Si no hubiera impunidad tampoco habría corrupción. Si no hubiera corrupción tampoco existiría la impunidad.
Impunidad y corrupción son dos malditas hermanas gemelas.
No me parece necesario aportar pruebas ni ejemplos para demostrar que aquí, en la República Dominicana, la corrupción y la impunidad reinan de manera casi absoluta tanto en el sector público como en el privado.
Han calado tan profundamente esos dos virus en el cuerpo social dominicano, que aquellos pocos que no se aprovechan indebidamente de las situaciones irregulares que encuentran en su camino son tildados de “pendejos”.
Sin embargo esa corrupción, ostensible en la mayoría de los casos, no se castiga en la medida que debe ser. Por el contrario, está protegida por un escudo indestructible de impunidad.
Estamos, pues, atrapados en el vórtice de un círculo vicioso que nos convierte en una sociedad enferma.
¿No tiene remedio? Quisiera convencerme de que sí, pero confieso que las dudas se adueñan de mis pensamientos. Parafraseando a Rubens Suro en su “Soneto de Yodo y Sal”: “dudo del alpinismo de mi optimismo visceral”…
El primer paso tiene que venir de arriba para abajo. En el Gobierno, en la empresa privada y en el seno familiar, ya hay que dar ejemplos y actuar con mano dura sin ñoñerías ni paños tibios. Hay que separar a esas gemelas, sea con el bisturí o con el rayo láser, pero hay que separarlas ya. ¡Hagamos lo que nunca se ha hecho!
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