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viernes, 13 de junio de 2014

Los grandes dictadores de la historia del fútbol

Jose David López El deporte, como utensilio para aligerar las tensiones cotidianas de la sociedad, jamás pasó de largo en los sectores más adinerados y respetados de la misma. Para unos se trataba de la mejor pancarta publicitaria que defendiera sus intereses globales, para otros una simple excusa para dejarse ver entre el pueblo llano intentando limpiar su dañada imagen y hay quien usa la afición a la pelota para favorecer aún más sus campañas profesionales. Aliado con la polémica y pocas veces favoreciendo el interés por su club, estos personajes aprovechan la cara amigable del fútbol muy a pesar de sus escudos, que desearían haber tenido palabra en la decisión. Ya a principios de siglo, sobre todo a partir de los años 30, el deporte rey fue utilizado vilmente como maniobra del fascismo. En 1934, el dictador italiano Benito Mussolini, abanderó una larga lista de maniobras ilegales para colocar en el trono mundial a su país, al que había logrado llevar la Copa del Mundo. Tal fue su interés en reforzar la imagen de Italia a través de su potencial con la pelota, que hasta logró que la FIFA expulsara al árbitro de la final. No menos singular fue su ‘compañero’ alemán, un Adolf Hitler que dos años más tarde, aprovechando los Juegos Olímpicos de Berlín, desafió al atleta afro-americano Jesse Owens porque como atleta, había dejado al fútbol en un segundo escalón. El dictador odiaba la pelota, pero no ignoraba el poder que ejercía sobre su pueblo y era aficionado al Schalke. “Ganar un partido tiene más importancia para la gente que conquistar una ciudad en el Este“, escribió su ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels. Hitler no tardó en actuar porque muchos dirigentes-jugadores desaparecieron, más de 300 fueron hallados muertos y hasta la Federación fue captada por el partido nazi con el fin de manejar los resultados de los partidos. Esas relaciones inquietantes prosiguieron en el Mundial de 1978, en Argentina. Esa determinación política de ser el epicentro futbolístico, estaba fundamentada en la necesidad de legitimar el proceso iniciado en el país a base de desaparición de personas y de ejecución de un plan económico polémico. Una claro abuso de poder absoluto que hizo que jamás se conocieron los costos del mismo, pero lo que sí se sabe es que este certamen superaría en seis veces lo que se invirtió en el mundial de España 1982. Dentro del país lo militares habían logrado otro objetivo, ya que la gente disfrutó con todo su fiesta deportiva desde el fanatismo de todo argentino pero, además, con la necesidad de expresar sensaciones contenidas por la mordaza de la dictadura. En Chile, Augusto Pinochet siempre usó el amor de los más desfavorecidos económicamente por Colo-Colo (del que fue presidente), algo que aprovechó para su política social. La rehabilitación del estadio Monumental de Chile (algo que puede extenderse igualmente al Nacional de Chile) fue su primer gran desafío, aunque hoy en día aún se dude de cuando se finalizarán realmente las obras. Un césped que debía ser imagen de su fútbol pero que ahora sólo recuerda años de horror y desgracias. Desde entonces, ‘El Cacique’ no ha podido quitarse de encima esa sombra nefasta que lo asociará de por vida a la dictadura. La misma que alardeó con sus líderes en el éxito de la Copa Libertadores 1991 y la que intentó ignorar el día de la muerte de Pinochet, cuando ni siquiera guardaron un minuto de silencio. En Bolivia, el ex dictador general Luis García Meza, aún cumple una condena de 30 años de cárcel por crímenes y delitos económicos. Muchos de ellos, generados durante su etapa como ‘polémico’ líder presidencial del singular equipo de Cochabamba, Jorge Wilsterman. Más actual aunque igualmente inquietante es la figura de Arkan Raznatovic, un paramilitar serbio que creó un grupo guerrillero nutriéndose de los hinchas más violentos y nacionalistas de su equipo de fútbol favorito, el Estrella Roja de Belgrado. El ejército fue llamado Guardia Voluntaria Serbia, mas conocidos en la posterior guerra como “Los tigres de Arkan”. El grupo estaba formado por unos 10.000 hombres, perfectamente equipados y entrenados. Todos, reunidos con asiduidad en torno al ‘Pequeño Maracaná’. Ejemplos nefastos para el fútbol de aquellos que no lo quisieron, que lo ningunearon y que intentaron corromperlo a ojos de un pueblo que, pese a su ignorancia, jamás accedió a odiar aquello que alimentaba sus pasiones. Y es que como dice Eduardo Galeano, “el fútbol y Dios son parecidos en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”.

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