Paloma González,
miembro de La Comuna
miembro de La Comuna
“No nos engañaron a todas”. Así sentenciaba Manuel Blanco Chivite, antiguo militante del FRAP y la lucha antifascista durante el franquismo, su intervención al final de la obra El rey, a la que los miembros de La Comuna, incluida quien escribe estas líneas, fuimos invitados el pasado 2 de diciembre. Las diversas figuras que encarna Alberto San Juan en escena tampoco nos engañaron a ninguno. Tras la voz siniestramente aflautada de Francisco Franco, la elegante imposición del exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger o el perverso regocijo del por aquel entonces ministro de Relaciones Sindicales Martín Villa leyendo ante el público su currículum de asesinatos, se esconde la misma voluntad gatopardiana de aquellos años en los que todo cambió para, en el fondo, seguir como estaba. La voluntad de moldear otra figura, la del rey, para dar coherencia y forma al paso de una dictadura a una “democracia” que más se pareció a una transacción que a una transición como preferimos decir algunos.
Un rey que afirma en el libreto ser el de todos los españoles y también el de los más de 114.000 desaparecidos por cuya exhumación no se ha pronunciado ni presumiblemente se pronunciará ahora que ya le han arrebatado el trono. Un Jefe de Estado que presenció en silencio las torturas y los asesinatos de aquellos que lucharon contra el fascismo y que poco tiempo después fue presentado como garante de los derechos y libertades del nuevo estado. El sucesor de Franco que “abrazó” al dictador cuando toda la comunidad internacional clamaba por la vida de Salvador Puig Antich y de los cinco fusilados el 27 de septiembre de 1975: José Luis Sánchez-Bravo Solla, Xose Humberto Baena Alonso, Ramón García Sanz, Juan Paredes Manot Txiki y Ángel Otaegui.
Alguien capaz de escupir por su boca palabras de paz cuando la desmovilización de las calles se debía al miedo ante la actuación de las fuerzas del régimen franquistas más reaccionarias que acabaron con la vida de 188 personas y por cuyo reconocimiento hoy todavía lucha el movimiento memorialista: Yolanda González, Germán Rodríguez, Luis Javier Benavides, Mariluz Nájera o Arturo Ruiz. Manifestantes, militantes y activistas que se quedaron a las puertas de esa supuesta transición en su empeño porque esta fuera realmente el tránsito de un modelo a otro mejor y no una mera correa de transmisión de poderes de una legitimidad legal a otra.
Un personaje tan maleable solo puede ser recreado, con excepcional ironía y humor negro, como un pelele atormentado por el devenir de los acontecimientos y decisiones tomadas por encima de él pero sobre los cuales tiene la misma responsabilidad que el resto de criminales que todavía hoy campan impunes en nuestro país. Un monarca que, a día de hoy, probablemente en un ataque de nostalgia franquista, sigue siendo amigo de dictadores y haciendo oídos sordos a los crímenes y persecuciones que se siguen llevando a cabo dentro del Estado español, donde se mantienen regímenes de aislamiento para presos políticos y se elaboran leyes mordazas para acallar a la población.
San Juan ha sabido captar la esencia de lo que fue la transición: una farsa sobre la que afortunadamente empieza a expandirse la idea de su articulación, de su montaje, de su diseño a manos de unos pocos. A tal punto llega la convicción para muchas de que se trató de un entramado que programas como el de Jordi Évole – aquel falso documental titulado Operación Palace en el que el presentador explicaba la orquestación del 23F – han causado furor, como ahora lo hace la pieza de San Juan en el Teatro del Barrio, entre todos los que queremos que algún día se destapen las verdades sobre aquel periodo.
Es loable y esperanzador escuchar que el actor pretende llevar el libreto a las escuelas, porque si bien no nos engañaron a todas, no cabe duda de que contralecturas como esta del discurso oficial hacen más falta que nunca. Y es que a dos días del 20D, nos encontramos ante un nuevo escenario en el que muchos hablaban de cambio mientras defendían la Constitución de 1978 y el régimen fruto de ella, los cuales llevan implícita una Ley de Amnistía que, sin embargo, debería ser de las primeras en perseguir por un futuro gobierno de verdadero cambio. Porque nada cambiará si arrastramos estos crímenes con nosotras.
Me pregunto si como ocurre en la obra, Don Juan Carlos – sí, este era ese rey al que me referí todo el tiempo – estará ahora leyendo estas líneas y retorciéndose en su sillón. Me pregunto si como ocurre en la obra, se le aparecerán algún día los fantasmas de su pasado. Por el momento, desde el movimiento por los Derechos Humanos y la Justicia internacional vamos a invocarles para que así sea y algunos dejen de vivir tranquilamente para que otros puedan por fin descansar en paz.
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