Por Fausto Araujo.
Increíble, pero cierto! Cinco décadas
después de la desaparición física del hombre que reinó -por 31 años en la
República Dominicana- “la era en la que el que era, era y el que no era, era,”
como dice el profesor Juan Bosch, el mismo aún se mantenga en la mente y el
recuerdo “imborrable” de una parte significativa de los hombres y las mujeres
del país que sobrepasan la edad de los 55 años.
A algunos les agrada festejar bailes con
los merengues que se dedicaban al sátrapa.
Así es, las huellas del dictador dominicano
Rafael Leónidas Trujillo Molina (1930-1961) todavía a estas alturas, a 53 años
de su ajusticiamiento, se mantienen vivas entre sus familiares y unos que otros
criollos de todos géneros y clases sociales, por lo que hay que destrujillizar
la nación.
En los diferentes grupos existentes de
alabadores del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina abundan parientes del
tirano, políticos, religiosos y no creyentes, académicos, profesionales,
técnicos e iletrados; en fin, mansos y cimarrones que constantemente veneran
las repudiables acciones del hombre que, como cuenta el profesor Juan Bosch:
Utilizó su energía “para esclavizar y
envilecer al pueblo; su sentido de la autoridad con el consecuente don de mando
para organizar un sistema de terror; su don de organizar para crear un régimen
despótico; su actividad mental y física y su dedicación al trabajo para
establecer un sistema de explotación económica y sumisión política como pocas
veces ha visto el mundo.”
El tirano Trujillo, cuyas huellas cinco
décadas después aún pululan en algunas localidades de la República Dominicana
–como en su natal San Cristóbal- y en la mentalidad, el sentimiento y las
acciones de sus familiares y de algunos dominicanos y dominicanas, tal y como
lo explica Bosch en su obra “Trujillo: causas de una dictadura sin ejemplo”,
fue un “producto psicológico de la deformación castrista creada por la
Conquista, producto biológico de dos invasiones extranjeras (la haitiana de
1822 y la española de 1861) y producto militar de la ocupación norteamericana
de 1916.”
La psicología enfermiza de Trujillo –de
simiente materna haitiana y raíces paternas españolas- que se expresó en una
ambición sin límites de encontrarse por encima de los demás, tuvo su origen en
la desacertada división entre gente de “primera” y gente de “segunda”, que
implantó en el país a principios del siglo XVI, la corte virreinal,
renacentista e hispánica de doña María de Toledo, observa el más grande
pensador social dominicano de todos los tiempos y padre de la democracia en la
obra citada.
Derivado
de su ambición desmedida, el sátrapa puso de nombre a su primera hija: “Flor de
Oro” y a su caballo “Papeleta.”
A 53 años del feliz ajusticiamiento del
hombre al que todos los dominicanos llamaban “El Jefe”, sus parientes y
herederos sanguíneos, así como algunos desaprensivos conciudadanos hacen
esfuerzos desmedidos con el propósito de que los recuerdos y algunas de las
practicas del tirano y su oprobiosa dictadura aún pervivan en la mente del país
(a modo de exaltación, promoción y reivindicación), lo cual es simplemente
inaceptable.
Aunque usted no lo crea, en residenciales,
urbanizaciones, barrios y ensanches del Distrito Nacional y de provincias como
Santo Domingo, San Cristóbal, Santiago y otras, así como en algunos clubes
sociales existen personas que organizan encuentros y fiestas en los cuales
exclusivamente se tocan, escuchan y bailan los merengues alusivos a la época de
Trujillo. Así mismo, existen sectores en el país que ciertos días de cada año
hacen ofrendas y dedican “misas” y “oraciones especiales” al ex dictador, un
producto biológico, psicológico y militar que le impusieron a la República
Dominicana entre los siglos XIX y XX fuerzas haitianas, españolas y
norteamericanas.
Mientras unos se inclinan por la música y
los merengues de la repugnante “era” o por hacer ofrendas o “misas” en honor al
tirano, otros, en cambio, son devotos del culto a la personalidad, de los
monumentos, las estatuas, los bustos y otras moles que hacen recordar al más
despiadado tirano que tuvo la nación.
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