Publicado 26/07/2017
Jairo Arango Gaviria
La política como ciencia, se refiere al manejo de la organización de las sociedades humanas y de los estados, influyendo en la toma de decisiones gubernamentales, que inciden en la conciencia y en la voluntad de los ciudadanos.
Por su parte, el caudillismo, es un fenómeno social mediático y efímero, que tiene su origen en el siglo XIX. Consiste en que las multitudes depositan toda su iniciativa, esperanza y propósitos en cabeza de una persona, dejando en un segundo plano la ideología y los partidos políticos.
Este personaje de la política moderna está impregnado de populismo, también mediático, pero con una gran dosis de carisma. Ejemplo de estos personajes tenemos en América Latina: Porfirio Díaz en México, Alberto Fujimori en el Perú, Hugo Chávez en Venezuela, Rojas Pinilla en Colombia, Juan Domingo Perón en Argentina. Todos ellos llegaron al poder a través del voto popular, aunque gobernaron con diferentes estilos, la gran constante fue el populismo.
Este arte de interpretar las necesidades populares, presentándole a los ciudadanos soluciones a todos sus problemas individuales, sin importar nada más es lo que significa el caudillismo. Votos por soluciones individuales, es decir, el caudillo, conoce cuales son las expectativas del pueblo y sobre ella elabora una quimera, como suma de individualidades.
Bajo estas condiciones, al ciudadano de a pie no le interesan los partidos políticos, menos las ideologías, basta que un candidato de en el momento adecuado y en el lugar indicado, alguna muestra o señal, que haga que los ciudadanos se identifiquen con él, para apoyarlo.
El caudillo es el que cuenta, el que debe hablar de cosas, aunque no crea en ellas, para que las colectividades puedan expresarse hoy a través de las redes sociales, señalándolo como personaje divino, poniendo en duda, inclusive, su corporalidad. Eso es lo que cuenta, lo otro, la ideología, las plataformas políticas y los partidos, nada significan.
Con justicia al caudillo que vive de la mentira, para mantener y alimentar su ego y los egos de sus seguidores, se antepone el líder que es capaz de ser sincero, honesto y sensible ante la sociedad más vulnerable. Por fortuna de estos hay hombres y mujeres, con suficientes méritos y cualidades, para ser buenos gobernantes en nuestro país. La decisión está en manos de los ciudadanos.
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