Champán. Básicamente, esa era la dieta de Eva Braun, la esposa del dictador Adolf Hitler. “Pasiva, fiel y decorativa”, vivía en un mundo “de moralidad falsa”, dice Laura Shapiro, que ha escrito What She Ate, un recopilatorio de las vidas gastronómicas de 6 mujeres relevantes para la historia contemporánea.
Entre ellas, destaca sobremanera el perfil de Eva Braun. Su historia con Hitler empezó y terminó en el estómago. La pareja se conoció cuando Eva trabajaba en el estudio de un devoto fotógrafo nazi y Hitler lo visitó. A Braun la mandaron a por leberkäse, un pastel de carne, para servirlo al dictador. Su final es más conocido: el cianuro fue el arma con la que se quitó la vida.
Cuando se convirtió en la primera dama, Hitler dispuso para ella todo un mundo hermético en Berghof, su retiro en los Alpes, donde le hacía llegar salo, una panceta fresca típica de Ucrania. Tampoco faltaban nunca botellas de champán Moët et Chandon en su bodega. En palabras de Shapiro, el champán “era el combustible social del Reich”.
Braun bebía champán todos los días y en todas partes, para que sus burbujas alimentaran la burbuja de fantasía en la que vivía, incluso el día antes de morir. Shapiro lo cuenta así: “Lo que destaca más vivamente en la relación de Eva con la comida es su poderoso compromiso con la fantasía. Se envolvía en ella, comía y bebía en la mesa de Hitler como representación de sus propias ensoñaciones”.
Todas estas atenciones querían compensar algo esencial: la ausencia de Hitler, que no deseaba ser visto al lado de Braun porque quería dar a tender que estaba casado únicamente con Alemania. Braun solamente tenía la oportunidad de aparecer junto al dictador en las reuniones con su círculo más cercano, en el chalet Berghof de Obersalzberg. Allí podía representar su papel de “la esposa de Alemania y del hombre más grande de la Tierra”, como ha recogido Shapiro de sus diarios.
Allí, un chef cocinaba para ellos sin escatimar en nada: había mantequilla por doquier, ensaladas frescas, distintos tipos de salchichas, pan blanco, cerdo rustido, ternera braseada, tortillas, strüdel de manzana, naranjas de importación.
Pero para dar comienzo al banquete, el dictador tenía que hacer acto de presencia, y eso no ocurría hasta varias horas después que los invitados hubieran sido convocados. Mientras, el coñac, el vermut, la gaseosa y los zumos de frutas fluían sin parar por las copas de los asistentes. Pero si algo mojaba las copas de Eva Braun con el mismo caudal que el cercano Königsee, el Lago del Rey, era el champán.
Por lo que respecta a la comida, Braun siempre controlaba su peso. “Trataba la comida como una especie de sirviente cuyo trabajo más importante era el de mantenerla delgada”. Y le asqueaba verdaderamente “la pesada dieta vegetariana de Hitler”, que consistía en platos como puré de patatas con aceite de linaza. También detestaba la glotonería del dictador, que era conocido por poder comerse casi 1 kilo de pralinés de una sentada en el intento de calmar sus nervios.
Shapiro no se olvida de poner en contraste la mesas de lujo a las que se sentaban los mandamases del Tercer Reich con los millones de personas que fueron matadas de hambre deliberadamente en el Holocausto.
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