23/11/2014 | 21:39 H.
Aprovechando la reciente presentación del libro "Augusto, de revolucionario a Emperador", de Adrian Goldsworthy, una mente preocupada se permite especular acerca de que las dictaduras provocan cierta atracción masoquista. Frente a las democracias que permiten el debate, el control político y respetar la voluntad de las mayorías sin menospreciar las minorías, abundan biografías de dictadores del pasado, ahora ilustres. El paso del tiempo borra los agravios y, sobre todo, a los agraviados. Las proscripciones mortales y rentables del triunvirato formado hace siglos por Octavio, Marco Antonio y Lépido tras el asesinato de Julio César se tornan anecdóticas y lo mismo ocurre, por ejemplo, con el nepotismo y la férrea dictadura de Napoleón que contaba con el venal Tayllerand y el terrible Fouché, apodado el “Carnicero de Lyon” en sus inicios revolucionarios, para controlar no sólo a los enemigos sino también a los partidarios.
Las dictaduras bien asentadas aportan, dicen, una estabilidad útil para el desarrollo económico. La Rusia soviética puso de moda los planes quinquenales que repetidos permitieron un gran desarrollo industrial sin perjuicio de llenar gulags y cementerios con prisioneros de guerra, adversarios políticos y otros esclavos. El comunismo dictatorial y capitalista en China planifica su economía hasta 2046 para así poder conmemorar espléndidamente el centenario de la República Popular de China fundada por Mao, luego sucedido por la nomenclatura del partido en el poder desde siempre y para siempre.
Hay muchos que son más iguales que otros no por mérito propio sino porque ni siquiera cumplen unas reglas que ya les favorecen
Los dictadores suelen aparecer para calmar ánimos encrespados y poner orden en una cacofonía inaceptable. Por eso democracias como la española deben ser cuidadosas en organizar el debate político sintiendo la evolución de la sociedad, con liderazgos didácticos siempre dispuestos a tender puentes y cuidando, además de las formas, una imprescindible transparencia para que los ciudadanos dispongan de todo el conocimiento necesario. Fruto de nuestros desgarros internos España acabó antes de mediados del siglo pasado en las manos estables, política y económicamente, de una dictadura militar de cuarenta años inspirada en el fascinazismo italogermano que asoló Europa y que algunos pueden añorar espoleados y asustados ahora por el radicalismo irrealista de nuevos actores políticos muy a la izquierda. El recuerdo y la enseñanza de la Historia nos advierten acerca de la necesidad imperativa de recobrar la sensatez política y la honestidad intelectual y económica.
Hay muchos ciudadanos frustrados y enfadados no sólo por una realidad muy dura en esta época de crisis económica sino también por una falta de transparencia que exacerba la impresión de que, como en “Animal Farm”, hay muchos que son más iguales que otros no por mérito propio sino porque ni siquiera cumplen unas reglas que ya les favorecen. La injusticia sentida no es forzosamente que haya unos más ricos que otros o más poderosos. La injusticia sentida lo es por las trampas para ser lo que no se debiera de ser a costa de los demás.
Deben los políticos españoles, y algunos lo intentan, conducir nuestra democracia, enmarcada afortunadamente en la Unión Europea y en otras instituciones euroatlánticas, hacia vías correctas de entendimiento interno. A Rajoy le corresponde, al presidir el gobierno de todos los españoles, un rol conciliador alejado del partidismo en temas esenciales como el económicosocial y la cuestión catalana. Desgraciadamente, ello no se percibe. Si seguimos sin liderazgo gubernamental, judicializando lo político y transitando continuamente por escándalos de variopinta naturaleza (política, económica, criminal y hasta eclesiástica), cuya creciente frecuencia hace creíble cualquier cosa, se incrementan las probabilidades de que llegue algún tipo de “salvador” que nos ofrecerá años de estabilidad a su manera, pero no forzosamente de progreso o justicia.
No se salvan aquellos que han llevado la situación catalana a los extremos que presenciamos
Para algunos Maduro, autócrata venezolano y bolivariano, es un ejemplo mientras un sable muy importante del Ejército hizo su propio ruido recordado hace poco que el centrifuguismo territorial prospera con gobiernos débiles. Se refería, dice, a la independencia de nuestras colonias americanas y no a Cataluña. ¿A cuento de qué? En todo caso era un análisis histórico incompleto. Añadió que los militares están para actuar donde les mande el gobierno, fuera o en España. Lo primero lo sabíamos pero lo segundo lo teníamos descartado. Su ministro le mantiene la confianza. Él sabrá. En Francia se dice que las Fuerzas Armadas son la “Gran Muda”. Ya se sabe que en boca cerrada no entran moscas. Ni salen.
Basta un recorrido por la geografía mundial para ver cosas que se nos pueden avecinar si en España no se considera seriamente el bien común, obligación que tiene toda la sociedad de la que son oriundos los políticos, los banqueros o los empresarios, por poner unos pocos ejemplos. Desde luego no se salvan aquellos que han llevado la situación catalana a los extremos que presenciamos ni aquellos cuyas actuaciones han contribuido a reforzar el dolor y la indignación fruto de la crisis económica hasta el punto de favorecer cualquier solución, cualquier cosa.
Carlos Miranda
Embajador de España
No hay comentarios:
Publicar un comentario