ÁLVARO VARGAS LLOSA
escritor y ensayista
Los últimos días nos han recordado el vuelco negativo sufrido por la causa democrática tras la primavera árabe, que tumbó a cuatro dictadores entre fines del 2010 y el 2013 y gatilló rebeliones en una decena de países. El derrocamiento de regímenes electos, la consolidación de dictaduras militares y la percepción de debilidad por parte de Estados Unidos y Europa llevó a Barack Obama el miércoles pasado a dar en West Point su discurso de política exterior más importante en mucho tiempo con un mensaje resignado: no puedo cambiar el mundo, sólo guiar por la vía del ejemplo, y el multilateralismo no es señal de debilidad.
Veamos lo sucedido en cuestión de días. En Tailandia, el general Prayuth Chanocha derrocó a Yingluck Shinawatra. En Egipto, el golpista Abdel Fatah al Sisi organizó una elección para legitimar su cuartelazo del año pasado (extendiendo la votación un día más porque la abstención fue mayoritaria). En Ucrania, Putin no esperó 24 horas para socavar al presidente electo, Petro Poroshenko, infiltrando por la frontera paramilitares chechenos que se sumaron a la rebelión prorrusa. En Siria Al Assad, con ayuda de los gobiernos chiitas de Irán e Irak (sí, el Irak liberado de Saddam Hussein) y del poderoso Hizbollah libanés, ha sobrevivido gracias a lo que Nasrallah, el líder de esta organización, llama "el eje de resistencia". En Venezuela, a pesar de dos aplastantes derrotas municipales, una resistencia callejera que no cesa y, ahora, la amenaza de sanciones por parte del Congreso estadounidense, Nicolás Maduro sigue en pie. Mientras tanto, la organización violenta Hamas ha entrado en coalición con los moderados de Al Fatah que gobiernan Cisjordania y han perdido toda esperanza de que su línea dialogante produzca un acuerdo con (el premier israelí) Benjamin Netanyahu.
Por si fuera poco, en las elecciones para el Parlamento Europeo la extrema derecha (hay diferencias entre unos y otros) triunfó en Francia, Reino Unido y Dinamarca y en muchos otros países llegó segunda o tercera. Todos admiran el autoritarismo de Vladimir Putin y su desprecio por la Unión Europea.
En los casos mencionados, Estados Unidos y Europa jugaron y juegan un rol visible. Pero no han podido evitar el regreso o la consolidación de las dictaduras, la expansión de la influencia geopolítica de regímenes autoritarios o el debilitamiento de quienes representan lo más cercano a los valores liberales.
Es una realidad con la que hay que contar. Aun aceptando que su liderazgo es contradictorio y apocado, no deja de tener razón Obama cuando intenta reducir el perímetro del poder que el imaginario occidental atribuye a Estados Unidos –y, añadiría, Europa– para hacer prevalecer la democracia, la libertad individual y la globalización allí donde estas ideas y prácticas van perdiendo. Es la lamentable verdad. Una vasta humanidad vive bajo la opresión y no hay acciones de corto plazo que puedan revertir ese estado de cosas. Se puede actuar a mediano y largo plazo y habrá circunstancias –como las protestas de la primavera árabe– que abrirán una ventana de oportunidad. Pero nada garantiza que las fuerzas locales que defienden estas banderas prevalezcan. Egipto es una buena prueba.
La otra constatación –que nos viene por cortesía de los resultados europeos– es que dentro de las propias democracias occidentales el descrédito institucional y político se ha vuelto un ácido de efecto corrosivo. Es decir un factor interno que debilita mucho la posibilidad de hacer cosas efectivas de fronteras para afuera.
"Ustedes encarnarán lo que significa que Estados Unidos lidere", dijo Obama a los cadetes de West Point. Pero el tono quería decir: "…con un sentido muy limitado de lo posible".
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