31 de enero de 2016 - 12:09 am -
La degradación moral de gran parte de nuestra intelectualidad se refleja en su condición politiquera y política.
Precisamente es lo que ha reinado en el mundo convulso del recién finalizado siglo XX y en lo que va de siglo XXI en la República Dominicana. El humanista que propala el bien, los valores y contenidos de esa humanidad con la ayuda del Estado benefactor ha creado cónclaves que han impulsado a políticos racistas, mesiánicos, abanderados de la continuidad del gobierno actual, sobre la base de lo “único” y lo necesario.
Las Academias conformadas por los llamados intelectuales “orgánicos” de nuestros tiempos y que conservan en sus núcleos a los “humanistas” que ya conocemos, constituyen los espacios más extremos y extremistas de la ultraderecha más ominosa y siniestra de la “viviente” intelectualidad dominicana de nuestros días. A tal punto que, desde hace no menos de dos décadas, las humanidades liberales han sido suprimidas del sistema educativo dominicano, por ser consideradas “inútiles” e impartidas por maestros e intelectuales inútiles en base a un Curriculum inútil.
La voz que así autoriza una práctica y un discurso concentra la fuerza más autoritaria del oficialato y el biopoder que en nuestro país asegura un aire de ciencia, puesto, poder y educación. De ahí que la aventura del 4% para la educación haya creado la mayor ganancia para auditores, ingenieros, licitadores, contadores autorizados, abogados, planificadores y una caterva enorme de funcionarios, allí donde nuestros destinatarios, profesores, estudiantes y la sociedad dominicana burlada brillan por su ausencia. Precisamente en ese espacio es donde se hace visible y legible un aforismo fundamental de nuestro tiempo: “la práctica es el criterio real de la verdad”. Lo que quiere decir: lo que yo hago deber ser coherente con lo que digo; ¡el discurso es una cosa y lo que yo hago es otra! Necesitamos discursos y prácticas reales. Y como dicen las siguientes frases del gran Shakespeare: “más sustancias y menos retórica”, “mucho ruido y pocas nueces”…
De ahí que el discurso de nuestros humanistas, académicos e intelectuales orgánicos, propale un humanismo que exhibe un saber corrompido, bloqueado, amanerado, domesticado, desajustado, prostituido, pero sobre todo correcto, elegante, donde “la lengua es la patria” y la corrección del buen decir, son los atributos que se premian en un individuo, por su ejercicio de la palabra, con ejemplar exposición oral y escrita, el uso correcto del idioma con riqueza de lenguaje y hondura conceptual…”
He ahí la elocuencia, la filosofía, el discurso degradado hasta más no poder, proveniente de nuestras instituciones académicas, pero principalmente de ciertos académicos que exhiben su autoridad en nuestra ADL y en otros núcleos universitarios, educativos, culturales y politiqueros de la República Dominicana actual.
De ahí que debemos proponernos conjuntamente con el giro cultural, ideológico e institucional presentado, un nuevo giro moral e intelectual de nuestros académicos a nivel general, teniendo en cuenta que el imperativo crítico y formador debe ser también un imperativo moral e intelectual, base de nuestra condición, orientación filosófica e institucional.
La degradación moral de gran parte de nuestra intelectualidad se refleja en su condición politiquera y política. El país ha podido ver en este comienzo de año, siglo y milenio cómo algunos académicos, intelectuales, artistas, maestros, científicos, rectores de universidad, empresarios educativos y pensadores abrazan la “continuidad” de un Estado-gobierno corrompido en todos sus niveles.
Las llamadas Uniones intelectuales cubiertas de eslóganes, retratos, pancartas, firmas, genuflexiones, abogan por lo “único” y lo “mismo”, por el empleo, el cheque, la seguridad de un gobierno, comilonas, viajes, cenas especiales, premios viciados, ceremonias, ascensos económicos, sociales y otros incentivos que genera la miseria de la razón política en nombre del humanismo.
Es por eso que el humanista de hoy…puede ser el dictador de mañana. De ahí que la Academia actual genere el discurso de los llamados “premios” de una continuidad estatal y gubernamental absoluta y corrompida por la serpiente del cinismo y el asesinato cultural.
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