MIÉRCOLES, 21 DE SEPTIEMBRE DEL 2016 - 20:35 CEST
Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo (RDC), es desde el lunes una sucursal del infierno. Mientras las sedes de seis partidos de la oposición ardían, el pueblo congoleño contaba los muertos de la manifestación del lunes: entre 20 y 50, según la Oficina Conjunta de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Congo (UNJHRO). Víctimas de una orgía de represión, con ciudadanos acribillados, policías linchados y pillajes, pese a que el objetivo de la protesta era solo reclamar democracia. Una democracia que los congoleños considerarán una farsa si el presidente, Joseph Kabila, viola la Constitución y no convoca elecciones para perpetuarse en un cargo que debería abandonar el 19 de diciembre, cuando acaba su segundo y último mandato.
La represión y la violencia secundada por algunos manifestantes prendieron la mecha del odio, pero en Congo hay otra vía: la que defienden los jóvenes que ese mismo lunes caminaban detrás de una pancarta blanca, con una leyenda pidiendo elecciones, una flecha verde y un nombre: LUCHA, acrónimo de "Lucha por el Cambio", una organización que este año ha visto desfilar adecenas de sus militantes por las cárceles del país solo por reclamar libertad política y dignidad para los ocho de cada diez congoleños que viven bajo el umbral de la pobreza absoluta, según el FMI.
Desde su fundación en Goma (Kivu Norte) en el 2012, LUCHA no ha cesado de convocar actos, como sentadas y protestas en las que sus militantes marchan con una mordaza en la boca, o bien con un silbato para llamar la atención. Frente a la posibilidad de que Kabila no abandone el poder, el movimiento juvenil anunció la semana pasada una "campaña de desobediencia civil y fiscal pacífica” cuyo fin es forzar al jefe de Estado “a respetar la Constitución”, explica la militante Soraya Aziz. Esta iniciativa incluirá un inventario de bienes –muchos fruto de la corrupción- de aquellos que apoyen al régimen, con vistas a su expropiación en beneficio del erario público.
BARRER A UN DICTADOR
Aunque a menudo se ha comparado a este movimiento juvenil con el 15-M, debido a su pacifismo y sus llamamientos en pro de la regeneración política, un abismo os separa. Los jóvenes congoleños no tienen frente a sí a una democracia -con sus defectos y abusos- sino a un régimen que no duda en usar armas de guerra contra la población desarmada, como sucede estos días en Kinshasa. Rebecca Kabugho, una joven del grupo que estuvo a punto de morir en prisión, es uno de los símbolos del movimiento.
En ese pequeño estado, en el que un 63,8% de sus habitantes son pobres de solemnidad, según las Naciones Unidas, la dictadura había arrebatado tanto la esperanza a sus gentes que el despertar precisaba de un sueño, “el sueño de que se pueden cambiar las cosas”, explica desde la capital burkinesa, Uagadugú, uno de los fundadores de Balai Citoyen, el rapero de 44 años Serge Bambara, alias 'Smockey'.
REUNIÓN INÉDITA
“Los regímenes africanos temen a estos movimientos y responden con represión porque estas organizaciones funcionan”, arguye el fundador de Balai Citoyen. Y su éxito se explica porque, estos 15-M africanos, prosigue, “les dicen a unos regímenes culpables: ‘Sois unos asesinos; sois unos ladrones’. A ellos no les gusta ese espejo con el que les mostramos lo feo que es su rostro”.
La cada vez mayor influencia de LUCHA en Congo da la razón a Bambara. El 16 de agosto, en un gesto insólito, Kabila se reunió con un grupo de sus militantes. No por ello la organización ha moderado su tono contra el jefe de Estado. Pese a la pesadilla de estos días en Kinshasa, en Congo cada vez parece estar más cerca el sueño expresado por Martin Fayulu, un veterano opositor herido en las manifestaciones del lunes, que afirma que su pueblo “se apresta a seguir el ejemplo del de Burkina Faso”.
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