EL TIRO RAPIDO
Mario Rivadulla.
Fue un 26 de enero, hace hoy 203 años,
durante el período de la llamada “España Boba”, que abrió sus ojos al
mundo. Le estaba reservado un destino
glorioso: el de dar vida al ideal de una patria sin viles ataduras al invasor
extranjero, al tiempo que trágico al verse vilipendiado, perseguido y
desterrado de ella por quienes empañaron su obra sin siquiera el brindarle el consuelo
postrero de poder exhalar bajo el claro azul de su cielo su último aliento de
vida al momento del viaje final.
Atrás quedaron su pensamiento y su obra como legado de permanencia sin vencimiento de tiempo. El ejemplo de su idealismo sin máculas. La amargura del injusto rechazo, la traición y la calumnia. La infinita tristeza del inmerecido alejamiento. Luego, el postrer reconocimiento como Padre y Forjador de la nación. El homenaje de corazones sinceros a su memoria. El uso oportunista y abusado de su nombre de quienes lo han mancillado.
De cierto no es la patria que soñó y a la
que dio vida. No es la cristalización de
su ideal, la pureza de su ejemplo. No
el modelo de país sin máculas que forjó en su mente y para convertir en
realidad le llevó a convocar a jóvenes idealistas como él, a crear La
Trinitaria.
Pero tampoco es un país sin esperanzas ni
futuro. Esos dos siglos transcurridos
desde que llegó al mundo se pierden en la inmensidad de la historia, donde a lo largo del tiempo han quedado registradas
las visicitudes, fracasos, derrotas, vicios, corruptelas y caídas
de pueblos que obstinadamente se han negado a rendirse y han sabido levantarse
una y otra vez, para en una epopeya tenaz, larga y laboriosa llegar a
convertirse en sociedades progresistas.
Somos una nación joven. Un pueblo inmaduro al que le esperan todavía
muchos tropiezos y duras pruebas que atravesar.
Pero ni somos menos, ni tenemos por qué serlo de esos otros que mucho
antes que nosotros pasaron por las mismas frustraciones y amarguras que hoy van
escribiendo nuestra historia.
Cierto que lejos estamos del ideal de la
patria duartiana. Pero no tenemos por qué renunciar a ella. Ni dejarnos ganar por el pesimismo. Ni pensar que no hay para nuestro país, para
nuestro pueblo, un mañana mejor.
No todo es negativo ni tenemos por qué
contemplarlo con esa óptica fatalista.
Mal que bien, hemos avanzado en muchas áreas. Y aún cuando queda mucho trecho por recorrer,
hoy ya no somos el país que éramos ayer.
Ni mañana será el que somos hoy.
Y si bien hay malos dominicanos que han traicionado y viven de espaldas
al ideario de Duarte, son muchos otros, cada vez más, formando mayoría, los que, en cambio, muestran
disposición para trabajar por esa mejor nación que anhelamos y a la que tenemos
derecho.
Debemos contemplar el futuro sin falsos
optimismos, pero con la firme voluntad y convicción de que que somos capaces y
es posible de construir esa nación que soñó nuestro inolvidable patricio.
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