La guerra en Siria. No queda piedra sobre piedra.
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24 de junio de 2014
Carlos Siula / Corresponsal
PARÍS, Francia. (OEM-Informex).- Los dictadores, pasados o actuales, son paranoicos, lo que frecuentemente los inducen a cometer auténticas masacres sin que les tiemble la mano y sin experimentar el menor remordimiento.
A Mao, que ejerció el poder durante un cuarto de siglo, se le atribuyen 70 millones de muertos: 35 millones durante la llamada gran hambruna (1958-1961) y otros 25 que murieron en los laogai (campos de trabajo). Stalin, por su parte, exterminó a 20 millones de personas en los gulags, sin contar los muertos de la Segunda Guerra Mundial.
Las víctimas de Hitler, a su vez, ascienden a 25 millones de personas, entre ellas seis millones de judíos y 16 millones de soviéticos.
En cuanto al dictador Pol Pot, se calcula que en los tres años que estuvo en el poder (1976-1979) mató dos millones de camboyanos, en su mayor parte en los campos de trabajo y de reeducación.
* De Stalin a Ceacescu
Una curiosa particularidad de algunos dictadores es que, a diferencia de sus modernos herederos en el horror, no se enriquecieron mientras ejercieron el poder.
El mejor ejemplo en ese sentido fue Stalin. "Extremadamente paranoico, la crueldad le consumía tanto tiempo y energía que no pensaba en el dinero", dice el historiador británico Simon Sebag Montefiore, considerado como uno de los mejores biógrafos del dictador soviético.
Esa característica, un mal menor, comparado con la crueldad de sus exterminios, los diferencia del dictador rumano Nicolae Ceaucescu, cuya megalomanía lo llevó a consumir millones de dólares para construir una ciudad de edificios gigantes ocupados por ministerios de burócratas, fastuosas avenidas por las que no circulaba ningún vehículo y gigantescos monumentos elevados a su gloria personal de gran Conducator, Genio de los Cárpatos y Danubio del Pensamiento.
* Cuentas oscuras
La Securitate, policía secreta del régimen, controlaba a la mayoría de los 23 millones de habitantes del país, torturaba a los opositores y ejecutaba a los más reacios. Se estima que el régimen eliminó más de 5 mil opositores.
Su fortuna nunca fue evaluada en forma transparente por los revolucionarios que lo derrocaron del poder y lo ejecutaron, pero probablemente enriqueció a varios de sus familiares y miembros de la nomenklatura.
En todo caso, Nicolae y Elena Ceaucescu vivían en un palacio de lujo oriental. Su hijo menor, Niku, conducía una Ferrari a 180 kilómetros por hora por el centro de Bucarest, vivía ebrio, tenía una adicción patológica al juego y fue varias veces acusado de violación. Cuando cayó el régimen de su padre, fue acusado de malversación de fondos públicos y enviado a la cárcel. En 1996 murió de cirrosis en un hospital de Viena.
* Los nuevos monstruos
Comparativamente, los nuevos monstruos no son menos crueles, aunque estadísticamente están lejos de eclipsar a sus predecesores.
De la nueva generación nadie supera en crueldad al actual presidente sirio Bachar el Assad. La guerra civil que estalló en marzo de 2011 reveló las dimensiones de su ferocidad. El hombre que hasta hace tres años era recibido con grandes honores en Washington, Londres o París eclipsó en sadismo a todos los dictadores que gobernaron en Oriente Medio desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Esa galería de monstruos incluye por ejemplo al expresidente iraquí Saddam Hussein, que en 1991 y 2004 provocó insensatamente a Estados Unidos hasta desatar dos guerras. Antes, en 1988, no había vacilado en utilizar armas químicas contra la población civil kurda. Esa operación de exterminio provocó 182 mil muertos y la destrucción de dos mil ciudades y pueblos.
* A sangre y fuego
Reservado, introvertido, acaso acomplejado, probablemente víctima de una inseguridad enfermiza, Bashar al Assad nunca fue un hombre sediento de poder. Su ambición era convertirse en un buen oftalmólogo. Por eso hizo un postgrado en el Western Eye Hospital, de Londres, donde se casó con una refinada británico-siria, pero la muerte de su hermano Bassel, que era el delfín del clan familiar, lo ubicó en el primer lugar de la sucesión. Una vez en el poder, el heredero de la dinastía Assad reveló que no había asimilado ninguno de los principios democráticos ni los valores occidentales que conoció durante su experiencia en Londres.
Como su padre Haffez, que en 1982 aplastó a sangre y fuego la sublevación de los Hermanos Musulmanes en la ciudad de Hamma, Bashar también mostró que no le temblaba la mano cuando debía reprimir: en los 39 meses que lleva hasta el momento, la actual guerra civil siria provocó 140 mil muertos y 500 mil heridos, 2.5 millones de exiliados y 6.5 millones de desplazados internos.
El hombre de 46 años, que aparece por televisión como esposo fiel y dulce padre de familia, el 21 de agosto de 2013 no vaciló en utilizar gases químicos para atacar dos sectores rebeldes en la periferia de Damasco. La operación dejó mil 429 muertos -entre ellos 426 niños-, según Estados Unidos. Desde octubre del año pasado, el régimen volvió a utilizar armas químicas en otras 14 ocasiones, incluyendo una serie de ataques con cloro perpetrados en tres ciudades entre el 11 y el 26 de abril.
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