25 de enero de 2016 - 12:09 am -
Creo que mi cotización en la bolsa de lealtades es bajita, equivalente a un viceconsulado en Tombuctú, y no perderían el tiempo conmigo.
Cómo se acuerdan comisiones es cosa sabida, tiene normativa establecida. Resulta menos claro el mercado de lealtades. Para aclararme pregunté a un brillante intelectual, además de viejo amigo, si entendía esos teje manejes. Su respuesta, pedagógica y terrestre, resultó esclarecedora.
Sin titubear, contestó que era cómo cuando intentas encamarte con alguien. Averiguas el pasado romántico del objeto deseado; si es ligera de pierna ella o alegre de bragueta él, tanteas, y actúas. Si es muy puta o puto, se lo pides de inmediato. Pero en el mercado de lealtades tú no das la cara, lo hace otro por ti.
A recatados y leales tienen que chulearlos con ayuda de alcahuetes experimentados; ablandadores de principios expertos en seducción y promesas. Saben pervertir y conocen al dedillo las debilidades humanas.
Comencé a entender el asunto de gestionar adhesiones, cerebros, plumas, lealtades, espías y buscones. Es un arte rufianesco, perverso, ejecutado con precisión. El dueño, el beneficiario de la conquista, no aparece en escena nunca, es un Don Juan oculto y taimado.
A veces las cosas se complican y aparecen gente que resisten, de cierta dignidad. Individuos necios. A estos que intentan ser íntegros se conducen al redil sometiéndolos con artimañas de baja ralea. Uno de esos trucos sucios es el chantaje: se tira de gavetas obscenas, se desempolvan grabaciones, videos, documentos, pecados y secretos. Luego, un tercero, siempre un tercero, susurra al oído una advertencia sacudiéndole la entereza.
A otros, les ofrecen el rescate de una quiebra, de una deuda, o redimirlos de pobrezas insoportables. Extienden una mano redentora que, a partir del momento en que la toman, pierden el libre albedrio. Dejaran detrás el agobio económico, pero pierden la vergüenza.
Es un ritual antiguo, arte de maipiolos prestos a retozar entre debilidades, ambiciones y dinero. Serpientes de paraísos efímeros. Conquistadores de putos y menos putos, al decir de mi amigo. Ahora bien, la verdad sea dicha, también abundan aquellos que entregan la virtud sin necesitar rufianes. Se ofrecen antes de que se les ofrezca.
El tiempo de la conversación resultó breve, privándome de escuchar su opinión sobre el precio de cada cual, la tasación: un cheque fijo, una vivienda, pago en efectivo, contratos, cargos grande o pequeños, un “no ha lugar”. A ese valor, supongo yo, se llega después de un regateo, como en esas abarrotadas tiendas de la avenida Duarte.
Tampoco dio tiempo para entrar en el capítulo de la duración de lealtades, ni al por qué a unos se concede el privilegio de darle la mano al Jefe y a otros no. Quedarán esos dos temas para otra sobremesa cafeinada.
Creo que mi cotización en la bolsa de lealtades es bajita, equivalente a un viceconsulado en Tombuctú, y no perderían el tiempo conmigo. Pero mi agudo cachanchán vale mucho, tanto como un ministerio con pensión y consultorías variadas, o un par de suculentas contratas.
Espero que lo tienten. Así podrá contarme de primera mano minucias de esa compra y venta. Sé que no es de los que se venden, aunque seguro disfrutará la experiencia, y la oportunidad de mentarle la madreal correveidile que le manden a chulearlo.
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