31 países aportan fondos para garantizar la conservación del campo nazi
España no contribuye pese a su respaldo inicial
TEREIXA CONSTENLA Auschwitz 16 NOV 2014 - 00:00 CET
El lugar más cruel de la tierra recibe más de un millón de visitas al año. Casi tantas como las personas que perecieron en él. En mitad de una llanura polaca, a 70 kilómetros de Cracovia, el Tercer Reich desarrolló sobre unas antiguas dependencias militares de Oswiecim —renombrado por ellos como Auschwitz— una sofisticada industria de la muerte, tan eficaz como macabra. El antiguo campo de exterminio, que celebrará los 70 años de su liberación el próximo 27 de enero, ha estado al borde de la desaparición como espacio de memoria debido a sus estrecheces económicas para garantizar la conservación de sus 155 edificios, 300 ruinas (entre las que se incluyen los dos hornos y cámaras de gas de Birkenau, volados por los nazis) y miles de objetos personales que en sí mismos condensan el espanto: minúsculos zapatos infantiles, prótesis de mutilados, montañas de gafas redondas, toneladas de cabello, la maleta de Klara Golosein, la de Georg Weiss, la de Else Meier, cartas de víctimas, apuntes de verdugos… “Antes de la creación del Fondo Perpetuo, la situación era crítica. Hoy en día, gracias a la comprensión general de lo importante que es preservar la autenticidad para las generaciones futuras, empezamos a ver la proverbial luz al final del túnel”, expone Piotr M. A. Cywinski, director del Museo de Auschwitz-Birkenau.
La conservación de un complejo que ocupa 200 hectáreas —los nazis construyeron tres campos, aunque el museo actual sólo incluye visitas al I y II (Birkenau)— requiere una inyección financiera que esencialmente ha recaído sobre Polonia, forzada por razones geográficas pese a su nula responsabilidad política en el genocidio. Poco receptiva a los llamamientos del Gobierno polaco (“Cada nación tiene el deber inalienable de proteger estos lugares”, subrayaba el ministro de Cultura y Patrimonio), la contribución internacional resultó hasta 2009 anecdótica (entre el 1% y el 3% de un presupuesto anual de ocho millones de euros). Ese año, los responsables del museo, abierto en 1947 y de acceso gratuito (se cobra por el servicio de guía), lanzaron un crudo aviso: tendrían que cerrar Auschwitz en poco tiempo ante la falta de medios para preservar sus barracones, vallas, oficinas y demás restos materiales.
Espoleado por el temor a que la desaparición de los últimos testigos se tradujese en la muerte de la memoria de lo que ocurrió, Wladyslaw Bartoszewski, prisionero 4427 entre septiembre de 1940 y abril de 1941 y responsable del Consejo Internacional de Auschwitz, promovió entonces la constitución de una fundación internacional, que debería reunir 120 millones de euros para constituir un capital (el llamado Fondo Perpetuo) que permitiese financiar con sus intereses anuales las necesarias labores de restauración y mantenimiento. En sus intervenciones Bartoszewski exponía su preocupación: “El momento en el que no quedarán más testigos se aproxima inexorablemente. Entre nosotros permanece la convicción de que cuando la gente se haya ido gritarán las piedras. Va unido a la naturaleza humana porque cuando no permanece ninguna huella tangible los acontecimientos del pasado caen en el olvido”.
Desde que la fundación se constituyó en enero de 2009 se han sumado a ella 31 países cuyas aportaciones económicas alcanzan los 102 millones de euros, no demasiado lejos de la meta (120 millones). Por razones obvias, Alemania fue el estado más generoso y diligente al recibir la petición del entonces primer ministro polaco, Donald Tusk: ha donado la mitad de lo requerido (60 millones de euros). Más tarde se sumarían numerosos países de distintos continentes, tamaños y poderío económico para respaldar la supervivencia de Auschwitz. También algunas ciudades, como París (310.000 euros), y contribuyentes particulares. España, pese a los contactos mantenidos con la fundación, ha permanecido al margen. Cuando una delegación visitó Madrid en septiembre de 2010 para explicar el proyecto, el Gobierno español se mostró receptivo y se comprometió a tomar una decisión a finales de ese año. “Desde entonces no han hecho ninguna concreción financiera”, según consta en la memoria anual del organismo polaco. Fuentes diplomáticas españolas aseguran que la naturaleza de la fundación dificulta el encaje jurídico para otorgarle una ayuda económica y que las fórmulas alternativas ofrecidas fueron rechazadas. La Unión Europea como tal ha salvado sus escollos jurídicos aportando 4 millones de euros para los proyectos de conservación que ejecuta el Museo de Auschwitz por su cuenta.
Lo cierto es que, cinco años después de la creación de la fundación, España es uno de los pocos países grandes de la Unión Europea que no ha contribuido al Fondo Perpetuo (la otra excepción llamativa es Italia, patria de Primo Levi, autor de una de las crónicas más estremecedoras sobre Auschwitz en Si esto es un hombre). “No soy yo quién debe juzgar. Muchos grupos de jóvenes vienen desde España para conocer este lugar, por lo que parece que las instituciones gubernamentales deberían ser conscientes del papel que juega esta experiencia en el proceso de maduración de los jóvenes para que sean ciudadanos concienciados. España se mantuvo en gran medida fuera del alcance de esta historia, pero el Fondo ha sido construido, entre otras, también gracias a las contribuciones de Canadá, Australia, Suecia o Suiza”, sostiene Piotr M. A. Cywinski, que además de director del museo espresidente ejecutivo de la fundación.
En 2013 visitaron Auschwitz 52.800 españoles, la séptima nacionalidad más interesada en recorrer el tétrico memorial después de polacos, británicos, estadounidenses, italianos, alemanes e israelíes. Por delante incluso de Francia, un país que tuvo una relación más directa con la Shoah y que entregado cinco millones de euros al Fondo Perpetuo. Si se observa la evolución en los últimos cinco años, el interés español es creciente desde 2009, cuando acudieron 26.700 personas.
Apenas murieron españoles en Auschwitz, aunque la cifra definitiva es confusa por algunos equívocos sobre deportados desde Francia. En cualquier caso, nada tiene que ver con lo ocurrido en los campos de Mauthausen y Gusen, donde se recluyeron 7.000 exiliados republicanos, de los que sobrevivieron 2.000. En los Archivos Nacionales de Estados Unidos se custodia un clarificador discurso del 27 de junio de 1941 de August Eigruber, gobernador del Alto Danubio: ·Cuando ocupamos Francia el año pasado, el señor Pétain nos dio a esos 6.000 españoles rojos y declaró ‘No los necesito, no los quiero’. Ofrecimos estos 6.000 españoles al jefe del estado Franco, el caudillo español. Rehusó y declaró que nunca admitiría a esos españoles rojos que lucharon por una España soviética. Entonces ofrecimos los 6.000 españoles rojos a Stalin y a la Rusia soviética (…) y el señor Stalin con su Komintern no los aceptó. Ahora están establecidos en Mathausen estos 6.000 combatientes rojos, trabajadores (…); allí están para siempre”.
Frágil campo de la muerte
Birkenau es una gran intemperie. Unos raíles, que parten el campo, conducían a la cámara de gas aunque los pasajeros de aquellos trenes creían en realidad que desfilaban hacia puntos de aseo y desinfección. A diferencia del primero, donde en parte se utilizaron instalaciones preexistentes, este campo nació para matar a judíos, gitanos y enemigos políticos del Tercer Reich.
Sus construcciones, que comenzaron en octubre de 1941, son más precarias y necesitadas de conservación. Una de las primeras intervenciones financiadas gracias al Fondo Perpetuo se ha destinado a restaurar los barracones de ladrillo de las mujeres, que se encontraban en pésimas condiciones por su frágil estructura y también por las características del suelo.
Hay también edificaciones de madera, como la destinada a letrina colectiva, donde se hacinaban los presos en horas prefijadas y sin ninguna intimidad. Eran muchos los que suspiraban por integrarse en el comando de limpiadores de váteres. La posibilidad de supervivencia crecía: olían tan mal que los guardias no solían acercarse a ellos y, en mitad de la gélida llanura, donde las temperaturas descienden hasta los 17 grados bajo cero en invierno, pasaban las horas bajo techo.
El Museo dedica también una especial atención al cuidado de los archivos, que suministran más información para la Historia, y los miles de objetos dejados en Auschwitz por las víctimas y sus verdugos.
Sus construcciones, que comenzaron en octubre de 1941, son más precarias y necesitadas de conservación. Una de las primeras intervenciones financiadas gracias al Fondo Perpetuo se ha destinado a restaurar los barracones de ladrillo de las mujeres, que se encontraban en pésimas condiciones por su frágil estructura y también por las características del suelo.
Hay también edificaciones de madera, como la destinada a letrina colectiva, donde se hacinaban los presos en horas prefijadas y sin ninguna intimidad. Eran muchos los que suspiraban por integrarse en el comando de limpiadores de váteres. La posibilidad de supervivencia crecía: olían tan mal que los guardias no solían acercarse a ellos y, en mitad de la gélida llanura, donde las temperaturas descienden hasta los 17 grados bajo cero en invierno, pasaban las horas bajo techo.
El Museo dedica también una especial atención al cuidado de los archivos, que suministran más información para la Historia, y los miles de objetos dejados en Auschwitz por las víctimas y sus verdugos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario