En muchos países de la región la democracia está muy golpeada, pero los cambios se dan mediante procesos institucionales
Pocas dudas deberían quedar a estas alturas de que hay un viento de cambio en América Latina. Los últimos meses estuvieron marcados por giros importantes en la región que bien podrían estar dando inicio a algo así como una primavera Latinoamericana. Esta es contra un discurso populista cada vez más desgastado y carente de sentido.
Los resultados de las recientes elecciones presidenciales en Argentina y legislativas en Venezuela, sumadas al inicio del proceso de un juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff, son solo algunas de las perlas de un collar del que no sabemos aún sus dimensiones.
Más allá de que en muchos países de la región la democracia esté muy golpeada, estos cambios se dan mediante procesos institucionales. Asimismo, la actitud del presidente Maduro, una semana antes de las elecciones paramentarías, son muestra clara de cómo golpear una democracia y aniquilar el diálogo. Según Maduro, de ganar la oposición las elecciones, el país sería un "caos" y él pasaría a gobernar "desde las calles con una fuerza cívico militar". Alusiones sumadas a la inexistente libertad de expresión en ese país, lo que desde el año 2000 ya viene siendo denunciado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Relatoría Especial de Libertad de Expresión.
Lo cierto es que la oposición ganó las elecciones parlamentarias en Venezuela y el presidente Maduro aceptó la derrota, que según él, es el resultado de una "guerra económica". A los pocos segundos de que Tibisay Lucena, presidente del Consejo Nacional Electoral de Venezuela, anunciaba los resultados preliminares, Maduro salía hablando por cadena nacional con un llamativo tono –dentro de su estilo– conciliador. Incluso hablando de que aceptaba la derrota con la "moral y la ética del chavismo".
No olvidemos que el chavismo ya tuvo que aceptar derrotas y las sorpresas vinieron después, cuando las luces y los micrófonos de los medios internacionales se apagaron y los observadores que el chavismo había dejado entrar ya no estaban en el país. Un episodio casi olvidado fue cuando en 2008 el líder opositor Antonio Ledezma ganó las elecciones a la alcaldía de Caracas. El entonces presidente Chávez –con un tono muy similar al de Maduro en la madrugada del lunes– aceptó la derrota. Pocas semanas después, el chavismo creó un nuevo “distrito capital” por encima de la alcaldía, sacándole todas las potestades a Ledezma e incluso quitándole el presupuesto de la alcaldía. Ledezma llegó a hacer huelga de hambre para denunciar este atropello. La región le dio la espalda y el tema se esfumo. Hoy aquel alcalde es uno de los presos políticos de Maduro.
Necesitamos recomponer el rumbo de racionalidad (no digo ideológica sino institucional) en la que nos deje de parecer común que las noticias deban ser sobre si un presidente entregará o no el poder, si tal o cual partido aceptará el resultado de una elección; o en dónde el vicepresidente de un país sigue en su cargo por varios años a pesar de estar procesado, o dónde casi el gabinete entero de un gobierno haya ido a la cárcel por corrupción en una empresa pública y jamás el presidente de aquel Gobierno haya salido a dar la cara para pedir perdón al país.
Por otra parte, nadie dice que quienes hoy están siendo parte de esta primavera de cambios sean puros. Lo que sí sabemos es que algo debía empezar a cambiar. La expresidenta Cristina Fernández en Argentina deja su mandato con una deuda publica de las más altas en la historia de un país donde las estadísticas nacionales son poco creíbles para los organismos internacionales. En la Venezuela de Maduro el desabastecimiento ya es insostenible y la tasa de inflación solo es igualable a la de Siria, un país devastado por una guerra civil.
Esperemos que esta primavera tenga el diálogo como lema principal. No nos merecemos una región cada vez más fragmentada por un estilo de hacer política que se ha basado en generar un mundo de "buenos contra malos", de "pobres contra ricos". Al igual que el nivel irracional de noticias, hoy también parecemos acostumbrados a ya no imaginar una región en la que todos queramos empujar para el mismo lado. Y no lo digo desde una perspectiva utópicamente burda. Acaso basta con ver las actas finales de las cumbres de cualquiera grupo dentro de la ensalada de siglas que hoy existe en la región (CELAC, ALBA, UNASUR, etc.): una de las frases más repetidas en los últimos años sin dudas ha sido "repudio a..." (comúnmente acompañada con algo relacionado a los Estados Unidos).
Los cambios no serán fáciles. Vienen meses de muchas presiones políticas y ansiedad social por progresar en una región donde por años viene premiando la violencia y la sencilla solución de culpar al resto del mundo de nuestros fracasos, sin darnos cuenta de que en nosotros mismos están las soluciones. La primer solución parece estar en marcha y pasa por perder el miedo a elegir nuevos líderes para que nos gobiernen. La decisión de saber decir basta.
Nicolás Albertoni es estudiante de la Maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Georgetown. Twitter:@N_Albertoni
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