“Derrocar por todos los medios a su alcance el régimen de opresión y sangre establecido en la República Dominicana por Rafael Leónidas Trujillo desde el año 1930”. Así iniciaba el programa del Movimiento de Liberación Dominicana (MLD) que organizó desde Cuba las expediciones libertarias del 14 y 20 de junio del 59, que desembarcaron 198 combatientes. De los cuales apenas sobrevivieron seis, diezmados sus contingentes por la metralla y el napalm de una fuerza contraria supernumeraria, las bestiales torturas en La 40 y el 9, los fusilamientos in situ o en el CEFA, en una suerte de Circo Romano montado por Ramfis para disfrute de su ego enfermizo y el de sus conmilitones: “Los fusilo para dar un ejemplo a las Fuerzas Armadas, pero primero los hago torturar para dar un ejemplo a mis amigos de lo que les espera si algún día me traicionan”.
Todo comenzó con la entrada triunfal de Fidel Castro a La Habana el 8 de enero del 59, tras la huida vergonzosa el 31 de diciembre del dictador Fulgencio Batista con destino a Ciudad Trujillo. Un año antes en Venezuela el general Pérez Jiménez había sido derrocado refugiándose en nuestro país, asumiendo una junta presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal, con raíces dominicanas. Inicio de una sucesión de eslabones solidarios impulsados por la Unión Patriótica Dominicana de Venezuela –envío de un avión con armamento a Oriente en apoyo a los “barbudos” a cargo de Enrique Jiménez Moya, compromiso durante su visita a Caracas de Castro y Betancourt para apoyar al exilio dominicano- que culminaría con la formación del MLD y el Ejército de Liberación Dominicana comandado por Jiménez Moya, con grado de capitán alcanzado al incorporarse al Ejército Rebelde.
El sacrificio de los hombres de la “Raza Inmortal” abonó el camino de la libertad, al marcar el inicio del fin al régimen de Trujillo, sembrando la semilla de la rebeldía. Así lo entendieron los muchachos de mi barrio Ildefonso Güemez Naut (Fonsito)y Víctor Núñez Keppis, estudiantes entre los 17 y 18 años, cuando se vieron las caras tras culminar las operaciones de contrainsurgencia en la primera quincena de julio. Cuando la ciudad era un solo hervidero de sórdidos rumores que daban cuenta de las atrocidades cometidas contra los “barbudos” o “invasores” en San Isidro, como se les identificaba en los medios oficiales. Antes que Don Paco Escribano escenificara en el teatro Julia su obra “Cero Invasión”, haciendo él de campesina represiva. “Bueno, ¿y ahora qué? Nosotros, ¿qué vamos a hacer?”. Esa fue la pregunta espoleta de la granada reflexiva que los amigos se hicieron.
La idea, formar un grupo de activistas que ayudara a derrocar la tiranía, articulado en células de 3 miembros al estilo La Trinitaria, inspirado en el ejemplo patricio de amor a la libertad de Duarte, Sánchez y Mella, estimulado por la hazaña de Fidel, recogiendo el ejemplo de los expedicionarios de junio. Aparte del barrio (comprendido por la San Juan Bosco, Francia, Dr. Delgado y 30 de Marzo, con el corazón en la Martín Puche), el Colegio Don Bosco sería un referente unificador. Florencio Gómez –seminarista salesiano que estudiaba en Cuba- había regresado al país en esos días y fue fuente de experiencias sobre métodos de organización y de lucha en esa isla. Una conversación entre Güemez, Núñez Keppis y el seminarista, sostenida en el Malecón frente al Jaragua, definió un curso de acción.
El próximo paso fue reclutar al estudiante de Medicina Frank Pratt Pierret, compañero de bachillerato de Güemez de sensibilidad antitrujillista y asiduo del barrio, hijo del mayor retirado del Ejército Leovigildo Pratt Guzmán y de la puertoplateña Mercedes Pierret Villanueva –hermana de Florencia, ambas ligadas de por vida a la educación musical-, quien residía junto a su familia (José Goudy, Milagros y Bernardo) en la Gaspar Hernández próximo a la Barra Payán, redondeando la primera célula de La Nueva Trinitaria.
Un vecino de Güemez en la Francia, el profesor Ramón Rafael Casado Soler –ligado al Colegio Muñoz Rivera y quien operaba en su hogar una escuela de superación personal durante las vacaciones escolares a la que yo asistía-, fue el cuarto a bordo. Consultado para que corrigiera el primer panfleto elaborado por la célula opositora, quedó así comprometido. Frisaba los 41 y doblaba el promedio de edad de los “nuevos trinitarios”, que se moverían entre los 16 y 21 años, predominando los teen. Con temor y reclamando precaución, el señero civilista forjador de conciencias libres que fue Caneiro, quien vivía con su dulce madre, aceptó el reto patriótico. Doblemente riesgoso, ya que al lado de su casa, en la segunda planta del apartamento que ocupaba la familia Güemez Naut –formada por un laborioso republicano español empresario de la ebanistería y una reconocida educadora sureña- residía el mayor Candito Torres Tejada, jefe de operaciones del temible Servicio de Inteligencia Militar (SIM). En la cárcel compuso El Regalo Mejor ( Celebro tu cumpleaños ) en obsequio a uno de los jóvenes complotados cumpleañero.
Un quinto contactado fue Manuel Soriano Tatis (el Gordo), estudiante del Colegio Don Bosco de 18 años, quien residía en la Dr. Delgado con San Juan Bosco en casa de su tía Ramona Paniagua. A seguidas, mi profesor de inglés en dicho colegio, el salesiano cubano Nelson Carrillo, quien dirigía el cántico colectivo en las misas diarias en la iglesia. El carismático Carrillo, alegando “soy sacerdote y no puedo meterme en actividad política”, derivó hacia el seminarista casi cura Máximo Báez Draiby, quien asistía al padre Vicente en las clases de Química con las prácticas de laboratorio. Con acceso franco a materiales claves en los planes de los conjurados y al mimeógrafo utilizado para reproducir los panfletos. Pelirrojo a quien llamábamos “Caco de locrio”, ya en solitaria en La Victoria, recibió una madrugada la infausta noticia del asesinato de su padre, el Lic. Báez Kelmer, de boca del tenebroso Johnny Abbes, acompañado de Candito Torres y Clodoveo Ortiz. “¿Cuál es Báez?” –preguntó mientras sacaban de sus celdas a los muchachos. Al identificarse, le espetó: “Ya ustedes no vuelven a quemar más. A tu papá nos lo tiramos esta noche”.
Aparte los panfletos, el tipo de acción adoptado que los singularizó –ganándoles el sobrenombre de “incendiarios”, como “bomberos” a los miembros de otro grupo develado que colocaba bombas- fue el de provocar incendios nocturnos en días feriados en oficinas gubernamentales, a fin de impactar políticamente sin ocasionar pérdidas humanas. Así se sucedieron fuegos exitosos durante varios meses que desesperaron a los servicios de seguridad. “Jefe, se trata de una célula terrorista internacional altamente entrenada infiltrada en el país”, habría justificado Abbes su inoperancia. Lo cierto es que resultaron “muchachos” –como diría Trujillo cuando Cholo Villeta le reportó en medio de su paseo nocturno por el Malecón la captura de los “incendiarios”. “Oigan esto señores, qué mierda de seguridad yo tengo. Párese ahí y dígalo duro. Un grupo de muchachos de la Francia, la Puche…, más guapos que todos estos mierdas. Dígale a Johnny que ¡cuidado si mata un muchacho de esos!”. La presencia del coronel Flores, fundador del barrio, quizá pudo ayudar.
Los temerarios habían pegado fuego en la Cámara de Cuentas (ubicada entre el Malecón y la Avenida Independencia cerca del futuro Hotel San Gerónimo), la Dirección General de Suministros del Estado (donde funciona Bienes Nacionales), la Secretaría de Obras Públicas (blanco alternativo al desistir del intento en el local del DN del Partido Dominicano en la San Martín, hoy Color Visión), y la Secretaría de Estado de Justicia, en la Feria. Un quinto objetivo se frustró la noche del 8 de noviembre de 1959, cuando cuatro miembros del grupo se propusieron pegar fuego a los depósitos de Aduanas en la Feria, por los lados de la actual O&M.
La detención esa noche de Rafael Martínez Espaillat (Chino, nieto de Dilia del Castillo, prima de mi padre) inició la captura en cadena de los 12 miembros de la red. Núñez Keppis, Frank Pratt, Melquíades Cabral Jiménez, Casado Soler, Julio Evelio Santos Aguasvivas (Evelín), Soriano Tatis, Báez Draiby y Braulio Montán, fueron recogidos por los cepillos del SIM (VW escarabajos) y trasladados al centro de interrogatorios y tortura de La 40. Los últimos serían Ildefonso Güemez, Roberto Carlo Gómez y José del Carmen Vidal Soto (Anguito), apresados el 10 de noviembre en Elías Piña tratando de cruzar la frontera, por campesinos con machete que los entregaron a la fortaleza.
En La 40, con las rutinarias golpizas y el pase por la silla eléctrica, serían interrogados por Johnny Abbes, Tunti Sánchez, Sánchez Rubirosa, Candito Torres, Cholo Villeta, Clodoveo Ortiz, Flicho Palma, Lavandier, Del Villar, el Sargento Reyes (alias Manota), con la asistencia del escribiente legal, Lic. Faustino Pérez. Tras una semana en este centro de suplicios fueron trasladados a la cárcel de La Victoria. Sentenciados a 30 años de prisión e indemnización de RD$1 millón por daños, los integrantes de La Nueva Trinitaria, pioneros en la resistencia antitrujillista inmediatamente posterior a las expediciones de junio del 59, serían indultados el 14 de julio de 1960.
Como parte de la política del régimen, ante reclamos de la Iglesia Católica, cuya famosa Carta Pastoral conmovió a la nación (“no podemos permanecer insensibles ante la honda pena que aflige a buen número de hogares dominicanos...a los sufrimientos que afligen ahora a los corazones de tantos padres de familia, de tantos hijos, de tantas madres y de tantas esposas”). Y bajo presiones de la OEA, interesada en la situación de los derechos humanos. Desde enero del 60, cuando fue develado el movimiento clandestino 14 de Junio, las cárceles se habían llenado de jóvenes. De unos valientes que pagaron caro por adelantado el precio de nuestra libertad.
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