Dunquerque tiene un misterio o, según la propaganda, un milagro. En mayo de 1940, el Ejército británico, empujado y flanqueado por la infantería alemana de Bock y las divisiones Panzer de Reinhardt y Guderian, estaba copado en el puerto de la ciudad belga. Francia era una trampa con una sola escotilla de salida. Sin transportes para evacuar a los soldados cogidos en la ratonera, el ejército de lord Gort parecía destinado a la captura o a la aniquilación. Entonces apareció la providencia tras la máscara de la incompetencia. Hitler transmitió una orden tajante al general Kleist: las unidades acorazadas deben mantenerse a una distancia de Dunquerque equivalente al alcance medio de la artillería (entre 13 y 15 kilómetros). La orden (24 de mayo), decidió la derrota de Alemania cinco años más tarde, según Liddell Hart. En expresión del general Von Thoma, “es inútil discutir con un majadero; Hitler destruyó la posibilidad de victoria”.
¿Cómo se explica esa detención milagrosa e idiota de la ofensiva? Hitler y sus burócratas militares favoritos, Jodl y Keitel, siguieron la campaña francesa al borde de la histeria. No podían creer en el éxito fulgurante del ataque; temían una trampa o un contrataque masivo. Jodl intentó explicar los tres días de gracia concedidos a los británicos argumentando que “el ejército acorazado no puede operar en las ciénagas de Flandes”. Una simpleza. Una segunda versión, congruente con la primera, cuenta que el fatuo Goering reclamó para la Luftwaffe el honor (tronado) de liquidar al enemigo. Pero lo hizo muy mal. Sus ataques fueron esporádicos e imprecisos; no consiguió cerrar el puerto y el canal hundiendo navíos enemigos para impedir la huida.
La tercera explicación, avalada entre otros por Von Manstein, es política. En las indigestas charlas (o delirios) de sobremesa del Führer con sus palafreneros cortesanos, se explayaba sobre las magras ventajas que supondría para Alemania la destrucción del imperio; sus herederos, abundaba, serían Estados Unidos y Japón. Así que la incompetencia de Dunquerque podría interpretarse como un gesto hacia Londres. Hitler solo querría el reconocimiento al poder alemán en Europa a cambio de una paz honorable.
Dunkerque, de Christopher Nolan, no trata del milagro estratégico, sino del milagro de la supervivencia. El esfuerzo fílmico se concentra en captar la desesperación de los soldados condenados al sacrificio en las puertas mismas de casa. Nolan teje una planificación abrumadora combinando los planos largos de la soledad de los soldados en playas infinitas, como insectos desvalidos, con los planos próximos de los ataques aéreos, la claustrofobia a cielo abierto de los Spitfire de la RAF y la carrera naval para llegar al puerto belga de las pequeñas embarcaciones privadas que completaron el reembarco. Es su objetivo y lo alcanza con brillantez.
Visto lo cual ¿era pertinente observar de forma esquinada, como hizo un crítico del USA Today, que en la película no hay mujeres ni actores principales de color? ¿Importa eso para convertir Dunkerque en un manojo de emociones?
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