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viernes, 13 de junio de 2014

Uday, el hijo de Sadan Hussein, el torturador de futbolistas

Por MIGUEL ÁNGEL LARA Uday Hussein, al lado de su padre Sadam Hussein. Uday Hussein, al lado de su padre Sadam Hussein. Sadam Hussein nunca vio en el fútbol un arma política de primera magnitud. Es verdad que en 1984, cuando la guerra con Irán se convirtió en una cadena de derrotas del ejército irakí, Hussein Kamail, suegro del dictador, obligó a la Federación a, para subir la moral de la población, el equipo del Ejército fuera campeón de Liga a toda costa. Con clubes pertenecientes a los ministerios o fuerzas de seguridad y presididos por familiares o personas muy cercanas a Sadam, se produjeron una serie de partidos increíbles con prolongaciones de más de media hora o árbitros amenazados en pleno partido que acabaron con el equipo del Ejército como campeón de liga.
Si para Sadam el fútbol era algo residual, para su hijo Uday, responsable de deporte del país y presidente del Comité Olímpico, era una cuestión de vida o muerte, literalmente. Durante décadas, los deportistas de Iraq sufrieron su brutalidad y sadismo. Una derrota era castigada con palizas, azotes en las plantas de los pies, heridas infectadas con arena y restos de sangre de otras víctimas, encarcelaciones en jaulas diminutas para los jugadores de baloncesto o voleibol… Los sótanos del Comité Olímpico se convirtieron en una sala de tortura para deportistas, muchas veces con el hijo de Sadam como testigo y hasta ejecutor. En 2003, Abbas Rahim Zair, estrella del fútbol de su país durante la época del horror denunció lo que habían sufrido los futbolistas a causa de la locura de Uday. Fallar un gol de manera clamorosa, un penalti o no jugar cómo al jefe le gustaba podía costar hasta la orden suprema de que las piernas del jugador en cuestión fueran amputadas. Uday Hussain. Uday Hussain. Jugar al fútbol era más una condena que un placer. Faltar a un entrenamiento por causas como tener un hijo enfermo o un grave problema familiar era castigado con la celda y sesiones de picana. Los internacionales iraquíes vivían en un estado militar y soportaban interminables charlas ‘motivadoras’ del hijo mayor de Sadam en la que se les amenazaba con perder las piernas o ser arrojados a una jauría de perros hambrientos. "En deporte se puede ganar o perder. Si perdéis, sabéis que no volveréis a vuestras casas". Era una de sus frases favoritas. La selección de fútbol sufrió dos veces la amenaza antes de un partido de que haría explotar su avión en pleno vuelo si perdían. Esas intimidaciones se convertían en una pesadilla permanente cada vez que cualquier selección de cualquier categoría jugaba contra Irán. Una derrota ante el equipo de los Ayatolás, el enemigo por excelencia, era una afrenta y sinónimo de humillación personal para Uday Hussein y el régimen de Bagdad. Así, más de una y dos veces, los futbolistas decidían antes de saltar al campo perder caer eliminados antes, aun sabiendo que habría castigo, antes que afrontar un posible cruce posterior con Irán y una derrota de la que preferían no imaginar las consecuencias. En 1997, la FIFA, alarmada por informes que le llegaban, mandó una delegación a Iraq que exoneró a Uday de las acusaciones de tortura. Ni una prueba, ni una marca. El régimen iraquí ya se encargó de que no apareciera ningún jugador a los que se había humillado. "Claro que había torturas. ¿Pero qué esperaban que dijeran? A quienes les preguntaban estaban bajo el control de Uday y la gente de FIFA desaparecería en unos días", señaló tras la caída del régimen Sharar Haydar, internacional con su selección en más de 40 ocasiones. Una derrota era castigada con palizas, azotes en las plantas de los pies o heridas infectadas con arena Haydar unía un relato estremecedor: "Después de perder un partido 2-0 en Amman fui torturado hasta en cuatro ocasiones. Nos encarcelaron, nos quitaron la ropa y nos encadenaron a una barra tumbados. Nos golpeaban, nos tiraban en celdas infectas y yo, por ser una estrella, tenía un castigo extra de 20 latigazos al día. Uday era testigo de todo esto y no paraba de reír". A eso se añadía la tortura con aparatos eléctricos, la asfixia metiendo la cabeza de la víctima en aguas putrefactas o llenas de excrementos, las amenazas con animales rabiosos y a los que se tenía durante días sin comer… La sede del Comité Olímpico iraquí poseía en sus sótanos celdas y habitaciones en las que las torturas y castigos estaba especializadas por deportes. Para los futbolistas, la preferida era golpearles en los pies con barras de metal y provocar la rotura de los huesos más pequeños. Esos castigos provocaron que muchos deportistas quedaran inválidos de por vida. Para los equipos de voleibol o baloncesto había unas habitaciones cuya altura era de metro y medio y allí eran encerrados durante horas. Tras pasar por el despacho de Uday, la frase con la que empezaba el suplicio era "Llévalo abajo y acaba el trabajo". Uday Hussein murió el 22 de julio de 2003 durante un bombardeo norteamericano en la ciudad de Mosul. Su muerte no canceló todo el dolor que causó a su pueblo, las secuelas de por vida a cientos de deportistas pero sí abrió de par en par la cámara de torturas en el museo del horror en el que convirtió la sede del olimpismo en Bagdad. Simon Freeman, en un libro titulado ‘Bagdad Football Club, la tragedia del fútbol en el Iraq de Sadam’, describe un paisaje aterrador con situaciones capaces de revolver conciencias, estómagos y valores de cualquiera. Mucho más allá de que Iraq mandara casi por norma a equipos mayores a las competiciones juveniles de la FIFA o la corrupción del deporte a nivel de resultados, la selección de Iraq, que llegó a ser la más potente de Asia, vio como a sus jugadores se les rompían las piernas por fallar un penalti, se les encerraba durante días sin dejarles dormir y se les golpeaba de manera rutinaria por perder un partido, se amenazaba a sus familias, se les bajaba del autobús tras una derrota, se les rapaba la cabeza, se les obligaba a quebrar la ley islámica, se les metía la cabeza en cubos de excrementos hasta casi asfixiarlos porque Uday creía que habían jugado mal, eran obligados a presenciar ejecuciones, algunas de ellas a manos del propio hijo del dictador en su despacho, se les despertaba en plena noche para que cazaran una mosca de un sexo o de otro o se les apalizaba… Evidentemente daba igual que la mosca cazada fuera macho o hembra, la paliza caía igual…

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