El presidente de EE UU defiende su acción ejecutiva de evitar la deportación de alrededor de cinco millones de inmigrantes sin documentos
YOLANDA MONGE Washington 21 NOV 2014 - 03:56 CET3
Barack Obama partió esta noche las aguas y avanzó en una dirección que no deseaba pero que resultó ser la única senda abierta para salvar parte de la palabra comprometida con un grupo que representa el 17% de la población de Estados Unidos: 54 millones, más de 25 con derecho a voto. Con su decisión de dar la espalda a un Congreso que ha lastrado su presidencia y que le ha condenado a no firmar ninguna ley de calado a excepción de la reforma sanitaria- que sigue sufriendo embates-, el presidente de Estados Unidos ponía fin a una batalla para iniciar la guerra.
Con frustración maquillada de elegancia, Obama se dirigió a la nación en un simbólico horario de máxima audiencia, simbólico ya que ninguna de las tres grandes cadenas de televisión optó por ofrecer el discurso presidencial en una noche –la del jueves- cargada de series y espectáculos millonarios en dólares, publicidad y espectadores. Tan solo Univisión retransmitió en directo las palabras del mandatario, para lo que tuvo que dar el alto durante 14 minutos y 57 segundos a la retransmisión de los Grammys Latinos –así se hace historia-.
Como si de un corrido se tratara, el presidente contó una historia. La historia de un país que desde hace más de 200 años tiene la tradición de recibir inmigrantes de todas las partes del mundo, lo que beneficia a Estados Unidos. "La inmigración nos define como país", dijo Obama. Y como en todo buen corrido, hubo partes trágicas, amores no correspondidos, lágrimas y hasta moraleja.
Obama se dirigió a la nación en un simbólico horario de máxima audiencia, simbólico ya que ninguna de las tres grandes cadenas de televisión optó por ofrecer el discurso presidencial
El presidente recordó que este país, la nación que fue creada por gentes llegadas de fuera, tiene hoy su sistema de inmigración roto, con 11 millones de personas viviendo en las sombras. “Cuando llegué a la Casa Blanca me comprometí a arreglar el sistema”, dijo Obama, que abrió la exposición de la narración refiriéndose a la seguridad de la frontera, para neutralizar, de entrada, a quienes creen que con la palabra emigrante solo rima delincuencia. “Durante los últimos seis años, las entradas ilegales se han reducido a la mitad”, informó el hombre que, además, ha sido calificado por los activistas proinmigración como “deportador en jefe”.
En este punto, Obama hizo una referencia a la grave crisis humanitaria vivida en la frontera el pasado verano tras la llegada a EEUU de miles de menores sin compañía de un adulto. “Sin embargo, el número de gente que intenta cruzar la frontera de forma ilegal se encuentra hoy en su nivel más bajo desde la década de los setenta”, matizó Obama.
Recurriendo entonces a sus dotes más didácticas, propiciando un ‘in crescendo’ y tras declarar que el Congreso se había convertido en un muro infranqueable para su ambiciosa ley de reforma –que hubiera abierto el camino a la ciudadanía para millones de indocumentados-, Obama dijo que como presidente tenía la autoridad para tomar acciones ejecutivas y eso es lo que iba a hacer.
-“Primero, seguiremos dotando a la frontera de más recursos”.
El presidente recordó que este país, la nación que fue creada por gentes llegadas de fuera, tiene hoy su sistema de inmigración roto, con 11 millones de personas viviendo en las sombras
-“Segundo, se hará más sencillo para los inmigrantes con estudios, empresarios y de alto perfil quedarse y contribuir a nuestra economía”.
-“Tercero, daremos los pasos necesarios para tratar de forma responsable con los millones de inmigrantes sin papeles que ya viven en nuestro país”.
El tercer punto es en el que el presidente quiso extenderse. Fue ese el asunto en el que se transformó, de repente, en el profesor Obama. Aunque antes de hacerlo, se vistió el traje de hombre de consenso y recordó las palabras que solía decir quien antes ocupó su cargo respecto a los inmigrantes que hacen posible el día a día de EEUU. “Como dijo una vez mi predecesor, el presidente Bush: “Son parte de la vida americana”.
Obama concentró el nudo de su acción ejecutiva como sigue: “Si usted ha estado en América durante más de cinco años; si usted tiene hijos que son ciudadanos americanos o residentes legales; si usted se registra, pasa un control de antecedentes y está dispuesto a pagar una parte justa de los impuestos que le corresponden; usted podrá quedarse en este país de forma temporal, sin miedo a ser deportado. Usted puede salir de las sombras y hacer las paces con la ley”.
No hubo acompañamiento musical. Pero Obama acababa de abrir la madre de todas las batallas, la cruzada que puede llevar a que en poco más de dos semanas los republicanos amenacen con un nuevo cierre del Gobierno como represalia por su actuación. Quedaba sobre la mesa el asunto que definirá los dos próximos años y que entrará en el primero de quien sea el nuevo mandatario de EEUU en 2017.
Se que muchos de los que critican la acción que estoy tomando lo llaman amnistía. Pues bien, no lo es”
Barack Obama
Era consciente de ello. Lo sabe. Razón por la que contraatacó con su habitual dosis de bipartidismo y memoria histórica. “Las acciones que estoy tomando no sólo son legales, son los tipos de medidas adoptadas por cada presidente republicano y cada presidente demócrata durante el último medio siglo. Y para aquellos miembros del Congreso que cuestionan mi autoridad para hacer que nuestro sistema de inmigración funcione mejor, o cuestione mi juicio de actuar en donde el Congreso ha fallado, yo tengo una respuesta: Aprueben una ley”.
Estaba todo dicho. Obama acababa de poner la pelota en la cancha republicana. Había movido ficha. Se había rebelado ante la inacción e incluso preguntó si acaso EEUU era una nación que toleraba la hipocresía, dejando que trabajadores ilegales recogieran la fruta e hicieran las camas mientras se miraba para otro lado.
“Se que muchos de los que critican la acción que estoy tomando lo llaman amnistía”, dijo el presidente. “Pues bien, no lo es”, sentenció. “Amnistía es el sistema que tenemos hoy, en el que millones de personas viven aquí sin pagar impuestos o estar al día con la ley, mientras los políticos usan el asunto para asustar a la gente y obtener votos en las elecciones”.
“Esa es la verdadera amnistía, dejar el sistema como está, roto”, continuó, dominando ya a la audiencia que a las puertas de la Casa Blanca le daba las gracias con pancartas.
“La amnistía general sería injusta. La deportación total sería a la vez imposible y contraria a nuestro carácter como nación. Lo que estoy describiendo es responsabilidad, abordar el tema con sentido común y llegando a un justo medio: Si usted cumple con los criterios, puede salir de las sombras y estar dentro de la ley. Si usted es un criminal, sera deportado. Y sepa que si está pensando en entrar en EEUU ilegalmente, han aumentado las posibilidades de que sea capturado y enviado de regreso”.
Si Obama fuera hombre de Ejército, la moraleja habría sido: “Señores republicanos, se han metido con el marine equivocado”.
“Gracias, presidente Obama”
S. AYUSO
A Henry Hernández no le cabía la noche del jueves la sonrisa en la cara. Pese al intenso frío, permaneció apostado frente a la Casa Blanca mientras el presidente estadounidense Barack Obama anunciaba las medidas ejecutivas que regularizarán temporalmente a casi cinco millones de indocumentados. Entre sus manos enguantadas aferraba una bandera estadounidense y una vela.
“Es una alegría, una emoción, una felicidad, estamos muy agradecidos al presidente Obama”, señaló este “orgullosamente” guatemalteco que “como millones” de personas vive indocumentado en el país y que espera poder beneficiarse de la acción ejecutiva decretada por el mandatario demócrata a falta de acción en el Congreso.
Junto a él, alrededor de un centenar de inmigrantes y activistas acudieron la noche del jueves a celebrar frente a la residencia de Obama el anuncio que llevaban años esperando. El mensaje lo resumían en las pancartas que agitaban entre gritos de “¡sí se pudo!” y “¡lo logramos!”: “Gracias, presidente Obama”, era el mensaje unánime de los carteles.
“Nos sentimos halagados y le damos gracias al presidente. ¡Lo hemos esperado por tanto tiempo!”, exclamaba Nelson, un salvadoreño que logró hace apenas un mes la ciudadanía, pero que quiso acercarse a la Casa Blanca para mostrar solidaridad con tantos compatriotas que aún esperan sus papeles.
Tanto él como Hernández son conscientes de que las medidas de Obama no son más que un paliativo y que la verdadera acción debe producirse en el Congreso, el único capaz de redactar una ley migratoria integral.
Así lo expresaba también desde las redes sociales alguien que podría tener que acabar el camino ahora abierto por Obama, su ex secretaria de Estado y potencial candidata presidencial demócrata Hillary Clinton.
“Gracias POTUS (acrónimo de presidente de EE UU) por tomar la acción frente la inacción. Ahora es tiempo de una reforma permanente bipartita”, tuiteó Clinton.
Desde la Casa Blanca, los activistas prometían que también seguirán “en la lucha” hasta que el Congreso responda. “Pero por lo menos esta noche vamos a celebrar”, señaló Nelson.
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