Las estructuras de poder están cambiando en todo el mundo, como advirtió Moisés Naím en su libro El fin del poder. Tanto dictadores como gobernantes democráticamente electos (autoritarios) lo saben, le temen y les agobia. Aires de cambio soplan sobre América Latina, algunos empujan a grandes transformaciones positivas y otros contienen y buscan perpetuar viejas prácticas antidemocráticas.
El triunfo de Macri en Argentina tras años desastrosos del kirchnerismo, la salida del último presidente democráticamente electo en Guatemala por escándalos de corrupción y la apertura de un proceso para hacer juicio político a Dilma en Brasil son buenas señales que contrastan con la manipulación de Correa para presionar al Congreso en Ecuador a reformar la Constitución para perpetuarse en el poder o a la protección de criminales por parte del gobierno salvadoreño.
Cada día, los ciudadanos estamos más despiertos, conscientes, informados y cansados de tantas mentiras y abusos. Aunque en ocasiones la defensa de la libertad se vuelve por demás compleja, es una batalla que no puede ni debe cesar un solo día. Cuando dejamos de cuestionarla y defenderla, corremos el riesgo de retroceder lentamente, pues la experiencia ha demostrado que, entre más se expande el tamaño de los gobiernos, más se contrae la libertad de los ciudadanos.
América Latina ha vivido oscuros episodios marcados por dictaduras y populismos cuyas violaciones sistemáticas a los derechos humanos han dejado profundas heridas y secuelas difíciles de borrar. Sin embargo, hemos aprendido que un exceso de pasado genera frustración e incluso depresión y un exceso de futuro genera ansiedad.
Hoy son muchos los motivos para creer y esperar que América Latina, con sus múltiples diferencias de país en país, puede dar un giro hacia la libertad y apostar por una verdadera división de poderes bajo el imperio de la ley.
El fortalecimiento de la oposición venezolana en un Congreso ávido de verdaderos demócratas abre un camino de enorme esperanza y genera un contrapeso para un país que durante los últimos 17 años ha padecido el flagelo del castro-chavismo. Las fuerzas armadas jugaron un papel decisivo al presionar al gobierno para que reconociera su derrota.
La lección es contundente: por más abusivos que sean los gobiernos, también tienen miedo, son vulnerables y no son eternos. Basta que los ciudadanos digamos hasta aquí. América Latina abraza la luz de un nuevo amanecer; hay esperanza en medio del túnel, una luz al final del año.
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