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jueves, 3 de diciembre de 2015

Qué hacemos con los políticos muertos?


Por Tony Raful (hijo). 3 de diciembre de 2015 - 12:08 am -  
Tony Raful (hijo)

Tony Raful (hijo)

Abogado con maestría en Derecho de la Regulación Económica (PUCMM) y Política Económica Internacional (Universidad de Kent).
El culto funerario a los líderes es una costumbre milenaria. Recibidos por la muerte algunos son venerados, otros llorados, mientras que los más desgraciados pueden llegar a ser escupidos, como le sucedió a Mussolini. Pero detrás de cada acción póstuma parece existir una estrategia mágico-religiosa.
Y es que las honras mortuorias han probado ser un elemento legitimador para quienes pretenden consolidar el poder político. Cuando muere un líder, el vacío toma su lugar temporal, las emociones colidan en sus seguidores y algunos discípulos pretender asumir el espacio oportuno para establecerse como sucesores.
En República Dominicana, Joaquín Balaguer lo entendió muy bien cuando se declaró hijo espiritual de Rafael Leónidas Trujillo en las honras fúnebres del tirano. Fue así que el día del entierro sus palabras limpiaron la conducta del dictador, justificaron sus desmanes, y propugnaron continuar su legado. En su famoso panegírico exclamó que era el momento propicio para “que juremos sobre estas reliquias amadas que defenderemos su memoria y que seremos fieles a sus consignas…”
Él sucedería al tirano. Y según vemos en el discurso cumplió con un elemento clave de dichos rituales, parecía una persona desinteresada al pronunciarlo. Estos procesos de legitimación, de asumir el espacio que deja el difunto permanecen en el tiempo a pesar de carecer de toda lógica o razonamiento moderno. Cuenta Olaf B. Rader en su libro “Tumba y Poder” que:  
“En los rituales funerarios se ha conservado ‘un máximo de no-modernidad’, y que precisamente aquí unas concepciones racionales singularmente claras se verán en ocasiones expulsadas por orientaciones mágico-arcaicas. Como se explica, si no, que la posesión de unos huesos pueda constituir una “cuestión de honor nacional””
Precisamente “cuestión de honor nacional” volvería el presidente Balaguer el hecho de poseer los restos del marino Cristóbal Colón. Y para celebrarlo elaboró, en el quinto centenario de su llegada, un majestuoso Faro mausoleo en el cual reposarían sus “huesos”. Para esto dedicó una cantidad irracional de recursos que llevaría a Juan Luis Guerra a plasmar el sentimiento de muchos cantando: “Y sí aquí en vez de cemento pa’ la construcción, le hiciéramos un faro a la educación?”.
Cabe destacar que estos rituales también funcionan de manera negativa, es decir sirven para denostar y desacralizar figuras. Dos de los más impresionantes ejemplos sucedieron con el Papa Formoso y el rey de Etiopía Haile Selassie.
El Papa Esteban VI, quien sucedería al Papa Formoso, en aras de humillarlo mandó que al cadáver de su antiguo jefe le fuera: 1) despojada la vestidura papal 2) cercenada la mano que usaba para bendecir, y 3) que su cuerpo fuera arrastrado desde la Iglesia hasta el río y dejado allí en la intemperie. Una extraña y sádica venganza contra unos huesos sin alma para un hombre de “fe”.
Con el monarca Haile Selassie ocurrió una humillación similar después de ser derrocado y asesinado. Para castigar su memoria y cuidar que su tumba no se convirtiese en lugar de culto, su cadáver fue enterrado junto a las letrinas del palacio de Etiopía.
En nuestra historia la desacralización más notable sucedió con el general Desiderio Arias en la época de Trujillo. Después de asesinado, a Desiderio se le cortó la cabeza y la misma fue paseada por la ciudad de Santiago, aunque fuera cosida de vuelta a un cuerpo y enterrado, la humillación ya había tenido lugar.
La vigencia de estos temas aún persiste. Así pudimos observarlo en Venezuela, cuando el presidente Nicolás Maduro hablaba hace unos años de la perpetuación del cadáver de Hugo Chávez, como Stalin con el de Lenin, buscando prevalecerse de su muerte para legitimarse como el continuador de la revolución.
Los políticos dominicanos actuales no escapan a este tipo de celebraciones mortuorias, aún siguen acudiendo a la tumba de sus líderes en busca de aquello que pueda sostener sus endebles ideologías o su precaria unidad. Creen al igual que hace siglos que la tumba los legitima y que también los puede condenar.
Un ejemplo curioso sucedió en 2008, cuando Amable Aristy fue a la tumba de Balaguer a legitimar su candidatura y vincular su imagen con el fenecido líder. Pronunciando el entonces candidato presidencial su discurso entró un vendaval que le tumbó varias veces el micrófono y la corona de flores que había llevado. Aristy fue a la tumba buscando un apoyo mágico-arcaico, al darle fuerza a este concepto salió trasquilado, porque algunos llegaron a entender que había sido el mismo Balaguer en la brisa que lo estaba expulsando.
A pesar de que no hay certeza de que los idos transfieren en la tumba su grandeza, algunos siguen aprovechando el espacio para ver si la presencia en ella les chapotea algo. Ante este tipo de escenarios, la única seguridad que tenemos en este plano es que todo eso del descanso eterno luce como mito para estos líderes muertos, que o siguen desde el más allá influyendo o bien desde el más acá los seguimos jodiendo. 

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