Por CARLOS SALCEDO
En la cultura latinoamericana el culto a la figura presidencial es un fenómeno que se encuentra presente en la mayoría de los gobiernos presidencialistas. República Dominicana no es la excepción en la manifestación y adoración a la figura presidencial, rindiendo culto a los líderes políticos, comparable a la deificación.
Desde Pedro Santana, pasando por Buenaventura Báez, Lilís, hasta consolidarse en su máxima expresión con Trujillo, el presidencialismo dominicano, constitucionalmente respaldado, utiliza el culto y el uso propagandístico de la imagen presidencial para un fin único: la demostración de poder absoluto.
Ahora bien, la exigencia de la adoración presidencial tiene sus cimientos en la megalomanía y delirios de grandeza que caracterizaban a nuestros mandatarios. Basta con recordar que era obligatorio referirse a Trujillo como “Generalísimo Doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina, Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva…”, siendo objeto de castigo por ostracismo aquellos que no halagaban la figura del dictador.
Contrario a esta tradición, el pasado miércoles el presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, firmó un decreto para eliminar el culto y el uso propagandístico de la imagen presidencial y de otros altos funcionarios en la obra pública nacional, fundamentándose en que la obra pública es pública, no es de ningún gobierno.
Cabe preguntarnos entonces, ¿es hora de adoptar el ejemplo de Costa Rica y prohibir el culto a la figura presidencial? Sin lugar a dudas el Presidente Medina ha dado ejemplos de simplicidad de la figura del presidente, con acercamientos personales a la población, puntualidad en los actos, y humildad en su comportamiento, todo lo cual contribuye a una reducción en la veneración al mandatario.
Sin embargo, estamos lejos de la meta, cuando aún subsiste la obligación de colocar la fotografía del Presidente en las oficinas públicas y el traslado de la silla presidencial a los actos oficiales, dos hábitos trujillistas heredados, que sabemos el Presidente Medina tiene la voluntad de eliminar.
Debemos tener presente que el Presidente es nuestro mandatario, el poder reside en el pueblo, y su función esencial consiste precisamente en representar los intereses de su población, por lo que en una sociedad democrática y desarrollada no hay cabida para un culto deificado del gobernante.
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