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martes, 26 de enero de 2016

Trujillo La novela en que vivimos


Pedro Francisco Bonó, además de considerarse como el primer novelista dominicano, con la publicación en 1856 del Montero,   se le considera también el primer sociólogo. 
Historia de la Sociología de República Dominicana, y Apuntes sobre las clases trabajadoras dominicanas, son  clásicos de las ciencias sociales, atravesados por el pensamiento positivista de la época. 
Más tarde, Juan Bosch publica Composición social dominicana. Estos acontecimientos bibliográficos marcan la orientación socio histórica de la novelística dominicana desde sus orígenes. Son escasos los textos  de ficción pura, pues siempre, sea como testimonio o como telón de fondo de la trama, aparecen los acontecimientos históricos de la isla o sus personajes. 
Uno de nuestros  escritores contemporáneos, Marcio Veloz Maggiolo, ha  centrado su discurso en la recuperación de lo urbano desde una memoria que ha sabido dejar como telón de fondo de la vida cotidiana, del bolero, los amores y los sueños del barrio: la realidad a veces desgarradora de la dominación castrante que atraviesa las vidas de sus personajes.  Esto se pone en evidencia en sus novelas Materia  Prima, Uña y Carne y la Biografía Difusa de Sombra Castañeda.
  Hoy se discute si el trujillismo representa una ideología. Louis Althusser  habla de que lo ideológico se establece en una relación simbólica en la medida en que los individuos participan voluntaria o involuntariamente de un conjunto de representaciones sobre el mundo, la naturaleza y el orden social.
El nivel ideológico funda así una relación hermenéutica entre los individuos, en tanto que las representaciones funcionan como discurso que los vincula.
Lo ideológico se estructura como una narrativa. Desde este punto de vista es en el arte, la ficción y los mitos cotidianos que podemos observar las re-simbolizaciones que pueden poner en evidencia una determinada ideología.
Trujillo aparecía como símbolo o emblema de la ciudad que llevaba su nombre, aparecía en los eventos patrios, en las celebraciones, en las estampillas del correo, en las tapas de las cloacas; se filtraba en la cotidianidad, su efigie estaba en las salas y las iniciales de su nombre eran el slogan del partido único. Trujillo, como símbolo, atravesó un trecho de la historia para, todavía hoy, permear el imaginario colectivo.
La fundación de la ciudad, luego de devastado el viejo Santo Domingo por el ciclón San Zenón,  la mezcla de las festividades patrias con la exaltación de la figura del “Jefe”,   fueron creando un sistema de pensamiento alimentado por el mesianismo y el pseudo-nacionalismo.
Hoy, la convivencia de criminales y “héroes”, evidencia un juego ideológico que va más allá de las circunstancias históricas, y revela un sistema de representaciones y emblemas socioculturales que no han desaparecido. 
La conspiración vencedora fue la del trujillismo sin Trujillo que se urdió con Joaquín Balaguer, quien terminó implementando un régimen semi-dictatorial y mesiánico por doce años, mientras el trujillismo permanecía como la falsa consciencia de los dominicanos. 
 Con este entramado mítico, la figura del dictador se convierte, como dice Andrés L. Mateo, en una doble articulación: figura histórica y figura de ficción. 
Pero la realidad de estos pueblos está tan próxima a la ficción que una “novela”  como la  Fiesta del Chivo es celebrada como un ejemplo de novela de la dictadura con su derroche de imaginería a lo Vargas Llosa, cuando en realidad es sólo una suma de anécdotas que manejan los dominicanos en su cotidianidad.
El realismo mágico que  Alejo Carpentier narra en su novela el Reino de este mundo, es un buen ejemplo de la forma en que se mezclan realidad y ficción en Latinoamérica, y en ocasiones los novelistas suplantan al historiador, o más bien el historiador cambia la fidelidad de los documentos por su lectura de una experiencia.
Vargas Llosa, en una defensa a su novela  “La fiesta del Chivo”, afirma que la figura del dictador en la novela latinoamericana ha sido tratada con extravagancia, dejando ver lo grotesco de los personajes. 
En la Fiesta del chivo el escritor evidencia  un exceso de crónica histórica y un pobre manejo de un personaje tan rico, no sólo por su condición de dictador sino por los tantos perfiles míticos que tiene (las brujas de palacio, las mujeres de Trujillo, la figura del macho deificado etc.

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