Es de temer que la revolución, como Saturno, acabará devorando a sus propios hijos”. La frase, pronunciada por el revolucionario francés Pierre Victurnien en el momento de ser llevado a la guillotina en 1793, ha llegado a convertirse en axioma. Hay numerosos ejemplos históricos que lo demuestran: la revolución francesa y la rusa son dos de ellos. En el caso de la primera porque cuando Maximilien Robespierre vio amenazado su poder se deshizo de sus rivales –Hébert, Danton y Desmoulins– guillotinándolos. En la segunda, porque Joseph Stalin, después de la muerte de Lenin, eliminó a sus enemigos en el Partido –Bujarin, Kámenev y Zinóviev– acusándolos de traición y condenándolos a muerte en los llamados “procesos de Moscú”.
Un tercer ejemplo, más cercano en el tiempo y en la geografía, es el de la revolución cubana porque Fidel Castro, al igual que Robespierre y Stalin, también se deshizo de muchos de sus compañeros de lucha. A unos, porque se le enfrentaron cuando torció el rumbo democrático del país; a otros, porque sencillamente le hacían sombra, como el comandante Camilo Cienfuegos, desaparecido en circunstancias misteriosas. Muchos fueron condenados a largas penas de cárcel; otros fusilados.
La lista de víctimas es demasiado extensa para poder nombrarlos a todos. He aquí algunos de ellos: Hubert Matos, condenado a 30 años por denunciar la infiltración comunista en las filas del Ejército Rebelde; Humberto Sorí Marín, ministro de Agricultura en el primer gabinete revolucionario, fue fusilado en 1961, unos días antes de la invasión de Bahía de Cochinos; Mario Chanes de Armas, asaltante del Moncada y expedicionario del Granma fue sentenciado a 30 años de cárcel, cumplió su condena hasta el último día y se convirtió en el prisionero político que estuvo más tiempo encarcelado; Gustavo Arcos, resultó herido en el asalto al cuartel Moncada y algunos años después, por su posición crítica ante el rumbo que comenzaba a tomar la revolución, fue a la cárcel por diez años; Sebastián Arcos, hermano de Gustavo, fue condenado a siete años de prisión por intentar abandonar el país. Ni siquiera Jesús Yánez Pelletier, el hombre que le salvó la vida a Fidel Castro, pudo escapar a su furia.
Yánez Pelletier nació en la ciudad de Cárdenas el 21 de mayo de 1917, estudió la carrera militar y en 1946 se graduó como segundo teniente en la Escuela de Cadetes de La Habana, que en esa fecha radicaba en el Castillo del Morro. Algunos años más tarde, en 1953, Yánez Pelletier es nombrado supervisor militar de la prisión de Boniato en Santiago de Cuba. El 26 de julio de ese mismo año el Cuartel Moncada es asaltado por Fidel Castro y un grupo de revolucionarios. La acción fracasa y los que logran escapar se refugian en los montes cercanos. Una semana después, el primero de agosto, Fidel es sorprendido por una patrulla del ejército mientras dormía en un bohío junto con otros sobrevivientes del asalto. El jefe de dicha patrulla, el teniente Pedro Sarría, en lugar de conducirlos al Cuartel Moncada, donde probablemente hubiesen sido asesinados, los llevó al Vivac de Santiago y los entregó a las autoridades civiles. Es allí en el Vivac, esperando para trasladar a los prisioneros hacia la prisión de Boniato, donde Yánez Pelletier se negó a cumplir la orden de envenenar a Fidel Castro que le fue dada por el coronel Alberto Ríos Chaviano, lo que le costó ser expulsado del ejército.
“Eso prueba que a pesar de los desmanes del batistato, la nación siempre pudo contar con reservas de honor y dignidad como la demostrada por Yánez Pelletier en aquel episodio", dijo Sebastián Arcos, director asociado del Instituto de Investigaciones Cubanas (CRI), de la Universidad Internacional de la Florida, durante una entrevista con el Nuevo Herald. “Demuestra también la diferencia entre una dictadura autoritaria como la de Batista –cruel pero débil y limitada por el apego a una tradición de leyes y costumbres– y la totalitaria que implantó el castrismo, inescrupulosa y omnipresente”, agregó.
Edecán militar de Castro
Dos años más tarde, en 1955, Pelletier se exilió en Estados Unidos donde se unió al Movimiento 26 de Julio. En enero de 1959, al triunfar la revolución, fue ascendido a capitán y nombrado por Fidel Castro como su edecán militar. Cuando en abril de ese mismo año Castro viajó a Estados Unidos, en la comitiva que lo acompañó se encontraba Yánez Pelletier. El avión, un Brittania de la compañía Cubana de Aviación, aterrizó en el Aeropuerto Nacional de Washington casi a las 9 p.m. Al otro día, Pelletier acompañó a Fidel al Hotel Statler Hilton para asistir a un almuerzo al que había sido invitado por el subsecretario de Estado, Christian Herter. En esa y en todas las demás actividades –una visita a la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, un encuentro con la Sociedad Norteamericana de Editores de Diarios y una reunión con el vicepresidente Richard Nixon– Fidel estaría acompañado por Jesús Yánez Pelletier. Aquella visita a Estados Unidos, que incluyó también las ciudades de Nueva York y Boston, duró casi dos semanas. De ahí partirían hacia Brasil, Argentina y Uruguay. El viernes 8 de mayo, a las tres de la tarde, el avión Brittania en que realizaron todo el viaje, aterrizó en el aeropuerto de Rancho Boyeros. Yánez Pelletier regresaba a Cuba sin saber que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
Fue por esa época que, en el Hotel Habana Hilton, donde yo trabajaba, lo conocí. Fidel Castro había instalado su cuartel general en la suite Continental del piso 23 y a Yánez Pelletier, como era su edecán, se le veía con frecuencia en el hotel. A veces estaba acompañado por su hermano Bernabé; otras por la periodista norteamericana June Cobb, que trabajaba para la oficinas del primer ministro, extrañamente instaladas en el piso 18, como asistente de relaciones públicas y como traductora de sus discursos.
Esta periodista, que se había ganado la confianza de Fidel al traducir al inglés La historia me absolverá, era, en realidad, una agente de la CIA. Había sido reclutada, según puede leerse en un artículo de Wikipedia, para que “penetrara al gobierno cubano en un esfuerzo por obtener información sobre las actividades del régimen castrista”. Su nombre en clave era el críptico acrónimo de AMUPAS-1. Un día, como mismo apareció, desapareció. Se dice que regresó a Estados Unidos. Lo cierto es que no volvimos a verla en el hotel. Como tampoco volvimos a ver a Pelletier.
Y es que en abril de 1960, Jesús Yánez Pelletier, el hombre que le había salvado la vida Fidel, fue arrestado y acusado, no solo de traición a la patria, sino también de “amistad con la mafia”, cargos quizás derivados de que, según se decía en la causa que se le fabricó, y en la que fue condenado a 15 años de prisión había asistido, por supuesto por encargo de Castro, a la boda de la hija mayor del mafioso Santos Trafficante, cuya celebración, en junio de 1959, fue permitida por Castro en el Hotel Habana Hilton. . La noticia del arresto de Yánez Pelletier nunca salió en la prensa de aquella época. Para los empleados del Hotel Habana Hilton, la desaparición del edecán de Fidel, siempre fue un enigma.
Un ejemplar activista de derechos humanos
En 1971 Yánez Pelletier fue, al fin, liberado; pero no se le permitió salir del país. Algún tiempo después, en los años 1980, se incorporó al Comité Cubano Pro Derechos Humanos, del que llegó a ser su vicepresidente.
“El CCPDH era el espacio natural para un hombre como Pelletier, que había demostrado un alto sentido de la justicia y la integridad, aún a riesgo de su vida”, afirmó Sebastián Arcos, quien lo conoció en esa época en Cuba cuando ambos eran miembros de la misma organización. “Yánez colaboró activamente en la colección y difusión de informes sobre violaciones de los derechos humanos en Cuba. Su participación en la oposición pacífica constituía un poderoso símbolo de la continuidad de esos valores en la oposición al batistato y al castrismo".
Después de casi medio siglo de luchas, la vida de Jesús Yánez Pelletier se apagó. El 18 de septiembre de 2000 falleció en La Habana, victima de un ataque cardíaco. Tenía 83 años. Más de 200 personas, entre ellas muchos de sus compañeros de la disidencia, asistieron a sus funerales. Líderes de la oposición entregaron a sus familiares un documento reconociendo su contribución a la causa de la libertad de Cuba que, en parte, decía: “Quienes en los últimos años hemos estado cerca de él nos quedamos con el tesoro de su cordialidad, su simpatía y optimismo. Nos quedamos también con su lección humana de respeto a los semejantes y su tránsito sin odios ni resentimientos estériles”.
a frase de Victurnien parece haberse cumplido a lo largo de la historia. Y cómo no iba a ser así cuando la mayoría de los dictadores comparten los mismos rasgos sicológicos: arrogancia, agresividad, malevolencia y egocentrismo. Cómo no iba a ser así cuando el egoísmo y la necesidad de ser admirados resultan comunes en ellos. Fidel Castro, que no era la excepción, en un perfil psiquiátrico elaborado por la CIA en 1961 fue descrito como “neurótico y narcisista, cuya única prioridad es mantenerse en el poder”. Pudieron haber dicho también que era despiadado y cruel. Y que su perversidad no tenía límites.
El caso de Yánez Pelletier, honorable oficial del ejército constitucional y valeroso defensor de los derechos humanos, así lo demuestra. Sí, las revoluciones siempre terminan devorando a sus hijos.
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