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PARAQUENOSEREPITALAHISTORIA .Para los interesados en el tema y los olvidadizos de sus hechos, aquí están para consultar múltiples artículos escritos por diversas personalidades internacionales y del país. El monopólico poder de este tirano con la supresión de las libertades fundamentales, su terrorismo de Estado basado en muertes ,desapariciones, torturas y la restricción del derecho a disentir de las personas , son razones suficientes y valederas PARA QUE NO SE REPITA SU HISTORIA . HISTORY CAN NOT BE REPEATED VERSION EN INGLES

martes, 26 de enero de 2016

Roberto Cassá: "40 años después de Trujillo"

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Me complace esta iniciativa de Salomón Sanz para reunir a personas de distintas orientaciones, como lo hacemos aquí,  con el fin de debatir acerca de la dictadura de Trujillo, cuarenta años después de su derrumbe. Visualizo este encuentro como parte de la exigencia de que se contrasten los puntos de vista encontrados en aras de la ponderación de los procesos. Hoy, cuarenta años después de Trujillo, estamos mostrando que resulta factible un intercambio de puntos de vista entre trujillistas y antitrujillistas. En una sociedad como la nuestra, en que ha campeado la intolerancia y la incapacidad para el debate creativo, este es un hecho de connotaciones saludables. Sin menoscabo de que cada quien tenga sus juicios de valor, para que tal intercambio tenga sentido, debe llevarse a cabo de manera respetuosa y debe conducir a que se expresen las consideraciones analíticas y las informaciones que ilustren acerca de los contornos de la época. 
Durante las últimas décadas, Trujillo y su dictadura han constituido uno de los tópicos preferidos de la investigación histórica y, sobre todo, de la atención del gran público hacia la historia. Esto es explicable, fuera de las muy corrientes consideraciones triviales y especulativas, en la medida en que la incidencia extraordinaria de la dictadura todavía la sitúa como un punto de partida de nuestro mundo contemporáneo. Durante el trujillato se conformó un orden opresivo tan exhaustivo que tiene escasos parangones en el mundo contemporáneo.
 Ante un fenómeno de esta naturaleza, la sociedad dominicana se ha escindido entre trujillista y antitrujillistas. Los primeros, detentadores sempiternos del poder, como parte sobresaliente de la legitimación de las labores de legitimación del régimen,  tejieron una narrativa divorciada de la realidad. Si bien, como es lógico, tras 1961 esa literatura cesó de producirse, la apología del trujillismo no ha estado ausente, como se observa en escritos de Joaquín Balaguer. En la actualidad siguen produciéndose intentos de esta



Monumento del 30 de Mayo conmemorativo ajusticiamiento de Trujillo
naturaleza de reivindicación, que no logran traspasar restricciones de ese género en su calidad expositiva y explicativa. Para poner un caso, ayer en la noche el intelectual Ramón A. Font Bernard, minucioso conocedor del proceso de los treinta y un años, calificó al tirano como un “enigma”, categoría que supone por adelantado la renuncia al establecimiento de los factores causales. Si se pondera a Trujillo de acuerdo a los preceptos analíticos de la historia, no puede ser catalogado como enigma, sino como un producto de la confluencia de determinantes generales y circunstancias coyunturales. Algo parecido cabría de referir respecto a la obra de Hans Wiesw, memoria muy útil que es de desear sea imitada por otros actores, pues ofrece información novedosa acerca de actividades de Trujillo en el orden empresarial, pero que está pautada por supuestos discutibles. El revisionismo que busca ahora  un consenso explicativo de la dictadura también ha adquirido ciertos ribetes académicos, sea por desconocimiento, incomprensión, sentido de originalidad o interés envuelto.
Estos discursos ideológicos e históricos acerca de Trujillo tienen importancia por cuanto ha constituido un medio para afirmar consideraciones acerca de la dictadura y la democracia. Este debate alude al núcleo del sentido que puede y debe tener un orden nacional, por lo que antecede con mucho al advenimiento del trujillato. El fracaso de las expectativas liberales, desde las décadas finales del siglo XIX, llevó a una recuperación del discurso autoritario a nombre del imperativo del progreso, discurso que fue ganando intensidad como expresión de la evolución de la modernización. Una parte de los intelectuales decimonónicos liberales ponderaron el dominio de Ulises Heureaux como un mal necesario, mientras que los comprometidos con Trujillo vieron a este como la gracia absoluta. La dictadura, con todos los eufemismos característicos, a nombre del anticomunismo y del peligro haitiano, vino a quedar consagrada por muchos como el único medio de existencia para la realización nacional.
Se explica así que en tal discurso ideológica que se le ha prodigado. Gran parte de las elites políticas y sociales se habían puesto de acuerdo en el requerimiento del desarrollo económico como premisa para la realización nacional, lo que terminó asociándose al fortalecimiento del estado. El desorden caudillista y la penetración norteamericana crearon un estado de desasosiego que, imperceptiblemente, se fue dirigiendo a la búsqueda de remedios autoritarios.
Pero, lógicamente, Trujillo no fue producto de un movimiento de racionalización intelectual, sino de determinantes profundos de la sociedad, en primer lugar de una estructura agraria tradicional refractaria a la inserción en el mercado que requería de una contrapartida estatal todopoderosa que forzara la obtención de los excedentes exportables que permitieran el funcionamiento del poder político y la realización de las elites sociales. Esta carrera del estado contra la sociedad a nombre del progreso culminó bajo la égida de Trujillo, a costa de la vida de miles de humildes, en mucho mayor número de los que fueron asesinados por razones políticas. Pero existían antecedentes que permitieron esa culminación y que, por ende, se sitúan como eslabones de la implantación de este reino de terror. El fundamental de ellos fue la intervención militar de Estados Unidos, entre 1916 y 1924, que permitió la subordinación plena de la sociedad por el estado y, por consiguiente, una alteración sustancial de los equilibrios sociales en los cuales se había basado la formación de la nación.  Entre las medidas que plasmaron esta reversión sobresalió el desarme de la población, que la ponía en estado inerme ante el despotismo estatal.
Con estos antecedentes se explica la impunidad que rodeó el funcionamiento del diabólico orden trujillista. Neutralizada la mayoría rural, por lo demás tradicionalmente proclive a aceptar la subordinación al estado autoritario, Trujillo pudo operar exitosamente contra los escasos espacios urbanos organizados. Una sociedad fragmentada vino a constituir, por consiguiente, el correlato del totalitarismo. Al mismo tiempo, los vacíos en la sociedad y el estado favorecieron que el autoritarismo se identificase, más que antes, en forma extrema con el poder omnímodo de un personaje. En tal sentido, aunque la presencia del tirano le resultase inherente, los contornos de la dictadura no pueden verse fundamentalmente como exteriorización de su psique, sino más bien como expresión funcional de un orden estructural. Con el  poder inmenso del estado en sus manos, todos tuvieron que plegarse a la voluntad de Trujillo, pues en caso contrario estaban condenados a sufrir penalidades atroces o incluso a correr el riesgo de ser encarcelados o asesinados. Las dos generaciones recientes, que felizmente no conocieron este fenómeno, tienen muchas dificultades para comprenderlo por sus características extremas de control y criminalidad.
 Pero, de la misma manera, bajo este reino del terror se crearon las premisas para la culminación de los proyectos de modernización. Convergieron las miras personales del tirano y las de los intelectuales que constituían el núcleo de la alta burocracia. Se plasmó, por ende, un proyecto de nación que formó parte de la vitalidad de la dictadura, realidad obviada por la generalidad de análisis antitrujillistas de entonces y que vino a quedar de relieve por primera vez de manera académica en el siempre actual Informe sobre la República Dominicana de José Cordero Michel.
A partir del reconocimiento del papel del proyecto nacional del ámbito reflexivo las simplificaciones del estilo de “La fiesta del Chivo”. Pero no quiere decir esto que, en rigor, lo dicho en un texto como este, pese a su intención mixtificadora, haya sido incierto. Bajo el trujillato hasta la generalidad de los altos funcionarios fueron víctimas del orden, aunque en general también operasen paralelamente como victimarios de los de abajo. Medularmente, el proyecto nacional trujillista estaba enlazado con el uso implacable de la violencia como medio clave para la modernización capitalista, puesta que esta se basaba en la explotación despiadada de casi todos los dominicanos por parte del emporio económico del tirano.
 No hay consideración que, a mi juicio, pueda justificar moralmente este uso de la violencia, por lo que la única actitud valedera ante la dictadura fuera combatirla, como hicieron miles de dominicanos en diversas circunstancias. Una labor retrospectiva clave sigue consistiendo en poner en evidencia los contenidos depredadores del proyecto trujillista. La superación de este espantoso estado de opresión y explotación vino a ser una indudable ganancia para la colectividad.
 Sin embargo, en términos generales, la historia posterior de estos cuarenta años se ha caracterizado por un retroceso en la calidad de los proyectos que han logrado plasmarse en la conducción estatal del país. A primera vista esto resulta paradójico cuando resulta evidente la matriz de continuidad que ha tenido esta historia reciente respecto al antecedente de la dictadura. En efecto, habiendo organizado un estado todopoderoso, los agentes de la dictadura lograron proyectarse decisivamente en los procesos posteriores, hasta la actualidad, sobre todo a través de la figura de Joaquín Balaguer, quien asumió la condición de heredero de aquel orden. Tras el 30 de mayo poco cambió esencialmente por efecto del conservadurismo de unos y las intromisiones malsanas de la política norteamericana, terminó aplastando la voluntad del pueblo expresada en abril de 1965. No pudo ser obra de lo aleatorio o de condiciones personales excepcionales, sino la expresión de la impronta de una correlación de fuerzas en las conveniencias del orden, que el conductor escogido para hacer frente a la contingencia en el terreno local fuera el heredero de Trujillo.
 El contraste entre la situación previa al 30 de mayo y la posterior no puede llevar a la magnificación de la primera, entre otras porque una y otra están conectadas. Lejos de legalizar al trujillato, la frustración que penetra la historia reciente, ratifica hasta la saciedad el carácter deletéreo que tuvo aquel. Los contornos autoritarios de la historia postrujillista encuentran su origen en la solidez del dominio de los treinta y un años, lo que tiene múltiples expresiones ideológicas y operativas. 
 Pero tampoco resulta lícito achacar todas las responsabilidades a esta situación matriz del trujillato. Los herederos han aportado de su propia cosecha. Junto a la ilegalidad y la violencia autoritarias, que en forma brutal se sigue manifestando en la guerra impune de los intercambios de disparos contra los desfavorecidos, la corrupción se ha tornado en el instrumento clave del orden, a tal grado que las diversas formaciones del sistema político compiten entre sí en su capacidad de hacer un uso más integral de la misma. Pocos hoy en las esferas partidistas formales no proclaman a Joaquín Balaguer heredero de Trujillo y mentor político presente, como la referencia cardinal en la gestación de su sentido de la acción política. Si se las somete a una radiografía, se encuentra que las elites sociales fundamentales todavía encuentran su punto de eclosión bajo la  dictadura, lo que no es ajeno al estereotipo a que esta ha sido reducida solapadamente, como momento mítico de un orden estable. Junto a los intereses actuantes, largo tiempo enquistados en las esferas estatales, incide en la impunidad de este estereotipo del desastre en que está sumido el aparato educativo, tal vez el componente de mayores alcances de la esterilidad de la acción pública en el presente.
Por consiguiente, el discurso sobre Trujillo nos remite a la consideración del sentido del conjunto de nuestra historia como colectivo y a la valoración de los efectos de la dictadura y la potencialidad de la democracia. Si se obtienen corolarios válidos acerca de la experiencia del autoritarismo en nuestra historia no pueden ser otros que la ratificación del valor de la democracia sustancial, radicalmente distinta del orden actualmente existente. De ahí la pertinencia de que el debate se profundice como medio de elevar la calidad de la reflexión colectiva.





Isla Abierta
10 de Junio del 2001.

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