Como se sabe, el régimen de Trujillo incorporó a las funciones públicas a determinados refugiados republicanos a fin de aprovechar sus destrezas en campos específicos del saber y de la administración gubernamental. Casi todas las dependencias oficiales se beneficiaron de esa inmigración positiva. Paradójicamente, las dos figuras que escalaron posiciones más cimeras, el gallego José Almoina Mateos -quien llegó a ostentar la función de secretario particular de Trujillo, siendo preceptor de su hijo Ramfis, así como consejero y escribidor de dos obras de su esposa María Martínez Alba- y el vasco Jesús de Galíndez Suárez –egresado de Derecho de la Universidad Central de Madrid, profesor de nuestra Escuela Diplomática y Consular, quien sirvió como secretario del recién creado Comité Nacional de Salarios en el Departamento de Trabajo y Economía- terminaron sus días trágicamente como víctimas de la tiranía.
A la pluma de Galíndez se debe una de las obras más completas sobre el régimen, La Era de Trujillo: Un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana, escrita como tesis doctoral para la Universidad de Columbia, donde impartía docencia como catedrático de Derecho Público Hispanoamericano y de Historia de la Civilización Iberoamericana. Publicada post mortem en 1956 por Editorial del Pacífico en Chile, esta tesis le costó la vida al vasco, raptado el 12 de marzo de 1956 en el corazón de Manhattan y llevado por avión a la República Dominicana. Operación origen de una cadena de asesinatos para limpiar evidencia, incluidos los del piloto norteamericano de CDA Gerald Murphy y el oficial de la AMD Octavio de la Maza.
Antes de abandonar el país –aconsejado por nuestro ministro en Madrid Rafael César Tolentino, tras estancia en Francia- e instalarse en Estados Unidos, Galíndez obtuvo el premio a la mejor leyenda en el concurso literario con motivo del Centenario por su trabajo “El Bahoruco. Leyenda del Lago de Enriquillo”, otorgado por un jurado integrado por Luis Alemar, Guido Despradel y Vicente Tolentino. Recogido en el libro 5 leyendas del trópico (1944), con portada ilustrada por Gausachs. En el pórtico el autor rinde homenaje “a la Isla de Quisqueya, crisol de razas y antesala de América, por cuyas selvas y ruinas vagan todavía espectros románticos de indios masacrados y aguerridos colonos, de osados piratas y esclavos de negra piel, susurrando leyendas y recuerdos de siglos y razas que fueron; en el primer centenario del pueblo que surgió en ella, con herencia de siglos y optimismo de juventud; como tributo sincero de gratitud hacia los hombres que en la desgracia me brindaron un hogar.”
Galíndez, quien representó en la ONU y ante el Departamento de Estado al gobierno vasco en el exilio en su calidad de miembro destacado del Partido Nacionalista Vasco, estuvo vinculado a los servicios de inteligencia de Estados Unidos, desde su época dominicana. En New York estudió a la colonia puertorriqueña, de allí su texto Puerto Rico en Nueva York: Aspectos de la Vida en el Harlem Hispano, publicado en México en 1950 y considerado crítico del rol de la izquierda boricua y del congresista Vito Marcantonio, representante del East Harlem aupado por el American Labor Party con apoyo entre operarios italianos, puertorriqueños y los negros. Fichado por el FBI, Marcantonio defendió en el Congreso a los nacionalistas y a su líder Pedro Albizu Campos.
Vinculado a los asuntos puertorriqueños, Galíndez se relacionó personalmente con Luis Muñoz Marín, cabeza del Partido Popular y aliado de la política progresista impulsada por el presidente Franklin D. Roosevelt, quien devendría en adversario tenaz de Trujillo en la política regional caribeña. En 1953, a raíz de la adopción en 1952 del Estado Libre Asociado promovido por el gobernador Muñoz Marín, cuyo ejercicio cubrió entre 1949 y 1964, Galíndez publicó en el Boletín del Instituto de Derecho Comparado de la UNAM su texto “Nueva fórmula de autodeterminación política de Puerto Rico”.
Manuel Vásquez Montalbán, autor de Galíndez, una novela histórica sobre el intelectual vasco, en una de sus columnas publicada en El País en 1990, año de su aparición, nos habla sobre la estancia dominicana de éste y su desenlace trágico.
“He repasado mis datos y sus lugares. Antes de dar por terminada mi novela sobre Galíndez he experimentado la necesidad de comprobar por segunda y última vez los detalles ambientales que envolvieron su vida de exiliado en esta isla, entre 1940 y 1946, antes de marcharse a Nueva York, para volver narcotizado y secuestrado en una avioneta particular, fletada por los servicios secretos de Trujillo y sus cómplices del lobby trujillista norteamericano. Me he detenido ante la casa en que vivió en la calle Lovatón, cuando ya consiguió una cierta estabilidad económica como profesor de derecho, asesor sindical y prolífico escribidor de vascongadeces en diferentes publicaciones nacionalistas. También he paseado por el parque donde se reunía con su contacto de la embajada norteamericana, para pasarle información sobre los nazis y los rojos presentes en la República Dominicana, dos piezas de una misma partida de ajedrez a la que jugaba el generalísimo Trujillo.”
“He hablado con gentes que le conocieron, le respetaron o le traicionaron, contribuyendo con su campaña de descrédito a avalar su secuestro y asesinato. Incluso he hablado con Martínez Ubago, hijo del médico exilado que heredó de Galíndez la jefatura de los nacionalistas vascos en la república, cuando Jesús se marchó a Nueva York según consejo del lendakari Aguirre y de su lugarteniente en EE UU, Irala. Martínez Ubago hijo vivió la truculenta experiencia de examinar unos cadáveres conservados en formol, por si alguno de ellos era el desaparecido Galíndez. No. Eran patriotas dominicanos que habían participado en un desembarco guerrillero, muertos a balazos o a palos. Un médico forense con visión de futuro los conservó en formol para que algún día dieran testimonio de la barbarie trujillista.”
“Todo empezó para mi poco después que todo acabara para Jesús Galíndez. Recuerdo que fue en el claustro de la universidad de Barcelona, otoño de 1956, yo tenía 17 años recién cumplidos y en las catacumbas clandestinas se comentaba un escándalo, primera página en la prensa de EE UU, incluso en Life, que nuestro Trujillo particular nos había ocultado. Un profesor vasco de la universidad de Columbia, representante del PNV en Nueva York y ante el Departamento de Estado, impugnador fracasado del reconocimiento internacional de la dictadura de Franco, había sido secuestrado y había desaparecido entre noticias contradictorias. Los trujillistas dominicanos y yanquis le acusaban de haberse fugado a Moscú a cumplir su verdadera identidad de espía de la KGB y el PNV en el exilio clamaba inútilmente a los cielos más democráticos denunciando un asesinato político que según algunos Trujillo había perpetrado a mano, irritado por las opiniones contra su persona vertidas por Galíndez en su tesis doctoral de Columbia University y futuro libro, La era de Trujillo. A pesar de mis 20 duros de ideología antimperialista, me pareció prodigioso e inaceptable que en la misma calle donde Gene Kelly había bailado en Un día en Nueva York, en aquella calle nacida para el technicolor y el mito, se hubiera producido tan tenebrosa fechoría. Inimaginable que aquel profesor (recuérdese las connotaciones que adquiría la palabra profesor cuando se tenían 17 años en los años cincuenta) pudiera desaparecer, sobre todo si se sostenía que su cuerpo había sido arrojado a los tiburones del Caribe.”
Vásquez Montalbán afirma que tras 30 años de convivencia con Galíndez en la recámara de su imaginación y con materiales reunidos se decidió “a dedicarle una novela en la que Jesús de Galíndez se convierte en materia de reflexión sobre la ética de la resistencia”. Apunta que Trujillo, temeroso de quedar al descubierto, fue liquidando a los testigos, “sin darse cuenta de que dos de ellos iban a convertirse en el detonador de su propia ejecución”. Aludiendo a la participación de Antonio de la Maza en el ajusticiamiento del dictador. Con lo cual el círculo quedaba cerrado. “Pero como chivo expiatorio original seguía aquel misterioso Jesús de Galíndez, madrileño hijo de vasco, mitómano del país de su abuelo, ayudante de Irujo en su Ministerio de Justicia durante la guerra civil, condottiero y conspirador barojiano por todo el Caribe al lado de los Figueres, Muñoz Marín, Betancourt.”
“Ni entro ni salgo en la verdad histórica de Galíndez como nacionalista vasco a ultranza que se convirtió en informador del FBI y de la CIA para que el Departamento de Estado favoreciera la razón nacional y democrática de los vascos. Más de un exilado superviviente me dijo en Nueva York que quien más quien menos, de los implicados políticamente pocos estuvieron en condiciones de no dar algo a cambio del asilo norteamericano y de la esperanza del retorno de la democracia a España de mano de Estados Unidos. Yo sólo soy un novelista. Los historiadores ya han dicho lo suyo sobre esta faceta de Jesús Galíndez, una más en un prisma humano en el que cada fase contradice y complementa a la inmediata, como suele suceder en los seres humanos expulsados de todos los países, incluso del paraíso de una patria idealizada, aunque ante una concentración de exilados cubanos en Miami, Cabrera Infante pronunciara una hermosa frase: ‘No hay éxito mayor que el del exilio’.”
Vásquez Montalbán afirma que el presidente Balaguer ordenó dar el nombre de Galíndez a una calle del ensanche Ozama, donde acudió para encontrar que “él no está allí”, que “es sólo un rótulo”. El fenecido novelista catalán cierra su columna con una nota de nostalgia. “En cambio cuando miraba al mar, más allá de la barrera del malecón, sí que creí presentirlo como un muerto sin sepultura, bajo las aguas marinas y de la desmemoria. Aunque quizá quede algún recuerdo suyo en la memoria colectiva de los tiburones”. Como de otros de igual suerte.
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