Por Pedro Yermenos Forastieri
A determinados sectores de la sociedad dominicana les encantan las batallas fáciles. Las que no implican grandes sacrificios. Las que, al contrario, reditúan aparentes beneficios y permiten lucir políticamente correcto.
La más reciente ocasión para simular fibras que en realidad no se tienen, se ha presentado con la exposición del embajador de Estados Unidos ante la Cámara Americana de Comercio, a partir de la cual, se han levantado voces acusándolo de injerencia en asuntos que supuestamente son de nuestra exclusiva incumbencia.
Nadie en su sano juicio puede negar las presiones que desde que tienen el rol hegemónico en el mundo, ejerce el imperio norteamericano. En muchas ocasiones, y nuestro país es un ejemplo de eso, el asunto no se reduce a simples cabildeos, sino que se traduce en vías de hecho que implican vulneraciones absolutas a la integridad de otros Estados.
Por cierto, qué poco se manifestó ese fervor nacionalista exhibido en el presente, en las oportunidades que nos ha tocado a nosotros ser apabullados por tropas del “norte revuelto y brutal”. Claro, es diferente aparentar bravuconadas con meras tonterías, que exponer la vida empuñando un fusil. Son los mismos que hacen lo indecible por agenciarse invitaciones cada 4 de julio para lucir que están en buenas.
Lo que ocurre es que nos fascina priorizar la forma sobre el fondo. Por eso, siempre será preferible atribuirlo todo al mensajero, como mecanismo sicológico de negación del contenido del mensaje. No resulta fácil admitir la veracidad de lo que se nos enrostra y tendemos a recurrir a evasivas que vanamente intentan desdecir realidades insoslayables.
A quien le moleste lo que el representante de Estados Unidos o de cualquier otra nación pueda decir, lo que tiene que hacer es luchar para que desparezcan los motivos por los cuales esas cosas son afirmadas.
No creo en eso de que la falsía que constituye la diplomacia imponga que un país socio de otro, sabiendo que su aliado hace cosas que ponen en riesgo sus inversiones no pueda hacer nada para que los acontecimientos fluyan en dirección adecuada. De eso es que debieran ocuparse tantos zánganos bien remunerados, de garantizar que los intereses de sus representados estén resguardados, en vez de vivir del cuento a costa de la pobreza de pueblos como este. Así que, en vez de irritarme las verdades dichas por el embajador, siento vergüenza de no poder probarle la mentira de sus palabras.
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