El sistema de exterminio nazi implicó a todos los estamentos del Estado, toda la administración alemana colaboró de una forma u otra con la Shoah. Y todo se puede resumir en un solo lugar: Auschwitz-Birkenau, de cuya liberación se cumple este martes el 70 aniversario. “No digo que cada alemán, pero sí que cada Ministerio, cada elemento organizado de la sociedad, no importa lo pacífico que pareciese, tuvo su papel”, señaló el historiador Raul Hilberg en una entrevista con este diario. Hilberg (1926-2007), que colaboró en la recopilación de documentos para los juicios de Nuremberg, es autor del que se considera el estudio más importante para entender el Holocausto, La destrucción de los judíos de Europa (Akal), un trabajo monumental de 1.500 páginas al que dedicó toda su vida. El libro concede un gran espacio a los trenes porque Hilberg mantenía que “son los ferrocarriles los que mejor pueden explicar la historia”. Y la situación geográfica de Auschwitz, el más gigantesco campo de la muerte nazi, se explica precisamente porque allí se encontraba un importante nudo de comunicaciones ferroviario. “Auschwitz, en su destructivo dinamismo, era la encarnación física de los valores fundamentales del estado nazi”, escribió el historiador Laurence Rees en Auschwitz. Los nazis y la solución final (Crítica), un libro y un documental de la BBC.
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Sólo dos meses después de la llegada de Hitler al poder, los nazis abrieron el primer campo de concentración, Dachau, en 1933. Pero cuando comenzaron a llevar a cabo la Solución Final, la exterminación de los judíos de Europa, el sistema de los Lager dio un salto en el horror. El Estado hitleriano instauró dos tipos de campos, los de concentración, destinados a matar con trabajo esclavo a todo tipo de enemigos políticos y a aquellos que consideraban elementos racialmente impuros, desde judíos hasta homosexuales, comunistas o republicanos españoles, y los de exterminio, destinados a la aniquilación directa de seres humanos en cámaras de gas, todos ellos situados en la Polonia ocupada.
En su obra magna, Hilberg explica la evolución del antisemitismo enfermizo de los nazis hasta el Holocausto: las primeras leyes raciales, las primeras persecuciones, los guetos y, desde el inicio de la II Guerra Mundial, los llamados Einsatzgruppen, los batallones de ejecución que en Polonia y en la antigua URSS asesinaron a millones de judíos a cielo abierto (se calcula que la mitad de los seis millones de muertos del Holocausto fueron asesinados en campos y que la otra mitad fueron ejecutados). Sin embargo, los arquitectos de la Solución Final consideraron este método insuficiente, por su lentitud y por la enorme presión psicológica que ejercía sobre los asesinos. Una de las muchas cosas que cuenta el gran escritor italiano Primo Levi (1919-1987) en el primer volumen de sus memorias de Auschwitz, Si esto es un hombre, es que los encuentros con los guardias de las SS eran escasos porque habían creado todo un sistema para mantenerse lo más lejos posible del horror directo. Esto forma parte de la “banalidad del mal” que describió Hannah Arendt –que, dicho sea de paso, mantuvo una larga polémica con Hilberg, aunque utilizó mucho su libro en su ensayo Eichmann en Jerusalén– y que con 50.000 guardas permitió sostener todo el sistema de los campos de la muerte.
Así, surgió una de las ideas más diabólicas de la historia, el exterminio industrial de un grupo étnico a través de cámaras de gas. Se crearon seis campos de exterminio, todos en la Polonia ocupada, todos situados cerca de nudos de comunicaciones: Chelmno, Belzec, Treblinka, Sobibor, Maidanek y Auschwitz-Birkenau. Pero este último era diferente de los demás, por su gigantismo y porque era también un campo de concentración, del que dependían decenas de pequeños Lager. Birkenau, donde estaban las cámaras de gas y los hornos crematorios, era una ciudad de la muerte, que llegó a contener 70.000 presos a la vez. Pero existía todo un sistema de campos de concentración satélites, en los que se utilizaba el trabajo esclavo de los presos, sometidos también a todo tipo de tormentos de hambre, maltrato físico, miedo y terror.
Las cifras son tan salvajes que resultan casi imposibles de imaginar: por el complejo de Auschwitz pasaron 1,3 millones de deportados, de los que sobrevivieron 200.000. Un millón de los presos fueron judíos de casi todos los países de Europa, 450.000 de ellos húngaros. Murieron también gitanos, presos políticos polacos, prisioneros de guerra soviéticos, homosexuales, testigos de Jehová... Treblinka, que era un campo relativamente pequeño, estaba pensado sólo para matar. A diferencia de Auschwitz, no se producían habitualmente selecciones de presos para determinar quién debía morir y quién debía vivir. Todos estaban destinados a la muerte. Aquí, de nuevo, la cifra supera la razón: entre julio de 1942 y octubre de 1943, 750.000 seres humanos fueron asesinados.
En la citada entrevista con este diario, Hilberg explicaba así el sistema del exterminio: “Fuera de la URSS o de Polonia no se produjeron asesinatos masivos al aire libre, no se asesinaba a los judíos y se tiraban sus cadáveres al Rin. Había que llevárselos y que nadie supiese dónde iban o lo que pasaba con ellos. Quizá son los ferrocarriles los que mejor pueden explicar la historia. Me costó muchos años encontrar documentos sobre los ferrocarriles, pero finalmente hallé los archivos sobre la construcción de Auschwitz en Moscú. La famosa línea férrea que pasa por debajo de la llamada Puerta del Martirio hasta las cámaras de gas no entró en funcionamiento hasta abril de 1944, fecha a partir de la que fueron exterminadas el 60% de las personas asesinadas allí. Es fascinante la correspondencia entre los SS y los responsables del ferrocarril, ahí está todo. Los SS no podían presionar a los ferrocarriles, que tenían un enorme poder, ya que el esfuerzo bélico dependía de ellos y eran quienes decidían las prioridades. Los SS exigieron la construcción de esa línea hasta las cámaras de gas y entonces los ferrocarriles dijeron que de acuerdo, pero que debía ser pagada por las SS porque se trataba de una línea privada, un argumento que utilizaron acogiéndose a una ley de Baviera. Era el tipo de correspondencia que descubrí y es la forma de comprender la mentalidad de esa gente. Se pagaba por cada deportado, pero sólo la tarifa de ida, la mitad de la tarifa si eran niños o una tarifa de excursión si eran más de 500... Puede parecer muy extraño, pero es la forma en que se hizo. Ellos intentaban teñirlo todo de normalidad, como si hablasen de la organización de unas vacaciones, no del exterminio masivo de seres humanos”.
Auschwitz, que estuvo operativo entre mayo de 1940 y el 27 de enero de 1945 cuando fue liberado por las tropas soviéticas, encarna todo ese sistema, que tenía como objetivo la aniquilación física, pero también moral de las víctimas. En eso todos los campos eran iguales. Como escribió Primo Levi, “en la práctica cotidiana de los campos nazis se realizaban el odio y el desprecio difundido por la propaganda nazi. Aquí no estaba presente sólo la muerte sino una multitud de detalles maníacos y simbólicos, tendentes todos a demostrar que los judíos, y los gitanos, y los eslavos, son ganado, desecho, inmundicia”.
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