historiadores coinciden en que esto fue posible sólo porque la enfermedad de Lenin prácticamente le había alejado de los quehaceres del partido y porque el natural sucesor Sverdlov había muerto poco antes. Sverdlov desconfiaba de Stalin y éste no vaciló en precipitarle la muerte haciéndole ingerir una dosis excesiva de somnífero.
El instrumento utilizado para quitar de en medio a Sverdlov fue Pagoda, un oscuro e intrigante farmacéutico que el primero había ayudado a escalar posiciones en la jerarquía comunista, no obstante el hecho de que en su juventud, Pagoda había cometido un robo en el negocio del padre del primer presidente soviético.
Sverdlov estaba padeciendo de tuberculosis y por eso su muerte repentina no causó revuelo alguno en los altos círculos del poder en el Kremlin. Sin embargo, como Lenin patrocinaba a Trostky para sucederle y temía de las intenciones de Stalin, este último concentró todas sus fuerzas en eliminar política y físicamente al segundo a fin de allanar su camino hacia el poder absoluto.
Ya muerto Sverdlov, Lenin y Stalin tuvieron algunos altercados significativos que profundizaron las diferencias entre ambos. Uno de los más graves ocurrió a mediados de 1923, en momentos en que Lenin se acercaba a los días finales de su existencia. El líder de la revolución bolchevique se encontraba muy débil cuando su esposa la Krupskaia chocó violentamente con el secretario general quien le ordenó ásperamente que no se inmiscuyera en los asuntos oficiales.
La razón del altercado era que la esposa de Lenin favorecía abiertamente a Trostky para suceder al presidente del Comité de los Comisarios del Pueblo en el liderazgo máximo de la revolución comunista. Lenin se inclinaba por Trostky y ya lo había hecho saber en su testamento, al definirlo como el más inteligente de todos los probables sucesores.
Stalin celaba a Trostky porque éste había sido siempre la segunda figura y su participación en la guerra civil, como jefe de las Fuerzas Armadas, fue decisiva en la consolidación de la revolución de los Soviets.
Un ejemplo de que realmente Lenin pensaba en él para el primer puesto de mando aparece en los textos de historia. Después del atentado en que Lenin resultó gravemente herido en 1918 por la militante socialista revolucionaria de izquierda, Fanny Kaplan, medio moribundo hizo llamar a Trostky a su lado.
En plena guerra civil Trostky abandonó por unos momentos su puesto de lucha en el frente y acudió ante el líder máximo. “Debes cuidarte”, le dijo Lenin, “debemos procurar que os protejan mejor que a mi, porque si desaparecemos ambos, ¿crees que Sverdlov y Bukharin podrían reemplazarnos eficazmente?”.
Tan pronto como obtuvo el poder, a base de intrigas y asesinatos, Stalin se convirtió en el “hombre más amado” de Rusia. Pero la verdad fue que siempre inspiró desconfianza, temor y repulsión entre sus propios camaradas.
Otra faceta poco conocida de Stalin se remonta al período previo a la Revolución de 1917. Tras su regreso a Bakú después de haber escapado con una identidad falsa del confinamiento en el Norte, Stalin encontró la organización de los bolcheviques de Georgia virtualmente diezmada. Sufrían sobre todo una aguda escasez de fondos. Para salvar al movimiento, el futuro “Zar de la Rusia Soviética”confeccionó una lista de comerciantes ricos, con la ayuda de algunos delincuentes convictos por robo, a los que exigió un pago de protección. Los que resistieron el chantaje no tardaron mucho en lamentarlo, pues sus establecimientos fueron objeto de ataques o incendios nocturnos.
Muy pronto Stalin llegó a la conclusión de que esto no era suficiente para mejorar las finanzas del partido en Georgia y recurrió a su amigo Lajos Koresku, fichado en la policía como traficante de drogas y muy conocido en el mundo de la prostitución. Con la ayuda de Koresku “consiguió” reunir a un grupo de prostitutas y montó una serie de prostíbulos en Tiflis, Bakú y otras ciudades. Parte del dinero de esas actividades era entregado a Stalin para el partido. Durante algún tiempo el negocio de la prostitución constituyó la principal fuente de ingresos de los bolcheviques de Georgia y de todo el Cáucaso, lo cual le permitió al futuro amo de Rusia reactivar el aparato bolchevique en esa vasta y agitada región.
Lenin estaba al tanto de las actividades de Stalin pero se hizo de la vista gorda, hasta que las mismas alcanzaron un punto en que podían convertirse en un peligro para el crédito del movimiento. Fue entonces cuando le escribió una larga carta a Stalin advirtiéndole sobre el peligro de que las autoridades zaristas utilizaran ese expediente para desacreditar la moral del partido y la de sus principales dirigentes. Lenin aprobaba el método y su preocupación se relacionaba con la posibilidad de que se le empleara en su contra.
La explotación de un negocio del “capitalismo decadente” por Stalin en Georgia, no hería los sentimientos revolucionarios de Lenin.. “Nada me importa que tengas o no asuntos con las mujeres ni que cambies de mujer con tanta frecuencia como de camisa”, escribió Lenin a Stalin. “Pero lo que sí me importa es el buen nombre de nuestro Partido Bolchevique”. En esa perla de la herencia literaria leninista, prevenía sobre la necesidad de guardar las apariencias: “No estoy de acuerdo en que sea la mejor política para nuestro partido el estar abiertamente conectado con los burdeles que tú y Koresku organizasteis, los cuales están prosperando.
Aunque comprendo muy bien que debemos obtener los fondos para nuestra lucha por el procedimiento que sea, ya que los precisamos imperiosamente, creo, sin embargo, que debería hacerse en forma tal, que jamás pueda acusársenos de valernos de la prostitución como un medio de conseguir los ingresos para sufragar nuestra obra revolucionaria”.
Lenin comprendía las consecuencias. “Sería terrible para el partido que un día apareciera un periódico zarista con el título de Líder bolchevique del Cáucaso dueño de un burdel, y nos acusase de explotadores de prostitutas”.
Según Lenin, “sería extremadamente nocivo para nuestra causa si nosotros, que combatimos contra la explotación del individuo, tuviéramos que ser acusados de explotar a alguien, aunque se trate de prostitutas”. En realidad, fue él quien le trazara las pautas cuando aconsejó a Stalin lo siguiente: “Por tanto, sugiero que encuentres la manera y forma de llegar a un acuerdo con Koresku para que te entregue el dinero fuera de los burdeles, sin que haya ulterior conexión entre tú y esos lugares, y también que, cuando hagas entrega de dichas cantidades regulares, digas simplemente que proceden de simpatizantes que no desean descubrir sus nombres.
La explotación de un negocio del “capitalismo decadente” por Stalin en Georgia, no hería los sentimientos revolucionarios de Lenin.. “Nada me importa que tengas o no asuntos con las mujeres ni que cambies de mujer con tanta frecuencia como de camisa”, escribió Lenin a Stalin. “Pero lo que sí me importa es el buen nombre de nuestro Partido Bolchevique”. En esa perla de la herencia literaria leninista, prevenía sobre la necesidad de guardar las apariencias: “No estoy de acuerdo en que sea la mejor política para nuestro partido el estar abiertamente conectado con los burdeles que tú y Koresku organizasteis, los cuales están prosperando.
Aunque comprendo muy bien que debemos obtener los fondos para nuestra lucha por el procedimiento que sea, ya que los precisamos imperiosamente, creo, sin embargo, que debería hacerse en forma tal, que jamás pueda acusársenos de valernos de la prostitución como un medio de conseguir los ingresos para sufragar nuestra obra revolucionaria”.
Lenin comprendía las consecuencias. “Sería terrible para el partido que un día apareciera un periódico zarista con el título de Líder bolchevique del Cáucaso dueño de un burdel, y nos acusase de explotadores de prostitutas”.
Según Lenin, “sería extremadamente nocivo para nuestra causa si nosotros, que combatimos contra la explotación del individuo, tuviéramos que ser acusados de explotar a alguien, aunque se trate de prostitutas”. En realidad, fue él quien le trazara las pautas cuando aconsejó a Stalin lo siguiente: “Por tanto, sugiero que encuentres la manera y forma de llegar a un acuerdo con Koresku para que te entregue el dinero fuera de los burdeles, sin que haya ulterior conexión entre tú y esos lugares, y también que, cuando hagas entrega de dichas cantidades regulares, digas simplemente que proceden de simpatizantes que no desean descubrir sus nombres.
En la madrugada del 6 de marzo de 1953 Radio Moscú y la agencia oficial de noticias TASS emitieron un lacónico comunicado firmado por el Comité Central del Partido Comunista, el Soviet de Ministros y el Presidium del Soviet Supremo: “El corazón de Stalin, el camarada e inspirado seguidor de la voluntad de Lenin, el sabio líder y maestro del Partido Comunista y del pueblo soviético, ha dejado de latir. El inmortal nombre de Stalin vivirá eternamente en el corazón del pueblo soviético y de toda la humanidad progresista”.José Vissarionovich Dzhugasvilli, Stalin, nacido en la pequeña localidad de Gori, Georgia, el 21 de diciembre de 1879, murió el 5 de marzo, cuatro días después de haber caído gravemente enfermo, decía el informe oficial. Concluían así tres décadas de terror, hambre y opresión sin paralelo en la Unión Soviética. Pero en realidad, según investigaciones, el “sabio” e idolatrado líder comunista pudo haber sido envenenado, tal como él mismo había hecho con tantos dirigentes, incluyendo a Lenin, Kalenin y su propia segunda esposa Nadiezha.
A pesar del escueto comunicado oficial y la pesadumbre que en apariencia su muerte causó en las altas esferas del Kremlin, Stalin fue en realidad víctima de los procedimientos de terror e intriga que él había implantado.
En su interesante libro “La vida privada de Stalin”, los escritores Jack Fishman, inglés, y J. Bernard Hutton, nacido en Checoslovaquia y testigo de muchos de los episodios tenebrosos vividos en Moscú durante el negro período de las purgas estalinistas de los años 30, ofrecen una magnífica versión de la forma en que Stalin habría sido envenenado por sus colaboradores más íntimos y antiguos.
A comienzos del 1952, Stalin hizo que el Soviet Supremo publicara un decreto reimplantando la pena de muerte en caso de traición, espionaje y sabotaje contra el Estado. La medida puso nuevamente al dictador y a su lugarteniente y jefe de la policía secreta, el terrible Laurenti Beria, en disposición de recurrir al expediente de las ejecuciones y deportaciones en masa, en caso de una conspiración. Como en años atrás un escalofrío estremeció toda la estructura del poder soviético.
Para entonces, las diferencias entre Stalin y Molotov, segundo en la jerarquía del partido y el gobierno, estaban llegando a un punto crítico y el georgiano temía a un golpe que pudiera no sólo sacarle del Kremlin sino costarle la vida. Más que nadie, Stalin sabía que los falsos juicios, las ejecuciones y los envenenamientos de cientos de miles de antiguas figuras del Ejército y el partido, en el transcurso de los 20 años anteriores, habían germinado el odio y la desconfianza en su cada vez más estrecho círculo íntimo. Amparado en el reciente decreto que imponía la pena de muerte, Stalin se sintió motivado a emprender una nueva purga, a fin de distraer la atención de los problemas internos que amenazaban la estabilidad de su régimen de hierro.
El objetivo fue dirigido contra la población judía y en el invierno de 1952-53 alcanzó una furia increíble. Fue entonces, cuando surgió la idea del “Complot de los Doctores”. Stalin y Beria acusaron a nueve médicos, seis de los cuales eran de origen judío, de haber causado la muerte de destacadas figuras del partido años antes. Estados Unidos y Gran Bretaña fueron acusados de instigar la conspiración tildándose de paso a los médicos de ser agentes de ambas potencias.
Esta vez Stalin había calculado mal las consecuencias y el juicio y las ejecuciones y deportaciones masivas que siguieron al mismo repercutieron negativamente sobre el Kremlin. Estados Unidos y Gran Bretaña negaron los cargos y advirtieron que se trataba de un nuevo ángulo de la campaña antisemita de Moscú.
Para la misma época, se habían profundizado las diferencias entre la Unión Soviética y Yugoslavia. Tito y Molotov habían intercambiado serias acusaciones de genocidio y una atmósfera de inseguridad internacional se apoderaba del Kremlin.
Fishman y Hutton afirman en su libro que a esto “siguió una nueva ola de antisemitismo dirigida contra todos aquellos judíos que consiguieron librarse de la deportación al extremo oriente soviético. Los desafueros más sangrientos tuvieron lugar en Ucrania, foco histórico del antisemitismo, si bien por todo el país se procedió a localizar y asesinar a los elementos judíos”.
Ni los familiares de los favoritos del dictador se salvaron esta vez. Los autores del libro dicen que el jefe de la agencia TASS, Pulgonov fue detenido y la esposa de Molotov “que igual que su esposo era judía”, desapareció lo mismo que una larga lista de destacados dirigentes, escritores, músicos y artistas.
En medio de ese ambiente, tuvo lugar una histórica y ultra secreta reunión del Presidium que cambiaría el curso de la historia en la Unión Soviética. El primero de marzo de 1953, en la oficina privada de Stalin, Lazar Kaganovich, hermano de Rosa, la desaparecida tercera esposa del dictador, pidió que amainara la represión y se designara una comisión responsable de estudiar el caso de los médicos. Con el respaldo de otros dirigentes del círculo íntimo, Kaganovich exigió a Stalin que se pusiera término a la matanza y deportación de judíos.
Fishman y Hutton describen así los detalles de esa reunión:
“Cuando los miembros del Presidium, a excepción de Beria el amigo de Stalin, y Kruschev, aprobaron unánimemente las propuestas de Kaganovich, Stalin explotó, presa de furia. - Si no salimos de tu oficina en el plazo de media hora el Ejército Rojo ocupará el Kremlin - , se mofó Kaganovich. Para aplacar la creciente tensión, Beria admitió ahora que él no veía objeción alguna para que una comisión especial considerase el caso de los doctores. Stalin empezó a gritar con el rostro encarnado por la ira. Kaganovich se le puso delante mostrando el carnet del miembro del partido. “- Mira, mira lo que hago con esto – gritó al tiempo que lo hacía pedazos y los arrojaba a la cara de Stalin.
“Stalin hizo ademán de tocar el timbre para avisar a su guardia pero fue empujado violentamente hacia un lado. Nunca estuvo claro si fue Kaganovich, Mikoyan o Molotov quien le empujó, por ser los que estaban más cerca de él, pero Stalin, de un modo u otro, perdió el equilibrio y cayó al suelo, golpeándose la cabeza contra la mesa. Durante unos segundos, los jefes del partido miraron aterrados a su dueño, que yacía encogido profiriendo gemidos. Su amigo Beria trató de consolarlo y Molotov se apresuró a traer brandy del armario, que acercó a los labios de Stalin. Este lo bebió automáticamente”. Stalin se había dado cuenta de que el poder se le escapaba de las manos. Fishman y Hutton aseguran que el golpe sufrido no fue en realidad de cuidado. Pero al dictador le preocupaba el hecho de que no sólo se le hubieran rebelado sus más íntimos colaboradores y amigos sino que el propio Beria se hubiera puesto, en un momento de indecisión, al lado de sus adversarios. El final estaba demasiado cerca.
El libro continúa de esta forma el fantástico relato: “Stalin seguía sentado sobre la silla, gimiendo. Cuando oyó decir a Beria que iba a buscar un médico, levantó la mirada y exclamó:“ – Etot nienda (No es necesario). Pidió a todos los presentes que se marcharan, excepto Beria y Malenkov. Al ir recobrando su compostura, preguntó: “-¿Quién me dio el brandy que bebí sin pensar? “-Vischeslav Mijalovich – contestó Beria, que había visto a Molotov dirigirse al armario y dar la bebida al semiinconsciente Stalin.“Dame el vaso – requirió Stalin -. Pronto, es esencial. El vaso ya no estaba allí. “-Ahora, escuchadme con atención – dijo tranquilamente Stalin mientras se dejaba caer hacia atrás contra el respaldo de la silla y apoyaba las puntas de los dedos sobre el tablero de la mesa - . Probablemente sea esta la última vez que hablo con vosotros. Me quedan cuatro horas de vida o quizás dos días. Eso depende del veneno que me hayan dado.“ - ¿Cómo puedes estar tan seguro de ello” – preguntó Beria.
“ – La desaparición del vaso es la mejor prueba – contestó Stalin - . Si no le hubieran echado veneno, estaría por ahí cerca.“ – Debemos traer un médico inmediatamente – añadió Malenkov.“ – Nadie puede hacer ya nada por mí. El veneno se ha posesionado ya de mi organismo. No malgastemos el valioso tiempo discutiendo algo que no puede ser cambiado – continuó Stalin”.
José Vissarionovich murió cuatro días después. Y en los minutos siguientes a la salida de los conspiradores pudo expresar a Beria y Malenkov lo que quedó a la posteridad como su testamento político. Stalin, según Fishman y Hutton, admitió que Molotov era entre los líderes del Kremlin el más capacitado e inteligente.
“Pero jamás debe convertirse en líder de nuestro pueblo – aconsejó Stalin, de acuerdo con los autores - . No porque no sea del agrado de la gente y esta no le fuera a seguir como me ha seguido a mí sino porque es el hombre más peligroso que jamás tuvo nuestro país. De todas formas hay que encontrar el modo de sacar el mayor partido de su cerebro y sus cualidades. Pero no debe ocupar nunca la máxima jerarquía”.
Malenkov le sucedió como jefe del gobierno aunque Stalin le aconsejó dejara de beber “pues de lo contrario descenderás al nivel de Bulganin y Kruschev, y gradualmente te irás convirtiendo en un instrumento sin voluntad en manos de Molotov”.
La verdad oficial sobre las circunstancias que rodearon la muerte de Stalin jamás ha sido contada. Fishman y Hutton aseguran, sin embargo, que su versión está avalada por testimonios de protagonistas de aquel episodio sensacional de la historia moderna y por un memorando, que en aquellas horas de temor Beria hizo llegar a los colaboradores de confianza de los partidos comunistas de otros países del Este de Europa con instrucciones de abrirse sólo después de su muerte. Ese memorando circuló clandestina pero profusamente luego de que Kruschev, ya en control de la maquinaria del partido y el gobierno, hiciera matar a Beria en una reunión del Presidium convocada con el aparente propósito de analizar la situación militar. Beria tuvo una muerte muy similar a la de su amo. Asediado en la reunión del Presidium el jefe de la policía secreta fue virtualmente despojado por el propio Kruschev de una pistola mientras Malenkov apretaba con el pie un timbre para hacer entrar a un general que inmediatamente disparó contra Beria.
Para entonces, Beria era el único a quien estaba permitido llevar armas en el Kremlin. Sus agentes controlaban cada uno de los pasos de los demás dirigentes que de hecho eran virtuales prisioneros en las amuralladas y milenarias paredes del Kremlin. La ametralladora “Tommy” con la que se le disparó, había sido introducida clandestinamente días antes por lo que de ahí pasaron a ser los nuevos amos absolutos de la Unión Soviética.
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