Ernesto Santana Zaldivar
LA HABANA, Cuba.- Si bien Venezuela desempeña un papel estratégico desde el punto de vista económico para el régimen cubano, este se está jugando allí algunos intereses cuya dimensión no es fácil medir, pero cuyo bulto se puede atisbar entre el cúmulo de hechos que han convertido en estos meses a ese país en trágico protagonista del ámbito político latinoamericano.
Aunque la conocida expresión inglesa dice que el poder tiende a corromper y que el poder absoluto corrompe absolutamente, vemos hoy cómo, en el caso del gobierno de Caracas, la corrupción absoluta persigue, para sobrevivir y seguir creciendo, el poder absoluto a través del pasmoso fraude de una Asamblea Constituyente de opereta.
A las horas de circo sangriento que anteceden al domingo 30 las han llamado estos siniestros contorsionistas “los diez días que estremecerán el mundo”, en caricaturesca alusión al libro de John Reed que narra cómo los bolcheviques barrieron del poder al Gobierno Provisional e implantaron el Soviet de Comisarios del Pueblo durante la Revolución de Octubre.
La catadura de esa Asamblea Nacional Constituyente se puede medir con el ejemplo de Valentín Santana, el famoso cabecilla del colectivo revolucionario de La Piedrita, que fue mandado a detener por la justicia desde hace una década y sigue en libertad y muy activo. El destacado chavista —que ha sido entrevistado por la policía luego del reciente homicidio de una enfermera que intentaba votar en la consulta popular convocada por la oposición— es uno de los candidatos a esa convención.
Si, como aseguraron entonces algunos medios, Nicolás Maduro trató a principios de año con Raúl Castro sobre la posibilidad de abandonar el poder, lo cierto es que la actual orden de La Habana es seguir adelante —y la Asamblea Nacional Constituyente es solo uno de los pasos— hasta las últimas consecuencias, pues, aparte de la dependencia económica cubana de Venezuela, la caída del chavismo significaría una catástrofe continental de imprevisibles resultados.
Los efectos para el castrismo serían desastrosos en todos los sentidos. El aliento que daría esa derrota a las fuerzas por la democracia —no derechistas, sino más bien centristas, por cierto— en toda América Latina, y aun más allá, sería enorme, para no hablar del impulso que recibiría la oposición dentro de Cuba. Se hundiría el legado político de Fidel Castro, y el de Chávez, y se haría más evidente que nunca el desastre de la revolución de 1959.
Pero, si Nicolás Maduro lleva un tiempo amenazando con radicalizar la revolución bolivariana, ahora empezamos a tener una idea de cuáles eran los planes que se cocinaban desde mucho antes de la crisis actual. Se hacen cada vez más patéticos sus pujos de Gran Timonel y, aunque se descoca por brillos, cintas, banderonas y monigotes patrioteros, ahora a veces sale vestido para matar, con esos fúnebres chaquetones a lo Mao que insinúan, a su brutal manera, el color de la Gran Revolución Cultural Proletaria con que enlutecerá aún más esa desafortunada nación.
Ya no resulta cómica, sino trágica, su manía de terminar con “m” larga y enfática las palabras que acaban en “n” —como “revoluci-ommm!!” o “sabote-amm!!”— o de decir “soldados y soldadas” o “camaradas y camarados”; su atroz modo de gobernar por radio y televisión anunciando conspiraciones, repartiendo dinero y confesándose un “optimista irreconciliable”. El reality show de un payaso asesino que se lame la cara con su eterna muletilla: “¿Verdad?”.
Los que esperan que pronto Maduro se retire al extranjero a disfrutar de los miles de millones de dólares supuestamente depositados en bancos panameños, no parecen tener muchas razones para esa esperanza, porque las opciones para él y sus turbios cirqueros son solo dos a estas alturas: o lanzarse hacia el poder total para protegerse y seguir robando o lanzarse hacia un azaroso camino que siempre ha de acabar ante la justicia nacional o la internacional.
Por eso lo apuestan todo al uso bestial de la fuerza, al sometimiento del pueblo a sangre y fuego, como hace mucho tiempo no se había visto en este hemisferio. Pero, cuando el tinglado de una revolución de bufones se viene abajo por una verdadera insurrección popular, en La Habana se cuentan las fichas y se canta la alarma, pues está a punto de destaparse la olla podrida de la aventura castrista en Venezuela.
El “héroe” chavista Valentín Santana pudiera balear en la cabeza o luego, desde la Constituyente, enviarlo a prisión por “terrorista”, a Wuilly Arteaga, que desafía la violencia policial tocando su violín en las manifestaciones, pero los audaces jóvenes de La Resistencia no parecen dados a rendirse pronto.
Esa imagen de los guerreros adolescentes enfrentándose a las tanquetas militares que los embisten no solo están llenando de ignominia lo que queda de chavismo. Está demostrando vergonzosamente la cara verdadera del castrismo en su momento de pánico, de debilidad y de odio por un futuro de personas libres.
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