Por Miguel Guerrero. 20 de noviembre de 2014 - 12:10 am - 0 Comentarios
Estos actos de delincuencia no suelen ser comunes en una sociedad donde se respetan las leyes y la gente mantiene niveles normales de civismo.
Miguel Guerrero
Periodista, investigador histórico y conductor de programas de televisión. Premio Nacional de Historia.
El saqueo de bienes públicos dejó de ser hace ya un tiempo, paternidad de la clase política. El llamado proceso de “cualquerización democrática” en que se ahoga esta sociedad lo ha colectivizado. Lo vemos a diario en el despliegue de noticias escalofriantes sobre el hurto de los gigantescos postes del tendido eléctrico de un puente, como fue el caso en el 2012 del construido sobre el río Higüamo, o en los cotidianos robos de las barandillas de protección peatonal de los puentes sobre el Ozama, que amenazan no sólo la seguridad de los transeúntes sino de las propias infraestructuras.
Estos actos de delincuencia no suelen ser comunes en una sociedad donde se respetan las leyes y la gente mantiene niveles normales de civismo. Se dan cuando la desmoralización se expande y afecta buena parte del espectro social. Cuando los ciudadanos comunes, los llamados de a pie, sienten que la moral en estratos superiores, más arriba, se fue a pique y de ese litoral sólo le llegan las imágenes de una descomposición que resquebrajan las buenas costumbres y la tradición de decencia en la que crecieron nuestros valores nacionales, nacidos en el hogar y fortalecidos en las aulas.
Tal vez ya hemos al punto de no retorno, en el pudiera necesitarse, ¡Dios nos libre!, de una mano fuerte, que ponga orden; un orden que al final, como siempre ocurre, termina igual o peor, llenando todos los espacios de miedo, de un miedo tal que permite hasta dormir con las puertas abiertas, porque no habría quien se mueva en un terrible entorno de terror del que está lleno nuestra historia republicana. Porque ya no hay límite alguno, como lo demuestra el caso hace dos años de una pobre señora de Santiago a quien le robaron una paila con un locrio a medio hacer. A eso hemos llegado.
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