Entrevista con un carcelero de campos de prisioneros políticos que desertó en 1994
Ahn Myeong-chul, de 45 años, creció como millones de norcoreanos creyendo que vivía en el lugar más feliz del mundo. Pero allí ser carcelero de un campo de prisioneros políticos --como lo fue él entre los 18 y los 25 años-- era un destino privilegiado donde hacer la mili. Allí los guardianes competían por cazar a los prófugos porque la recompensa era ir a la universidad. Ahn fue primero verdugo y luego víctima del sistema. Desertó en 1994 a Corea del Sur. Ahora es un activista que cuenta su estremecedora historia a todo el que quiera escucharle porque ese mundo que dejó atrás aún existe. “Mi responsabilidad es salvar a los prisioneros políticos”, explicó este viernes durante una entrevista en Madrid.
Ahn, un privilegiado de la casta de los más leales al régimen de los Kim y primogénito de un cargo del partido único, fue carcelero de cuatro de esos campos en los que se estima que hay entre 150.000 y 200.000 presos políticos. Explica que durante los tres primeros años veía a los internos “como animales, no como seres humanos”, que pegó palizas pero no asesinó.
Un día, presa del aburrimiento, cuenta a través de una intérprete, habló con algunos de aquellos prisioneros. Despertaron su curiosidad. Una rareza en ese país de 25 millones de habitantes donde laomnipresente propaganda del régimen ha anestesiado la curiosidad. Para su sorpresa, esos internos aseguraban no saber por qué estaban presos. Cuando fue colocado al volante de un camión de traslado de prisioneros, tuvo contacto con muchos más. “No simpatizaba con ellos pero tenía dudas”, que se fueron multiplicando. “No, no las compartí con nadie, el régimen me hubiera castigado”.
Kim Il Sung, fundador de la dinastía, implantó el castigo del culpable y tres generaciones más. Y el culto a la personalidad es tal que incluso el menor desliz conlleva un castigo implacable. Una noche de borrachera su padre criticó al régimen. En cuanto estuvo sobrio fue tan consciente del infierno que le esperaba que se suicidó. “Mi madre y mis hermanos fueron llevados a un campo de prisioneros y yo estuve a punto”. Decidió huir. “Entonces supe que lo que el régimen contaba era mentira. Y mis dudas se resolvieron. La mayoría de los presos eran inocentes, los consideraban culpables por asociación”.
El desertor elige la historia de Han Jin-deok de entre aquellos inocentes. “Fue encarcelada a los 2 años. La conocí en el campo 22 cuando ella tenía 24 años...”, comienza. Ahn anotó los nombres y tareas que desempeñaban 200 de aquellos presos. Antes compatibilizaba su trabajo en un banco de Corea del Sur -donde viven 24.000 desertores-- con el activismo, ahora es activista a tiempo completo en NK watch.
Vino a Madrid para participar en el congreso Mentes brillantes, donde 21 ponentes variopintos cuentan su experiencia en 21 minutos. Ahn ahorró a su público madrileño detalles escabrosos pero la magnitud de las atrocidades quedó clara a través del relato ilustrado con dibujos, mapas y fotos borrosas.
Él y otros desertores como Shin Dong-hyuk, nacido en un campo de prisioneros, ponen cara a las gravísimas violaciones de derechos humanos que la dictadura de Kim Jon-un perpetra sistemáticamente. Ahn confía en que “la comunidad internacional lo envíe a la Corte Penal Internacional” por crímenes contra la humanidad.
Conoció personalmente a Shin en un vuelo. “Le dije: 'Perdoname por lo que hice'. Y me contestó: “No hace falta. Hiciste lo que te ordenaron”. Admite que teme ser juzgado algún día. Tiene pesadillas y aún no le ha contado su pasado a la pequeña de sus dos hijas. Hace un año preguntó a las autoridades norcoreanas, por mediación de la ONU, sobre el paradero de su madre y hermanos. “Me respondieron que es un complot político”.
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