Publicado el: 24 julio, 2017
Por: Carmen Imbert Brugal
e-mail: imbert.brugal@gmail.com
Comenzamos hablar en voz alta después del 30 de mayo del 1961, afirmó David Álvarez Martín. La aseveración sorprendió al público más joven. Sin memoria del horror, sin recuerdo fúnebre. Escéptico frente al texto histórico y con el apuro cotidiano, el pasado no interesa. Para la mayoría la vida es ahora, con sus urgencias y tremendismo, con sus malos favoritos y los redentores de pacotilla, con el protagonismo virtual que excita y seduce. Ahora, sin necesidad de contexto ni sociología. Con el arrojo cómplice, la necedad que logra adeptos, con esa valentía del anonimato injurioso. La evocación de la tiranía trujillista ya es fantasía, cosa de viejos y de nostálgicos.
El profesor Álvarez Martín, doctor en Filosofía, ha dedicado 36 años a la enseñanza. El precedente supone una precocidad académica que entusiasma. Es protagonista de un ciclo de conferencias, organizado por la Escuela Nacional de Formación Electoral y del Estado Civil- EFEC-, la escuela de la Junta Central Electoral-JCE-. “Ética del Servidor Público” es el título. El vicerrector de Investigación e Innovación de la PUCMM hace un recuento formidable hasta llegar a la concepción moderna del Estado. Propiedad privada, esclavitud, derechos, burocracia. Lo público y lo privado, la moralidad y la ética. Sin sermón, advierte, indica el compromiso de las personas dedicadas al servicio público, tan diferente al deber y expectativas en las empresas privadas. Usos y costumbres que pasan, quedan, se superan y la decisión ética que, sin pretender inmolación, debe primar en los servidores públicos. Hombres y mujeres compelidos a satisfacer los requerimientos colectivos. No porque deseen sino porque es su obligación.
El artículo 77 de la Ley 41-08 de Función Pública, que deroga la Ley 120-01,establece los “Principios Rectores de la Conducta de los Servidores Públicos de los órganos y entidades de la administración pública”: Honestidad, Justicia, Equidad, Decoro, Lealtad, Vocación de Servicio, Disciplina, Honradez, Cortesía, Probidad, Discreción, Carácter, Transparencia. También detalla los deberes.
David mencionó el drama de la perniciosa moralidad colectiva y el comportamiento ético como contención. Es el discernimiento ético que impide sumarse a la caravana de la moralidad que apaña la conducta dolosa. Esa que permite y celebra. Afirma como excusa y conjuro: todos somos corruptos o los servidores públicos todos lo son y “eso no ená”. La reflexión provocó la mención, de parte nuestra, del principio rector durante la Era de Trujillo: Rectitud, Libertad, Trabajo, Moralidad. La moralidad del sátrapa. Sumisión y control, para garantizar el reino impune de uno. Solo él podía trasgredir leyes, imponer usos, costumbres. La drástica moralidad de un inmoral, comentó el profesor. ¿Cómo se construye la moralidad? Esa hipocresía que calla y establece complicidades para que nadie impute? Y denuncia por conveniencia y convenio. Solo la reprobación y la sanción podrían contrarrestar la costumbre infractora. Evitar la excepcionalidad del comportamiento ético y el peligro que entraña, porque devela, señala, arriesga. Hablamos alto ahora. Ya es costumbre y ¿qué decimos? Enriquillo Sánchez escribió: “Antes que marcar a los dominicanos con el atributo de trujillistas, prefiero marcar a Trujillo con el atributo de dominicano. (“La Metafísica Trujillista” 24.05. 1991 El Siglo). No sólo aquí acecha el fantasma. En “Franco: 25 Años Después”, José María Carrascal, describe al caudillo como: rutinario, patriotero, más amante de los toros y de la caza que de la lectura o la música, podía tomarse como un español del motón. Al mismo tiempo era paciente entre impacientes, metódico entre desordenados, perseverante entre inconsecuentes, callado entre parlanchines…su desconfianza iba pareja con su capacidad de resistencia. Era un sobreviviente, sobrevivió los miedos de niño, las humillaciones, los desafíos…” Tanto Franco como Trujillo obedecían a la moralidad colectiva. Entonces, el discernimiento ético tenía consecuencias fatales. Hoy, se presume que no, aunque cuesta mucho separarse de la tribu. Gracias al conferencista el público aprendió, o recordó, que la moral cambia, se acoteja. La ética tiene que vencer el hábito infractor que concita respaldo y confunde. Esa moralidad que excluye, al momento de pedir cuentas.
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